lunes, noviembre 14

no voy en tren, voy en avión

- "Hooola Pauliiiiiina! Felicitacioooones!!!" Mi prima Laura grita al otro lado del teléfono con su voz chillona, que se pone más chillona cada vez que le pasa algo emocionante.

- "¿Felicitaciones? ¿Yo? ¿Y por qué sería?", le pregunto sin entender de qué habla ni porqué me está llamando si nuestro único contacto es en los respectivos cumpleaños. 

- "Yaaaa cómo que porqué. Por la guagua po!"

- Cri cri cri.

- "Qué bueno que tengas una guagüita porque después es más difícil y, bueno, a tu edad ya no es cosa de dejar pasar el tiempo y que se te pase el tren. Yo le decía a mi mamá el otro día que estaba bueno ya que se pusieran en campaña porque ya estabas igual que la Claudita que se quedó sola y solterona por no querer tener guagua de puro tonta no más; que no, que primero estudio, que después trabajo, y al final se le pasó la edad y la guagua nunca.  ¿Y qué dice Novio? ¿Está contento?"

- Cri cri cri.

El teléfono en una mano, el mouse en la otra. Mi dedo índice queda en el aire mientras trato de entender qué pasa, de qué diablos está hablando Laura.

- "Aló? Alóoooo?", grita ella desde el otro lado. Y después me explica que lo vio en facebook, que vio que yo le contaba a una amiga que estaba embarazada y andaba con antojo de frutillas.

- "Ehhh, Laura, linda, entendiste al revés. La embarazada es mi amiga. De hecho ahora ni siquiera tengo con quién producir una guagua".

- "¿Quéeeee? ¿Pero cóoooomo? ¿Y Novio?"

- "Terminamos".

- "Noooooo. ¿Y por qué, Paulinita?" dice ella con el tono empalagoso de quien está lista para tomar apuntes y luego redactar el comunicado de prensa familiar.

Yo no sé cómo responderle. Me preguntan por Novio y no sé qué decir. ¿Le explico que prefirió alargar su adolescencia carreteando hasta el amanecer cada fin de semana? ¿Que necesitaba reafirmar su autoestima conquistando chicas en los bares o reviviendo romances universitarios? Demasiada mala onda, supongo.

¿Digo que tenía muchos problemas existenciales como para agregar a su vida una compleja relación conmigo? Demasiado críptico. ¿Que no fue capaz de valorar lo excelente novia que puedo llegar a ser? Demasiado egoísta. Y demasiado iluso también. ¿Cuento que con el tiempo dejamos de pasarlo bien juntos, de disfrutar las cosas cotidianas, de armar proyectos comunes? ¿Que mantener la relación cada día exigía un esfuerzo enorme que ninguno de los dos estaba dispuesto a hacer? La verdad, dudo que a alguien le interese escuchar todo ese análisis.

¿Debería hablar con alguien sobre las fotos que su amiga publicó en facebook con una actitud bien poco amigable? ¿Debería aclarar que al final era imposible confiar en él, no sólo porque me mintiera o porque fuera tan poco inteligente como para dejarse fotografiar; no podía confiar en él porque no me daba ninguna certeza sobre el futuro común, no podía planear lo que haríamos el fin de semana porque era altamente probable que él despertara un sábado queriendo partir a África, cambiar de profesión o casarse y tener hijos.

Lo peor, encuentro yo, es que en algún momento me habría casado y habría tenido hijos con él. O lo habría acompañado a África. Lo pensé, en serio; todas esas cosas que dije que nunca haría. Lo quise un montón y de una manera bien especial, lo suficiente como para atreverme a armar un futuro común. Después pasaron muchas cosas y una tarde nos sentamos a repartir muebles. Puedo describir casi en detalle cómo fue todo el proceso, pero si me preguntan las causas no sé qué responder.

- "Nada po, terminamos. Nos aburrimos y decidimos que era mejor seguir por separado".

- "Yaaaa", dice Laura, un poco decepcionada porque no logra detalles a pesar de la insistencia. Entonces arremete con la segunda parte: "No te preocupes Paulinita que por aquí hay un montón de chiquillos que te puedo presentar. Miguel tiene un amigo que se separó hace poco y está súper encachao, tienes que venir a verme y te lo presento, es alto y buenmozo y tiene una camioneta recién comprada con este asunto de la empresa. Porque trabaja en una empresa súper buena, está súper bien él, vas a ver. Bueno, y si no te gusta te buscamos otro, no te preocupes que a ti no se te va a ir el tren como a la Claudita, mira que quiero tener un sobrino luego po Pauliniiiiita".

- "Sí, claro, te aviso", le respondo antes de colgar. Ya me duele el oído.

Después pienso si la Claudia de verdad quiso tener hijos alguna vez. Si ahora se arrepiente por no haberse casado cuando tuvo la oportunidad. Ya van dos que yo dejo pasar y hasta ahora no me he arrepentido, pero no puedo dejar de dudar si será cuestión de tiempo, si cuando me sienta más vieja voy a empezar a preocuparme por el tren que se va y se va y se fue no más.

Pero por ahora canto a Drexler, dejo este amor donde lo encontré, que en tren con destino errado se va más lento que andando a pié. Si Drexler no sabe de estas cosas al menos halló cómo decirlas para que suenen bien.

miércoles, octubre 12

5 escenas de llanto a propósito del novio perdido

1. El drama: 
Escena tipo película romántica de Meg Ryan o, más actual, de esa niña rubia que reemplazó a Meg Ryan. Drama puro con la almohada porque la vida se acaba y nada volverá a tener sentido. Llanto descontrolado, intenso, amargo, sintiéndome en el abandono total como si cayera por un pozo sin que a nadie más le importe porque, en realidad, nadie se ha dado cuenta. Me duele la cabeza, tengo un vacío tremendo en el estómago. Todo el sentido común indica que no sirve de nada sufrir así, pero no puedo parar de llorar porque ya no hay Novio y de ningún modo podré cambiar eso. Es verdad que algunas veces traté de lanzarlo por la ventana, pero de verdad lo quería incluso cuando planeaba casarse y tener hijos conmigo. Lo quería tanto, era tan feliz con él, que ahora no puedo entender que se acabó todo y él, en vez de correr a rescatarme del pozo, supera sus penas comiendo en Mc Donalds. Más llanto.

2. La culpa:
Escena de Thom Hansen cuando dice que es inevitable revisar la relación para tratar de detectar cuál fue el momento en que empezó a arruinarse. Thom sale en pijama a comprar vodka. Yo compro chocolates vestida más apropiadamente. Me acuesto a mirar el techo mientras recuerdo los últimos momentos de felicidad, que cada vez se hicieron menos frecuentes hasta desaparecer por completo. Pienso que debí haber sido menos bipolar o más comprensiva o más dulce o menos crítica. Más normal, quizás. Siento que algo me apreta la garganta provocando que me cueste respirar. Y otra vez vamos llorando porque de algún modo sospecho que yo inicié muchas de las cosas que ocurrieron después. Chocolate con almendras, llanto y culpa. 

3. La rabia:
Escena estilo teleserie venezolana pero con menos maquillaje y pelo sin volumen. El novio ya no está conmigo porque decidió que es más conveniente carretear con los amigos y coquetear con chicas en la barra de un bar. Lo veo a lo lejos sonriéndole a una niña muy joven y simpática y arreglada. Pienso que debería ser yo con quien comparte el trago. Debería ser yo con quien baila porque más de una vez me prometió que ya nunca más estaría sola, que a pesar de lo que pasara él estaría conmigo. Pero no cumplió porque ahora me siento más sola que antes y es todo su culpa, se merece que agarre el vaso y le lance esa piscola en la cara mientras le digo una frase ingeniosa que lo haga sentir pésimo, y al final me vaya gritándole que el hijo no es suyo. Me arrepiento de no haber tirado su ropa y su computador y todas sus cosas por la ventana cuando tuve la oportunidad. Tengo ganas de sacar una metralleta y dispararle a los amigos por alentarlo a la conquista, a la chica por ser más simpática y más sonriente que yo, y a él porque ya no volveremos a viajar ni a armar el árbol de navidad ni a escribir un blog común ni a tener hijos ni a comprar perro ni a hacernos viejos juntos. Quiero ser una actriz venezolana para lanzarle las palabras más dolorosas y terribles hasta que se sienta igual de mal que yo. Pero no puedo, un poco por dignidad y un poco porque soy pésima para expresar sentimientos. Sólo me doy media vuelta y trato de salir sin hacer ruido. Llanto despacito, tragándome las lágrimas y sintiendo que me queman la sangre, el estómago, el útero, qué sé yo. Sitiendo que consumen todo hasta hacerme explotar. 

4.  La autocompasión:
Escena final de película romántica. Otra vez podría ser Meg Ryan o cualquier rubia amorosa haciendo fila en el aeropuerto, desconsolada, partiendo para siempre porque el amor de su vida ya no la quiere. Pero él, completamente arrepentido, irrumpe en la sala de embarque y le declara su amor eterno. Y yo lloro porque sé que eso no va a pasarme y también por creer en los finales hollywoodenses. No me voy porque ya aprendí que uno igual se lleva sus traumas a cuestas, pero igual me gustaría que llegara Novio a buscarme para arreglar todo el asunto. Lloro porque en vez de la declaración él me mira con rabia por todo lo que yo no fui, porque no me habla, porque cuando me ve actúa como si no estuviera ahí, porque otra vez voy a quedarme sola cuando termine el día. Porque ya no puedo contar con nadie y mi vida es tan terrible o triste o trágica y no tengo quien me consuele.

5. El dolor
Precuela: Me encuentro en la calle con Daniela, una amiga del todavía novio. La saludo con mi sonrisa insípida. Ella desvía la mirada. Le cuento más tarde a Novio y desvía la mirada también. Ajá, digo ahora, cuando ella publica en su facebook una foto de un par de meses atrás. Juntos, cuando Novio llamaba a los amigos para hablar de la vida y la encontraba a ella por casoalidad
Escena de Persépolis, cuando Marjean se separa del marido y la abuela le dice que en realidad no llora por perderlo a él sino por haberse equivocado. No puedo olvidar esa frase. Yo creo que lloro porque a Exnovio le gusta bailar con universitarias que conoce  invitándoles un trago y jactándose de sus negocios, para luego contarle las aventuras a los amigos. Lloro porque no sé si él cambió mucho en los últimos meses o siempre fue así y yo no fui capaz de darme cuenta. Lloro con un poco de pena, con rabia, con ganas de tirarle una granada en los pantalones, con ganas de que vuelva a abrazarme y decirme que todo va a estar bien. Lloro porque no es la primera vez que me equivoco y siento que no aprendí nada. Lloro menos que antes, sin el escándalo ni la tragedia, pero siento un vacío enorme entre la garganta y el estómago, me duele algo ahí dentro como si me hubieran sacado un pedazo con una cuchara para helado. Duele lo que falta y yo sigo llorando porque aposté todo lo que tenía y perdí. Perdí con la universitaria de tacos y jeans apretados que baila reggaetón la noche entera, con la amiga de años que en el fondo siempre le hizo mantener una esperanza, con la posibilidad de jactarse ante los amigos por la última conquista. Con cualquier chica más dulce, menos complicada, más normal.

domingo, agosto 21

500 noches

Por un tiempo trabajé con una niña un poco trastornada y fanática de Sabina, que escuchaba una y otra vez las mismas canciones. A mí nunca me gustó mucho Sabina, pero después de terminar con el novio ella se veía más trastornada de lo habitual y a mí me daba un poco de pena porque suponía que irse o dejar que el otro se fuera no debía ser asunto fácil.

Había en particular una canción que hablaba de la novia partiendo, y Sabina cantaba algo así como que ella salió con un portazo, subió a un taxi y él debió volver "a la maldición del cajón sin su ropa". De esa parte me acuerdo porque imaginaba lo terrible que debía ser el vacío que deja una persona cuando ya no está en su casa. Terrible para el que se queda, quiero decir.

Ese día, cuando llegué y Novio ya no estaba, la canción de Sabina fue el soundtrack en mi cabeza. Raro porque, como dije, Sabina nunca estuvo entre los favoritos del sountrack.

A Novio le pedí que se fuera mientras yo no estaba porque en las despedidas siempre lo he hecho pésimo, termino diciendo cosas desde la parte más oscura de mi cerebro con todos los mecanismos de defensa activados y cero sensibilidad hacia el otro. Después pensé que habría sido más valiente cerrar el ciclo dando la cara, pero bueno. Ese día llegué y no estaban muchas de sus cosas y de algún extraño modo el departamento se sentía más grande y más vacío.

Y sí, duele y es terrible, y uno se pregunta miles de veces cuándo fue el momento exacto en que algo se quebró y todo empezó a podrirse. La escena era yo recorriendo las piezas, echando de menos un computador o un cepillo de dientes, cantando la misma frase hasta que me saturó y tuve que googlear la canción para escucharla completa. Se llama 19 días y 500 noches porque "tanto la quería que tardé en aprender a olvidarla 19 días y 500 noches". Aaaahhhhh tráiganme el puñal por favor*.

Lo imagino a Sabina fumando en la barra del bar y pidiendo otro trago con su voz áspera.
"Poco a poco la di por perdida", dice él, mientras yo saco cuentas del día en que empecé a contar las 500 noches. Porque una cosa era asumir que Novio se fue y otra muy distinta era sentir que ya no estaba conmigo aunque siguiéramos durmiendo en la misma cama. Eso, señores, es infinitamente más terrible y más doloroso. 

Entonces, ese día, en lugar de lanzarme a los brazos del alcohol compré chocolates y me acosté temprano porque hacía frío. Googleé a Sabina y concluí que la situación no era tan terrible porque yo ya había empezado, desde antes, a darlo por perdido. A Novio, quiero decir.

* Si usted de verdad quiere cortarse las venas en materia amorosa, mejor escuche a Café Tacuba.



viernes, agosto 12

y se cerró el paréntesis


sábado, agosto 6

Santomé

Me acuerdo de Martín Santomé. ¿Será que esto fue apenas un paréntesis? Siempre he tenido esa sensación de quedarme sola al final del día, sin importar si me acompañaron amigos, familia o novio. Creo que eso fue lo mejor de todo este tiempo: sentir que alguien se quedaba cuando todos los demás se iban.

Me acuerdo de la época en que dudaba si cambiar o no de carrera. Sentada sobre los enormes tableros para dibujar, mientras un profesor hablaba de griegos o romanos, yo pensaba si mi paso por esa universidad sería la principal parte de mi vida o apenas una anécdota. Ahora pienso si en el futuro voy a contar que viví un par de años con un novio, que todo fue buenísimo al principio pero con el tiempo el asunto terminó siendo un desastre. ¿Y la gente irá a creerme cuando lo cuente? Hay muchos que ni se imaginan que alguna vez no quise ser periodista.

Me acuerdo del terremoto, cuando vi volar el televisor y pensé "ya está, el edificio se cae y aquí termina todo, pero igual valió la pena por los últimos meces de felicidá". Y ahora me pregunto dónde está esa felicidá. Siento que la tuve en la nariz y la espanté a manotazos. Siento que no debí ni intentar vivir con Novio, sabiendo lo pésima compañía que soy y lo mal que funciono en estas relaciones. Pero también siento que habría sido peor no intentarlo.

Puras sensaciones, ni un solo pensamiento racional. Y un instinto: si seguimos juntos vamos a terminar lanzándonos por la ventana. O saltando voluntariamente, quién sabe. Pero también hay otro instinto, uno todavía más animal, que es el que me impide alejarme de él. No quiero dejar de sentir su olor, ni dejar de dormirme sabiendo que estará ahí cuando despierte, ni dejar de hacer planes para cuando seamos viejos. O quizás sí quiero, y todo el dolor no es más que la rabia por haberme equivocado en la apuesta.

A veces pienso que debí haber sido terapeuta: tengo la capacidad de decirle a los novios qué es exactamente lo que necesitan para sus vidas. Por supuesto, yo no estoy incluída. Ya más o menos tengo claro lo que necesita Novio, lo que no sé es si seremos capaces de aceptarlo. Tampoco sé lo que necesito yo, la capacidad se acaba ahí en el espejo.

viernes, julio 29

la princesa Paulina

Ayer hablaba con mi madre sobre lo que voy a hacer con mi vida. Ese es un tema recurrente en nuestras conversaciones, le preocupa un montón desde que empecé a tomar decisiones por mi propia cuenta (más o menos en la adolescencia, pero parece que ha ido empeorando con los años). Lo que yo no sé es si este asunto merece tanta preocupación; quiero decir, siempre he estado haciendo algo con mi vida. Ahora estoy haciendo algo. Ni idea si es bueno o malo, pero es algo y, supongo que de eso se trata todo.

El problema, aparentemente, es que mis opciones escapan un poco de los estándares tradicionales. Cuando mi madre me cuenta que se encontró con la madre de algún compañerito/a de colegio suele venir incluida la frase "está súper bien trabajando en blabla y viviendo en blablabla". Yo me pregunto qué será eso de "súper bien". ¿Está dedicándose a cosas que lo hacen muy feliz? ¿Encontró al amor de su vida? ¿Tiene una casa de lujo y gana un montón de dinero en su pega? Por lo general el estado se resume en mujer con trabajo estable, casa, marido y -ocasionalmente- hijos.

También me pregunto qué dirá mi madre cuando le toca hablar de mí.

Desde el punto de vista de ella, a estas alturas de la vida las alternativas son básicamente dos: buscarse un trabajo de verdad (creo que tratar de armar un negocio propio e independiente es un trabajo de mentira) o casarse con alguien que se haga cargo de resolverle a uno los problemas. Yo no sé qué es peor. O sí sé, más bien sospecho que lo peor es andar perdiendo el tiempo preguntándose este tipo de cosas. ¿Se supone que a los 31 uno al menos debería saber lo que quiere de la vida? ¿A alguien más le importan estas cosas? ¿Debería decirle al resto del mundo "no eres tú, soy yo"?

Aprovechando el impulso le pregunté a mi madre porqué no me advirtió desde el principio que el masho proveedor también era una opción. Es que siempre me insistieron tanto con el asunto de las notas, el estudio, el título, que lo otro me tomó un poco por sorpresa. Quizás habría sido más fácil si en lugar de eso me hubieran enseñado a ser simpática y a sonreir todo el rato. Sí, como las princesas.

Hoy, mientras lavaba platos, seguía pensando en las princesas. Últimamente la pregunta es si nadie me enseñó o si yo no quise aprender a cultivar la actitud Blanca Nieves: tranquilita esperando al príncipe que me rescate mientras cuido la casa y canto con los animales. Aunque no me queda claro si el se casaron y vivieron felices para siempre habrá incluído lavado de platos.

jueves, julio 28

la bruja Paulina

Pasó, no sé cómo, que mi ahijada otra vez estuvo de cumpleaños. Celebración, torta y regalos: tres razones para hacerla saltar de felicidad mientras yo pensaba que lo raro de los niños es que hacen evidente el paso del tiempo. Un día Sol no existía, al siguiente era un ser humano completo que lloraba exigiendo atención y ahora es una persona con su propia opinión sobre el mundo. Raro, ¿no?

La parte buena es que ya está en condiciones de conversar, cosa que la hace mucho más interesante. Ella pregunta y yo le respondo. Yo le pregunto y ella encuentra respuestas increíbles. Su único defecto es que sucumbió al encanto de las princesas Disney y aspira a convertirse en una. Y yo me siento un poco culpable por no haber pasado más tiempo con ella para mostrarle otras opciones. No sé si convencerla de que la vida de los piratas es mucho más emocionante, pero podríamos encontrar algún equilibrio.

Por supuesto que no quiero fomentar el asunto con regalos de cumpleaños rosados y brillantes. Qué manera de ganar plata el señor Disney con la imagen de estas señoritas que, como todos sabemos, originalmente estaban bien lejos del glamour hollywoodense. En fin, mucha teoría y declaración de principios pero la verdad es que en la práctica es difícil no caer en la tentación. Sobre todo cuando dos tercios de las tiendas infantiles son rosados y brishantes, uno compra a última hora y la felicidad de la ahijada está asegurada si en el envase de cualquier cosa hay una princesa con copyright.

Lo reconozco: en la librería me fui directamente a unas ediciones de lujo que irradiaban lucesitas y dulzura. Princesas para pintar. Cuentos sobre princesas. El backstage de los cuentos sobre princesas. Y (inserte aquí ataque al corazón en grado máximo) instrucciones para ser como una princesa. INSTRUCCIONES. En serio, un librito con lindas ilustraciones de la Cenicienta o Blanca Nieves más una lista de las características apropiadas a su carácter. La princesa ama a todos los animales. La princesa es muy dulce. La princesa siempre sonríe. SIEMPRE SONRÍE.

Ahí, justo ahí, me quise morir y aborté la misión compra de regalo. No pude parar de pensar si los editores de estos libros escogen frases al azar, como los horóscopos en los diarios, o si de verdad están pensando en formar una generación de amorosas, dóciles y sonrientes mujeres vestidas de rosado. Todavía sigo pensando si hay padres que compran a sus hijas manuales de instrucciones para garantizarles un futuro donde no importe si se sienten mal o si algo les molesta: ellas sonreirán siempre.


¿Estoy exagerando? ¿Soy yo o son las princesas? Claramente nunca leí un libro así de chica: vivo con cara de odio a la humanidad y sonrío sólo en situaciones de necesidad social porque aprendí que así la gente no se espanta. Pero tampoco es que ande todo el tiempo odiando a la humanidad, es sólo que la expresión se malinterpreta. No, los piratas no son un buen ejemplo. Ahora que lo pienso, la vida habría sido mucho más fácil con actitud de princesa.

Algo así le dije a Novio, saliendo de la librería. Y él, después de meditarlo unos segundos, respondió muy cortesmente que a veces le gustaría encontrar más mujeres así. Así, como princesas que siempre sonríen. Princesas que siempre sonríen, pensé yo, y justo en ese momento algo hizo click en mi cabeza. Algo como si un engranaje pequeño se hubiera salido de su eje, algo insignificante dentro de todo el sistema pero muy muy muy molesto.

lunes, julio 25

el block optimista

La mayoría de los blogs que leía se privatizaron o simplemente dejaron de escribir, así que estoy con delirium tremens de vidas ajenas. Me siento un poco sicópata reconociéndolo así, con tanto descaro... pero qué tanto, al final no es tan distinto a leer novelas o ver películas basadas en la vida real, claro que en dosis adecuadas a mi capacidad de concentración actual. 

Mientras buscaba nuevo material de lectura mi cabeza empezó a clasificar los blogs que encontraba. Mi cabeza suele clasificar todo, analizar todo, hacer teorías absurdas, en fin, una lata. Pero el punto es que la clasificación básicamente lleva:

1. El blog temático. Gente interesada en cosas extrañas y dispuesta a escribir sobre esas cosas. Desde las madres que cuentan detalladamente cada logro de sus hijos hasta los fanáticos de unas raras muñecas japonesas. Podría gustarme alguno sobre cocina o tejidos, dos habilidades que me encantaría tener pero que no me alcanzan ni siquiera para entender los post. Descartamos.

2. El blog pro suicidio, donde uno cuenta lo difícil que se le hace la vida y se desahoga y trata de hacer terapia cuando claramente debería irse a acampar a la consulta de un siquiatra. Sí, hola, aquí estamos. Puede ser una herramienta muy útil para liberar tensiones pero claramente es una lata leerlo.

3. El blog optimista. Aquí la autora (¿será que sólo las mujeres escribimos blogs?) cuenta lo maravillosa que es su vida, lo lindos que son sus hijos y lo perfecta que se ve su casa. Puaj puaj puaj de entrada, pero también me quedan algunas sospechas que aplican, de paso, a todo lo que es redes sociales. ¿Si lo estás pasando tan bien con tu novio, qué diablos haces con el computador encendido? ¿Y escribiendo un blog/twitteando/subiendo la foto a facebook? Por favoooor no insulte mi inteligencia. O quizás sí, insúltela no más porque parece que no me había dado cuenta que esa es mejor terapia que andar contándole los traumas a la estratósfera: crear una vida virtual de puras maravillas publicando que el novio tan amoroso otra vez trajo chocolates, que nos estamos riendo un montón en el bar con las amigas, que qué lata tener que esperar al peluquero para ese masaje que soluciona las puntas secas, galla.

Mi hipótesis es que si se escribe una y otra vez mi vida es bacán, al final uno termina creyéndolo. Como un mantra. Así que mi propósito los últimos días fue hacer un block optimista y empezar a contar cosas lindas como los kilómetros que caminamos por la orilla del mar el domingo, el hermoso bolso que compré y donde cabe absolutamente toda mi vida, o lo increíble que es la luz naranja que llega por el balcón cada atardecer. Jajaa sólo pensar en tanta dulzura me provoca dolor de estómago. Puaj puaj puaj para mí.

En fin, la moraleja del fin de semana fue que mi vida funciona mejor cuando me obsesiono con algo y aquí está mi block siempre disponible. Pero no puedo escribir cuando estoy realmente triste porque entonces no tengo ganas ni de encender el computador. Tampoco escribo cuando ando feliz por la vida porque, claro, estoy ocupada siendo feliz. Lo que hago, y esta es otra teoría absurda, es deshacerme de cosas que me dan vueltas en la cabeza, cosas felices o deprimentes. Me acuerdo de Harry Potter, de un aparato que usan los magos para guardar sus pensamientos y mirarlos desde afuera. 

Eso es. Lo que yo necesito es perspectiva. A veces pienso que debería rehacer amigos.

lunes, julio 18

ahorrándome el siquiatra

Mi problema, así en términos generales, es que no puedo ser feliz. No puedo no más. Y ahí es cuando la gente me dice que cómo es posible si tengo todo para ser feliz, que no puede ser que ande inventando estas cosas, que me deje de joder y mejor haga algo útil. Como si no ser feliz fuera una opción que uno elige voluntariamente para arruinarse la vida y, de paso, arruinársela a los demás. 

Yo creo que esto entra en el rango de las cosas que te tocan en la repartición de fábrica. Te toca el pelo oscuro, te toca astigmatismo, te toca la incapacidad de ser feliz. Si me hubieran preguntado, claro que habría elegido ojos funcionales y un carácter dulce, livianito y sociable. El pelo oscuro me gusta.

Mirando atrás, sin análisis detallado, me cuesta encontrar períodos de felicidad total. Total dentro de lo razonable, se entiende. Momentos felices sí tengo, muchos, pero siempre haciendo el esfuerzo para mantener apagada esa parte de mi cerebro que todo el tiempo anda augurando desastres. La angustia está ahí esperando que uno baje la guardia, como esa nube negra que sigue a los dibujitos animados y que al primer descuido les lanza la lluvia.

Si alguien cree que uno disfruta provocando la lluvia a propósito, bueno, seguramente nunca lo ha experimentado. Yo miro a la gente obesa y digo cómo es posible llegar a ese punto sin detenerse antes. Esto debe ser más o menos lo mismo.

En fin, a lo que iba: me cuesta un montón ser feliz. A veces me rindo y digo que no puedo, qué tanto, no voy a poder nunca y mejor no seguir forzando ese asunto. Otras veces digo que es sólo una mala etapa y trato de contrarrestarla obsesionándome con alguna cosa que hace callar las voces mala onda dentro de mi cabeza, o al menos les baja el volumen; así puedo canalizar la euforia trabajando, entablando relaciones normales con la gente y hasta riéndome un montón. Generalmente esto último coincide con el consumo de pastillas con estrellitas verdes.

Pero lo peor, lejos, es que la gente te diga que te dejes de joder porque no tienes motivos para ser infeliz. Es lo peor porque tienen razón, eso lo sé, si una cosa es andar deprimida y otra es volverse idiota. Tengo clarísimo que en mi vida está todo más o menos resuelto: necesidades básicas y las otras satisfechas, familia presente, novio, posibilidad de hacer lo que quiero, todas esas cosas que para muchos podrían ser hasta envidiables. Eso lo tengo claro y pienso en la gente que se enfrentó con una guerra en la esquina de su casa, la que no tiene qué comer, la que perdió un hijo, no sé, gente con miles de motivos para declararse infeliz y yo también me digo "deja de joder y dedícate a algo útil".

Y eso, me lo digo pero no sé qué más hacer. Diría que esa es la parte dolorosa de este asunto.

El camino fácil es quedarse ahí, sentarse y autocompadecerse, comer chocolates y ver mucha televisión. Lo ideal es pararse y seguir, pero el problema es que para eso hace falta energía que yo no tengo. Quiero decir, no sé si tengo muy poca energía o si toda la que tengo la necesito para aguantar las ganas de pegarme un tiro. O, a veces, de pegárselo a otros, tampoco lo voy a negar. De hecho, cuando aparecen en los noticiarios los vecinos de sicópatas asesinos/suicidas diciendo "nooo, si era súper tranquilo aquí en el barrio" siento que su perfil se parece mucho al mío y que mis vecinos dirían más o menos lo mismo sobre mí.

Pero a lo que iba: finalmente todo se traduce en falta de energía. Energía para ser feliz. Toda la que tengo la uso para salir de la cama en las mañanas y ahí se acabó, a esperar la noche para ver si al día siguiente las cosas mejoran. No hay energía para levantarse, para cocinar, para relacionarse con otras personas, ni se hable de trabajar o hacer algo productivo. La energía alcanza para sobrevivir y la gente viene a hablarme de ser feliz y hacer cosas útiles? Que se dejen de joder.

domingo, junio 19

Sol, la vida y la ventana

- La pregunta es: ¿para qué se necesita ser más valiente? ¿Para asumir que una relación se acabó, cerrarla y seguir con la vida? ¿O para tratar de rescatarla?

Mi amiga Sol termina al seco su segundo sour y se queda mirando al vacío un rato.

Yo encuentro que es más cómodo quedarse, ver para otro lado y hacer como que todo sigue bien. Pero no se lo digo porque ella ya despachó al novio y, bueno, precisamente el problema de terminar es que la decisión es un poco más irreversible. Seguir es más cómodo, claro, pero pronto uno se acostumbra a vivir a medias.

Hace unos días leía un blog en el que la autora se preguntaba cada cuánto tiempo es normal pensar en el divorcio. A juzgar por los post siguientes, ella se quedó sólo en el pensamiento y mantuvo al marido hasta ahora. Yo me quedé calculando cada cuánto tiempo pienso en cerrar todo el asunto con Novio. 

Con el tercer sour Sol empieza a contarme el día que terminó con su novio, lo hizo ella porque él no se atrevía. Yo le creo. Me cuenta que fue difícil por el tiempo que llevaban juntos, porque compartían casa, auto y mascota, porque igual de algún modo lo quería aunque ya todo era insostenible. También le creo. Eso que Sol es valiente, no anda por la vida inventando excusas ni se esconde de la gente cuando no quiere enfrentarla. Sol dice lo que tiene que decir y luego se aguanta las consecuencias. 

Pero yo no tengo ni el valor ni el ánimo ni la energía para decir lo que debo decir. Toda mi energía está concentrada en sobrevivir el día, uno a la vez, espantando las ganas de saltar por la ventana o de probar el agua cuando manejo al lado del mar. Eso ya es un tremendo esfuerzo. Entonces, cuando empiezo a hacerme preguntas todo lo demás se paraliza y si no salto de la ventana es porque calculo que con un par de pisos sólo conseguiría una recuperación larga y dolorosa.

sábado, junio 11

31, y qué tanto

Quise tener un blog apenas supe que existían. Fue cuando tuve que hacer una nota sobre el tema, una nota para una aburrida revista dominical dirigida a señores que con suerte habían escuchado hablar sobre internet. Ahora por casoalidad encontré el blog que tenía en ese tiempo, y después de leerlo completo concluí que sigo siendo casi casi la misma persona, con las mismas preguntas existenciales y la misma edad mental de 18 años. Y en ese tiempo ya tenía como 25.

En resumen, los asuntos que me preocupan siempre han sido los mismos; sólo cambia la perspectiva. En la época del primer blog me cargaba mi trabajo y terminé dejándolo para estudiar en la capitale. Tenía un compañerito de oficina que llevaba ahí más o menos una década, y lo describo paseándose del escritorio a la fotocopiadora con esa actitud de resignación eterna. Ahora lleva, no sé, 16 años, y sigue con la actitud aunque tiene menos pelo y un par de medallas por años de servicio.

Lo curioso es que el último blog viene a ser lo mismo pero al revés: parte en período de odio a la pega y termino dejándola para volver de la capitale. Y en este episodio también hay compañeritos resignados.

Conclusión: hasta ahora todos mis planes se armaron a partir del ámbito laboral. Qué estudiar, dónde trabajar, qué hacer. No sé porqué me preocupan tanto esas cosas, quiero decir, más allá de lo que deben preocuparle a todo ser humano para poder mantenerse. No sé en qué momento asumí que el trabajo es lo que te define como persona.

Si usted alguna vez jugó The Sims entenderá la idea. Cuando uno crea el personaje en el jueguito, debe elegir cuál será el ámbito que guiará sus acciones. Por ejemplo, el que opta por la familia dedica su existencia a tener hijos. El que elige carretear, carretea hasta morir, probablemente, de sobredosis. El ñoño que preocupan de estudiar mucho, aprender lo que venga y tratar obsesivamente de ser el mejor en la pega. Adivine cuál soy yo.

Un poco básica la metáfora pero al final la vida no es tan distinta, creo yo.

Lo importante ahora es que volví a tener ganas de tener blog. Y lo bueno es que ya estaba hecho, cumpliendo un año en completo abandono y todavía sin la aparición de conocidos que se sienten con el derecho a criticarlo todo. Ja. No sé porqué me da igual que cualquier desconocido se entere de mis asuntos, pero pensar que me lee la gente más cercana me ataque de pudor. Mala experiencia con el primer blog. Y con el segundo.

A lo que iba con todo esto es que ya cumplí 31, hace una o dos semanas, y las cosas siguen más o menos igual. Mismas crisis existenciales, mismas dudas sobre el sentido de la vida, mismo egoismo insoportable, mismo odio a la humanidad, misma angustia reprimida a punta de estrellitas verdes, misma sensación de no tener a nadie aunque tengas cerca a mucha gente, mismo cansancio por tratar de no hundirse, mismas ganas de mandar todo al carajo y desaparecer o evaporarse o diluirse sin que nadie pregunte cómo ni porqué.

La diferencia, supongo, es que entonces sentía que tenía la vida por delante y en algún momento todo lo malo iba a pasar. Ahora sé que no es tan fácil y empiezo a sospechar que cumpliré 40, 50 y 67 en iguales condiciones, cosa que no es para nada alentadora. Lo único bueno de todo esto es que sentarse a escribir sigue siendo una excelente manera de ordenar las ideas, y de alguna manera todavía me ayuda a sentir que el peso se hace un poco más liviano.

miércoles, abril 6

la felicidad está en el último peldaño

Subir y bajar calles. Sentir el viento en la cara, en el pelo, en la garganta. Ver pasar las micros de colores y subirse a una antigua, oxidada, con la cabina decorada un poco kitsh. Saludar al chofer con una sonrisa y recibir las monedas del vuelto, un "buenos días" y un boleto rosado. Elegir, como siempre, el asiento que queda hacia el lado del mar.

Mirar por la ventana con los audífonos puestos, pensando que por estos lados las casas, las calles y las personas tienen colores distintos. Más vivos, puede ser. Sentir que con cada curva la micro se desarma porque los fierros crujen y los asientos parecen salirse de sus bases. Confirmar que al chofer seguramente no le importa pero igual pedirle que pare en una esquina que no es paradero.

Caminar, caminar, caminar. Subir una escalera sin tener ninguna certeza sobre su destino. Pensar que así mismo es la vida. Disfrutar las casas antiguas que han sobrevivido a tantas cosas. Bajar otra escalera con las manos en los bolsillos, el aire del mar pegando de frente, frío, como una cachetada de esas que te obligan a sacudir las excusas porque al final, sea como sea, hay que seguir adelante. Mirar otra vez la línea del horizonte tan limpia, tan simple, tan increíblemente perfecta. Sonreír.

Comprar un café en la plaza, arrancar de los perros vagabundos, encontrar un lugar familiar donde quedarse a mirar las grúas que descargan en el puerto.

lunes, abril 4

oda a las estrellas verdes

La primera vez que tomé antidepresivos mis compañeritos de trabajo se pasaron un par de días preguntándome qué me pasaba que andaba tan acelerada. O hiperventilada. O rara. Creo que esa fue mi época más productiva en la pega: caminaba mucho por la oficina pidiendo opiniones y preguntando cosas, me concentraba fácilmente, terminaba rápido y no perdía tiempo pensando en la inmortalidad del cangrejo o en el sentido de la vida o en los motivos que tenía para estar ahí.

Era simpática, eficiente, estaba llena de energía y hasta me puse un poco sociable. Dejé de pelear con la gente y empecé a sonreir cuando otros criticaban porque sí. Salía con mis amiguitos, escuchaba mucha música, tenía dos trabajos y planificaba cosas. 

Pero de algún modo no era yo. Era yo con piloto automático, viendo como todo pasaba en una pantalla gigante y cámara lenta, desde una cómoda butaca reclinable sin derecho a reclamar. En verdad soy dispersa, con serios problemas de concentración y capaz de pasar horas cuestionáme porqué hago lo que hago. Tengo pésimo humor, serios problemas para socializar y una incapacidad absoluta de tomar decisiones. 

Entonces no era yo, pero todo resultaba más fácil. Piloto automático se levantaba por las mañanas, tomaba decisiones, elegía las palabras y reprimía el instinto asesino. Todo resultaba tan fácil que desde entonces la tentación es enorme. Sería muy fácil sentarme frente a un siquiatra para contarle sobre mis padres, mis problemas de pertenencia, mi incapacidad de asumir compromisos. Y al final de cada sesión salir aliviada con una receta en el bolsillo.

Sería fácil tomar una pastilla para la felicidad cada mañana, que me diera energía y callara las voces en mi cabeza. Y otra en las noches, para dormir de corrido sin soñar con todas las cosas debo hacer, o las que debí hacer y nunca hice. Dos cajas con estrellas verdes sobre el velador y la vida resuelta.

martes, marzo 29

sobre la incapacidad de poner título

Hace un rato mis neuronas partieron de vacaciones. Cierro los ojos y las siento carretear dentro de mi cabeza al ritmo de The Strokes, saltando con sus margaritas en la mano para terminar tiradas sobre la arena esperando el amanecer. Tequilas, no flores, así que la caña es más o menos constante.
 

Al principio no importó mucho porque coincidía con mis propias vacaciones, después con el cambio de casa y luego con el interminable proceso de desarmar cajas y ordenar, ordenar, ordenar. Y claramente decidir dónde poner un florero no requería un gran esfuerzo mental. Pero ahora sí las necesito. Ahora hay que producir, hay que tomar decisiones importantes, y en lugar de respuestas a los asuntos trascendentales de la vida me encuentro un eterno y desagradable dolor de cabeza. 

Me cuesta pensar. Me cuesta saber si hoy es mejor día que mañana para ir de compras. Me cuesta entender las instrucciones de la receta del kuchen de manzanas. Me cuesta terminar un post. Me cuesta recordar si ya le pregunté a Novio dónde están las llaves, y luego él me canta una versión personalizada del último éxito de Chico Trujillo. Hasta me cuesta encontrar las palabras para pelar a la nueva vecina gritona y... gritona, digamos. 

Y del trabajo ni hablar. Cero capacidad de producir, de inventar algo nuevo, de hacer algún aporte a la humanidad o al menos a mis cada vez más escuetas finanzas. Tengo la vaga sensación de estar dejando pasar tiempo y oportunidades nada más que por incapacidad de reacción.

Empecé a pensar si mi cerebro tendría fecha de vencimiento, algo así como una letra chica anunciando que a los 30 se acaban los recursos para generar ideas. Quizás por eso llega un momento en que la gente deja de buscar cosas nuevas y decide quedarse donde está, quieta, cómoda, tranquila. Pero a mí eso todavía me da susto.

Mi amiga Rose pronto cumplirá 30 y la empresa donde trabaja -que acostumbra bailar tap sobre toda la legislación laboral vigente- por fin decidió contratarla. Así que en un par de semanas ella celebrará, además del nuevo año, la estabilidad, la seguridad, la posibilidad de tener vacaciones y la satisfacción de anunciarle a todo el mundo que es una trabajadora oficial. 

Yo de verdad me alegro por ella pero seguramente, en su lugar, antes de poner mi firma habría superado cualquier récord de diez mil metros planos. El cálculo es simple: si me contratan a los 30 y jubilo a los 60, serán tres larguísimas décadas saliendo todos los días a la misma hora para llegar al mismo sitio y ver las mismas caras mientras hago la misma pega. Uf.

No es que me enorgullezca de mi incapacidad para asumir compromisos, pero honestamente es una opción que no me seduce para nada. Seguramente mis decisiones nunca aparecerán en un libro de autoayuda como ejemplos de aciertos para alcanzar el éxito. Y qué tanto. Lo estoy disfrutando y, como canta el bueno de Julian, you only live once.

Creo que esa noche, después de terminar mi sour, felicité a la afortunada Rose por su contrato y partimos con Novio por las frías calles del puerto. Lindo lindo el viento helado. Y quizás por el frío, quizás por el alcohol, se me ocurrió una nueva teoría sobre las vacaciones de mis neuronas: puede que necesiten una recarga de batería, cambiar de aire, desafíos para hacer algo nuevo. 

Sería bonito encontrar un motivo para hacerlas volver, con sus loncheras bajo el brazo y muy entusiasmadas por sus nuevas tareas.

La otra opción sería resignarme y, no sé, dedicarme en exclusiva a ser dueña de casa, cosa que difícilmente soportaría por más de unas semanas. Aunque en estos días ya aprendí a preparar lentejas y estoy por ganar el mano a mano con el kuchen de manzana. La tercera es la vencida, dicen.

viernes, marzo 4

qué lástima pero adiós...

A veces me acuerdo de mi último trabajo y parece que todo hubiera pasado hace mucho mucho tiempo. Así como el penúltimo fue hace mucho mucho mucho tiempo, o el que tuve antes... En fin. Lo importante es que mi último trabajo, ese que me aburría cada vez más, ese que me obligaba a compartir el espacio con gente derechamente sicótica, ese que me estaba convirtiendo en una vieja de mierda sin ser una persona de mierda y claramente sin ser vieja, ya no existe más. 

Mi última jornada laboral la celebré con una selección de canciones sobre despedidas. La palabra de búsqueda fue "adiós". Adiós a Jefecito que todos los días tenía reuniones fuera de la oficina hasta las 12. Adiós a Emilia, la vecina de escritorio con neurosis mal tratada cuya máxima aspiración en la vida es ocupar el lugar de Jefecito pero no se atreve a salir de la comodidad de su puesto. Adiós a las amiguitas de Emilia que se encerraban en la oficina a pelar y que justo cuando me veían aparecer recordaban sus múltiples deberes pendientes. Adiós a las viejas de mierda que sin ser viejas tenían una amplia experiencia en el tema... y contagiaban. Adiós a los espacios mal ventilados, al edificio terremoteado (literalmente), a los baños clausurados, a las oficinas sucias porque alguien olvidó renovar el contrato a la empresa de aseo.

Bueno, igual me acuerdo de las cosas buenas, como esa sensación de que al menos parte de mis acciones aportaban a la humanidad, en vez de aportar solamente a engrosar la cuenta bancaria de algún señor que ya es dueño de la mitad de este país. También me acuerdo de los viajes, que no estuvieron nada mal. Y lo mejor de todo, pude saber cómo es eso de trabajar en el área "social", con gente de verdad que te sonríe para agradecerte por hacer tu pega, en lugar de perderse en esa extraña masa del "público" que quizás te lee o quizás usa tu diario para secar el piso de la cocina.

También pude saber cómo es en realidad esa ilustre empresa que siempre había mirado con ganas, cómo son las reuniones con gente que toma decisiones importantes, cómo se toman esas decisiones... y entender porqué estamos como estamos. Y, claro, también están los compañeritos buena onda, que no eran pocos y de los que realmente me dio pena despedirme. 

Pero lejos, lejos, lejos, lo mejor de ese trabajo era que me inspiraba a escribir un blog. Y me dejaba el tiempo. De hecho, siempre me costó eso de cumplir horario, debe ser porque en el mundo real del periodismo uno termina sus notas y se va. Es raro sentir que a uno le pagan por el tiempo y no por el producto, lo que en la práctica significa que varias veces me pagaron por escribir este interesantísimo blog. O a las compañeritas por fumar en la puerta. O a Jefecito por jotear a las trabajadoras jóvenes e inexpertas.

Lejos lo mejor, sobre todo en los últimos meses, era que podía escribir, leer y comentar blogs a destajo. Y ahora que pretendo lanzarme al mundo del autoemprendimiento me siento tremendamente culpable cada vez que quiero hacer esas cosas. Ahora siento que mi tiempo es totalmente mío, que mi trabajo es totalmente mío, así que toda pérdida me afecta. Y así han pasado los meses.

Al final salí de la oficina de una forma bien poco glamorosa, con un bolso gigante en el que apenas cabían todas las cosas acumuladas en el escritorio durante dos años, gratamente sorprendida por la forma en que me despidieron muchas personas y cantando una canción que bien podría calificar como sountrack de muchas situaciones de la vida. Se me ocurren al menos un par en que ya la canté, pero esta vez también aplicaba. Es que después de todo no iba a llorar y decir que no merecía eso... porque es probable que lo merezca pero no lo quiero, por eso me fui. Hace harto rato ya.

miércoles, enero 19

2011

Entonces uno despierta un día y ve que las cosas ya no son iguales. Eso no significa que sean peores ni que sean mejores, sólo que cambiaron, y la verdad es que de vez en cuando está bien que cambien. No me quejo. Sí me sorprendo mucho al ver que cambian tan rápido. Quiero decir, hace dos días vivía con mis padres, ayer estaba sola en Santiago, ahora con Novio somos nómades.

Fue como una gran ironía volver con Novio al lugar donde nos conocimos. Como si ese verano todo hubiera quedado en pausa y ahora volviéramos a pararnos donde mismo para retomar la historia en el mismo punto. Pero nosotros no somos los mismos. Supongo. Ahora estamos juntos. Ahora tenemos la posibilidad de tener una casa para los dos. Ahora pensamos en criar un perro y cuidar un jardín. Ahora tenemos un montón de cosas (de verdad un montón, muchas más de las que imaginamos) metidas en cajas de cartón y repartidas en casas de bodegueros solidarios.

Ahora podemos hablar con propiedad de las veces que fuimos y vinimos por la ruta 68, o anduvimos en metro, o paseamos por el Parque Forestal, o comimos hamburguesas en la bomba de la esquina. Y es tan raro que todo eso haya estado ahí y ya no esté. Es muy raro ahora volver a caminar por las mismas calles que caminé hace dos veranos, cuando conocí a Novio, o antes, cuando era una periodista sin cuestionamientos vocacionales, o cuando era estudiante, o cuando era a la vez estudiante y periodista que viajaba en bus para ir a clases y luego volvía para hacer entrevistas.

No sé si seré la misma persona con distintas circunstancias o muchas personas a la vez. Pero apostaría cualquier cosa a que el tiempo es absolutamente circular y que cuando vuelvo a caminar por los pasillos del edificio donde alguna vez trabajamos con Novio soy la actual, la de hace dos años, la de hace seis. Todas preguntándose las mismas tonteras. Todas pensando en lo irónica que es la vida por devolvernos a los mismos lugares una y otra vez.

- "Vas a tener que cambiarle el nombre a tu blog", me dice Novio cuando le hablo de estas cosas.

Y yo le respondo que no, que esto me ha pasado siempre, así que no le veo mucha relación con la crisis de los 30.

 

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