jueves, diciembre 16

encuesta rápida sobre la toma de decisiones importantes para la vida

1. ¿Qué hace usted cuando encuentra que sus actividades laborales de todos los días son una verdadera lata? ¿Cuando siente que su pega ya no significa ningún aporte a la humanidad ni a usted mismo? ¿Cuando su Jefecito le miente descaradamente diciéndole que no tendrá plata para renovarle el "contrato", coronando así una larga lista de mentiras que ya la tienen realmente aburrida por lo poco inteligentes? ¿Cuando mira a sus compañeritos y teme convertirse también en una vieja amargada y sin vida a los 31?

a) Se traga la rabia, el orgullo y la mala onda para rogar por otra oportunidad que le asegure un sueldo todos los meses.
b) Trata de hacerse amigo de los amigos de Jefecito, para caerles bien y obtener algún beneficio a cambio de oscuros favores.
c) Recoge sus cosas, ordena su escritorio y se larga dignamente a buscar otros horizontes, mientras canta una reveladora canción de su juventud pero en versión rockera actualizada.

2. ¿Qué hace usted cuando decide que definitivamente no quiere seguir viviendo en una ciudad llena de gente neurótica, con un pésimo sistema de transporte, que le empeora la alergia con la contaminación, que le provoca dolor de cabeza con los bocinazos y que cada dos días le hace temer morir atropellado, apuñalado o aplastado por la masa de gente descontrolada?

a) Se aguanta, porque en esa ciudad están casi todos los trabajos estables y dignamente remunerados.
b) No se preocupa porque la calidad de vida da lo mismo si a cambio de sacrificarla puede ganar grandes cantidades de dinero para invertir en joyas, viajes y un lujoso departamento, que luego fotografiará y publicará en facebook para envidia de sus amigos y familiares.
c) Recoge sus cosas, limpia su departamento y parte con Novio de vuelta al pueblo natal de ambos, apostando que no morirán de hambre a pesar de la eterna crisis económica de la zona.

3. ¿Qué hace usted cuando siente que, profesionalmente hablando, ya hizo todo lo que quería hacer (no porque usted sea muy bacán sino porque al parecer calculó mal los plazos)? ¿Cuando usted tiene la posibilidad de dedicarse a algo que no es ni tan glamoroso ni tan bien remunerado pero que le ofrece a cambio un poco de adrenalina, un poco de entretención y un poco de tiempo para otras cosas que también le gustan?

a) Le resta importancia a sus sentimientos para quedarse eternamente en una pega latera que le dará seguridad hasta jubilarse.
b) No cambia por nada del mundo el glamour, la vaga sensación de superioridad moral y la envidia provocada en los amigos cuando les cuenta que su trabajo en la ilustre empresa le permite aparecer en las páginas sociales condeándose con las celebridades del mundo cultural en un cóctel tras otro.
c) Dice "¡qué tanto!", si al final la vida es demasiado corta para pasársela aburrida en una oficina mal ventilada, si lo que de verdad vale la pena es pasarlo bien, así que pone todos sus porotos en el número elegido para su apuesta y luego salta al vacío con los ojos apretados.

4. ¿Qué hace usted si suma 1, 2 y 3, más unos pocos ahorros que le permitirán vivir dignamente mientras se estabiliza la cosa, más la posibilidad de ir a almorzar de vez en cuando a casa de las respectivas familias, más la adrenalina del desafío, más las ganas de hacer algo distinto, más la sensación de partir a colonizar tierras desconocidas aunque en realidad se va al lugar donde pasó más de 25 años?

a) Entra en pánico y no hace nada, no vaya a ser que las cosas empeoren y pierda lo que ya tiene.
b) En realidad a usted no le interesan esas cosas, su importantísimo trabajo no le deja tiempo para pensar en asuntos que no sean de trascendencia mundial, por eso tiene que hacer reuniones de pega los viernes en la tarde en vez de carretear con sus amigos o visitar a su familia.
c) Entra en pánico pero también se alegra porque la incertidumbre tiene cierto encanto, porque está aburrida y piensa que todo será mejor, porque echa de menos a la familia, el aire limpio y el olor a humedad o a tierra o a árboles, porque siempre le han gustado los cambios, porque Novio la convence con el panorama de tener perro y sacarlo a pasear por calles que tienen una razonable densidad demográfica. Grita de pánico y de alegría al mismo tiempo, se asusta y se ríe por todas las cosas que podrá hacer, siente un poco de pena por los compañeritos buena onda -que sí los hay- y por los amigos que dicen que la echarán de menos, confía en que el futuro será increíble, empieza a planificar cosas y se lanza a la vida con una pega nueva sólo más o menos estable, sin saber dónde va a vivir pero invitando ya a las inauguraciones... 


* Resultados:
- Si todas sus respuestas son a) seguramente vivirá y morirá en el mismo lugar donde ahora está parado. Bien por usted, pero qué fome encuentro yo.
- Si todas sus respuestas son b) venga a trabajar a esta ilustre empresa que desde el 1 de enero tendra algunas vacantes.
- Si todas sus respuestas son c), hágase un blog: le resultará muy útil para liberar tensiones. Luego empiece a practicar respuestas para toda la gente que le preguntará una y otra vez si está usted loco.

martes, diciembre 14

saltando al vacío y mirando después

Lista de fin de año de la familia Santiago+Novio:

  Decidir qué hacer con nuestras vidas.
- Comprobar qué tan factible es hacer lo que queremos hacer con nuestras vidas.
- Sacar cuentas para ver cuánto alcanzamos a financiar.
- Comunicar la decisión a las familias.
- Recibir, de parte de las familias, exclamaciones de sorpresa, gestos de preocupación y múltiples preguntas que en general apuntan a si realmente estamos seguros de lo que haremos. (En proceso todavía).
- Escuchar a Jefecito decir, con la mejor cara de compungido que le permiten sus escasos dotes histriónicos, que lamentablemente Gran Jefe no le dio presupuesto suficiente para seguir repartiendo manzanas el próximo año. 
  Confirmar con Gran Jefe que Jefecito miente descaradamente.
- Lograr que Jefecito firme la autorización para mis vacaciones pendientes. (Uhu!)
- Disfrutar las vacaciones durmiendo hasta tarde y viendo películas.
- Avisar a la corredora que le devolvemos el departamento.
- Conseguir cajas.
- Meter en cajas todas nuestras pertenencias.
- Conseguir un lugar para guardar las pertenencias mientras encontramos donde vivir.
- Conseguir transporte para las pertenencias, ojalá barato.
- Lograr consenso con Novio sobre cuál será el mejor sector para vivir. 
- Impresionarse con lo difícil que es lograr consenso sobre dónde vivir. 
- Encontrar un nuevo lugar para vivir, en el sector acordado.
- Instalar la decoración Navideña.
- Comprar regalos de Navidad.
- Viajar para pasar Navidad con las familias.
- Cerrar todos los asuntos pendientes en las respectivas pegas.
- Limpiar el departamento para devolverlo en condiciones dignas. (Cosa que habría agradecido un montón al anterior arrendatario...)
- Decidir qué hacer en Año Nuevo.
- Celebrar a moriiiiiiiiiiiiiiiir.

lunes, diciembre 13

Estimado señor Pascuero:

¿Señor Pascuero? La verdad, no sé cómo decirte. Siempre fuiste el Viejo Pascuero pero supongo que no debe ser muy alentador que te anden tratando de viejo por la vida. Lo de Santa me parece demasiado gringo y demasiado formal. Pero eso debe dar lo mismo, si ya nos conocemos hace tanto años. Treinta, para ser exactos.

Y déjame decirte que han sido 30 años de puro amor, al contrario de quienes reniegan de ti o cuestionan tu capacidad de llegar a todas las casas del mundo en una sola noche. Para mí esos son sólo detalles y tengo varios argumentos al respecto. Por ejemplo, Felipe, mi muñeca favorita de la infancia. O la bicicleta azul sobre la que pasé tanto tiempo y que casi me cuesta un dedo. O las tres semanas de vacaciones que me mandaste con Jefecito de la época, aunque en mi calidad de honorarios permanente no me correspondía ni descanso por Navidad. Y después hiciste aparecer a Novio, aunque ese año no lo pedí expresamente pero supongo que después de tanto tiempo seguro ya sabes lo que me gusta.

Para este año no tengo muy claro lo que quiero. O sea, se me ocurren un montón de cosas que me gustaría tener, pero en el fondo entiendo que no son prioridades. (¿Ves la madurez que he alcanzado? Seguro merezco algún premio por eso.) Se me ocurren tazones para tomar té, mejor si son de algún material irrompible. También me gustaría tener un perro, ojalá con espacio para ponerlo. Quiero audífonos nuevos, pisos para sentar a las visitas, un bloqueador muy potente y una crema para no tener arrugas.

Pero claro, puedo vivir sin eso. Quizás debo pedirte un trabajo nuevo, entretenido, útil, con compañeritos simpáticos. Uno para mí y otro para Novio -el es un tipo maduro así que dudo que quiera escribir su propia carta-; si es posible que no estén muy lejos para que podamos almorzar juntos de vez en cuando. ¿Será mucha exigencia? Es que de chica me enseñaron que no debía exagerar porque si no los otros niños del mundo se quedaban sin regalo. Y yo, que siempre he sido tan consciente con la humanidad, me limitaba a una petición por año.


Sigo siendo muy considerada, como puedes ver. Y, bueno, si somos rigurosos debo admitir que tengo todo lo que necesito. Todo lo que siempre quise, y eso no es algo que uno declare tan fácilmente en estos días. Hay que reconocerlo: con Novio estudiamos lo que quisimos, trabajamos en lo que quisimos, compramos a Salvador, compramos muchas cosas útiles e inútiles, viajamos, comimos banana split, hicimos asados, bailamos con los amigos, vimos miles de películas. Vivimos en un departamento lindo con vista a otros edificios, con piscina que se echó a perder en la mitad del verano, con un sistema de agua caliente que falla cada cierto tiempo.

Después de este arranque de sinceridad, siento que abuso un poco pidiéndote cosas. Hicimos lo que queríamos hacer, tenemos lo que necesitamos,  lo que venga ahora es sólo un agregado, como el arroz en los asados, ¿ves? Así que si te parece, te pediré sólo que nos ayudes a mantener las circunstancias actuales, que donde sea que nos pille el próximo año tengamos un lugar donde trabajar, ver películas y recibir a los amigos.

Si te queda tiempo y ánimo, podría ser un lugar con vista al mar y un jardín donde experimentar con las plantas y poner una casa de perro, pero no te sientas presionado que para eso puedo esperar.

Mucha suerte con tu trabajo, que seguramente ya es intenso.

Cariños,

Pau S.


martes, diciembre 7

auch

Escucho a The Strokes para mantenerme despierta. La oficina está vacía, es la hora de la siesta y por la ventana entra una brisa de lo más veraniega. No quiero trabajar. Estoy cansada, aburrida, con ganas de desaparecer un rato. Pero entiendo que no uno no se puede pasar toda la vida desapareciendo. Entiendo que es hora de afrontar las cosas. Entiendo, pero no quiero, Además me duele un poco la cabeza.

Cuando la oficina está vacía pienso en el pasado de esta casa como casa, o sea, antes que la convirtieran -con escaso sentido estético- en oficina. Me gusta imaginar una chica de la época, con corsé y muchas enaguas bajo el vestido, apoyada en la baranda de fierro forjado que hay sobre el alféizar de la venta, con la vista perdida en los campos que seguramente existían en lugar del edificio que ahora tapa el sol. La imagino asomándose para respirar algo de aire fresco y espiar si alguien se acerca, moviéndose al ritmo de The Strokes totalmente despreocupada porque finalmente su principal actividad en la vida es esperar que las cosas pasen.

Me asomo a la ventana pero no viene nadie. Subo el volumen de la música tratando de decidir qué clase de persona quiero ser, porque finalmente de eso se trata todo. Esperar en la ventana es muy cómodo pero también muy aburrido. Saltar al vacío provoca vértigo, incertidumbre y aumenta la adrenalina, y puede que abajo uno se encuentre un camión que transporta algodones o nada más que el cemento de la vereda.

Mirando hacia atrás siento que mi vida ha sido una alternancia de saltos repentinos y cómodas estadías más largas de lo recomendado. Lo bueno es que de una manera u otra he ido llegando a casi todos los sitios donde quería llegar. Lo malo es que a pesar de los años todavía no aprendí a tomar decisiones.

Quería escribir sobre lo agradables que han estado estos días sin calor, sobre el olor a frutillas que inundó las calles gracias a los vendedores y sus carritos de madera, sobre lo maravilloso que es llegar a la casa por las tardes y tomar helados con Novio mientras vemos Los Simpsons. Pero ya no puedo pensar en esas cosas porque mi atención está puesta en lo que viene. Y lo que viene es lo que yo quería que viniera, quizás no con las mejores condiciones pero en el fondo en el fondo sí es lo que yo quería. Entonces llegó el momento, hay que saltar, y me cuesta un poco soltar los fierros de la ventana.

- "Tengo miedo", le digo a Novio y le pido que me abrace y me diga que todo va a estar bien. Él me abraza y me dice que no me preocupe, aunque sabe que sé que las cosas no serán fáciles. Y los dos sabemos que si fuera fácil sería una lata.

lunes, noviembre 29

la horrible pega de buscar pega

Si mi vida fuera una teleserie, justo ahora sonaría el teléfono porque en alguna importante empresa el guapo y millonario gerente concluyó que su negocio va directo a la quiebra sin mi brillante aporte. Entonces me invitaría a cenar en un restorán de lujo para hacerme una oferta que no puedo rechazar: estar a cargo de un área fundamental para la compañía, trabajando sólo un par de horas diarias en una oficina enorme que mira a la ciudad, con un sueldo similar al PIB de un país pequeño y una secretaria sonriente que me lleva café de verdad. Además, claro, de un fogoso romance que terminaría cuando alguien quede ciego o se entere que el hijo no es suyo.

Pero soy una chica normal que escucha a The Strokes cada mañana para no dormirse en el metro, cuyo apellido no es ni Edwards ni Bofill, no creció en esos ambientes selectos que ahora permiten llamar al "tío" para conseguir la recomendación necesaria, ni tiene un cerebro particularmente genial como para que se lo peleen las grandes universidades del planeta. Las opciones, entonces, se limitan a buscar pega como hace todo el mundo. Y eso significa básicamente tres cosas: saber armar un CV, saber elegir dónde mandarlo y saber impresionar a la persona que entrevista.

Armar un CV, aka Curriculm Vitae, debería ser una tarea de lo más fácil: nadie sabe mejor que uno lo que ha hecho en la vida. El tema es cómo seleccionar, entre todo lo que se ha hecho, lo que uno quiere que los otros sepan. Y cómo mostrárselos lo suficientemente interesante, serio y profesional para parecer una persona interesante, seria y profesional. Sin mentir demasiado, por supuesto.

Siempre me ha frustrado la parte del CV. Es que, considerando que suelo relacionarme mejor con el mundo cuando es por escrito, siento que debería pasar esta etapa sin inconvenientes para concentrar mi pánico en la serie de entrevistas. Pero es al revés: me cuesta un montón explicar porqué alguien debería contratarme, resumiendo en un par de líneas mi increíble aporte a los lugares donde trabajé.

Puede ser que las empresas no me llamen porque mi CV está mal hecho. También podría ser una conspiración del universo, pero lo dudo. Creo que el punto es que soy pésima para dar a entender lo buena que puedo ser en una pega. Para venderme, en el sentido marketero de la palabra. Novio insiste en que debería jugármela, pero creo que tengo una limitación genética para llamar a los amigos que andan buscando periodista, para hacer lobby con los encargados de selección, para demostrar mi interés aunque me muera de ganas por conseguir cierto trabajo. Lo sé: es una pésima estrategia esperar que las cosas lleguen por sí solas.

Tampoco soy muy buena eligiendo dónde postular. Entro a los sitios como Laborum, o reviso los datos enviados por el amigo del amigo del amigo, y me encuentro con millones de ofertas que compiten por ser la más confusa. La mayoría vienen de importantes empresas del rubro (inserte aquí una actividad cualquiera) que buscan profesional de excelencia para desempeñarse en el área comunicaciones/manejo de medios/internet/etc. No sé si yo soy demasiado exigente, pero asumo que no es taaaaan difícil precisar qué diablos esperan que uno haga, dónde y a cambio de cuánto dinero. ¿O será que dan por hecho que uno está dispuesto a hacer lo que sea, en el lugar que sea y por las lucas que sean?

¿Será que también analizan cuánto estamos dispuestos a mentir para conseguir la pega? O sea, no se me ocurre otra razón para pedir que uno responda, por ejemplo, qué motivación tiene para postular. Obvio que uno termina diciendo en 150 caracteres que actualizar la intranet de una farmaceútica es el sueño de toda la vida, y que sólo podrá ser feliz si consigue ese trabajo. Lo mismo con las pretensiones de renta. ¿Habrá alguien dispuesto a pagarme lo que pido? ¿O lo exigen sólo para reirse de lo iluso que puede llegar a ser un postulante?

Hace ya harto tiempo que decidí cambiarme. Al principio sólo me dediqué a mirar las ofertas, buscando algo que se adecuara a mí. Luego fui ampliando el filtro, volviéndome más tolerante con las posibilidades y el rango de sueldo. Actualicé el CV, reviví mis cuentas en los sitios de búsqueda, avisé a los amigos y hasta puse en mis nicknames "buscando pega". Pero nada.

Y ahí es cuando uno empieza a preocuparse. No es que sea muy exigente: claramente el romance con el gerente no me interesa, porque todo el mundo sabe que más de un romance a la vez es complicado y los gerentes nunca han sido mi tipo. Tampoco aspiro a los millones: si ese fuera mi objetivo en la vida, para empezar no habría sido periodista. Y después de haber trabajado en un entrepiso sin ventanas y en una oficina BAJO un estacionamiento donde sentía que los autos pasaban sobre mi cabeza, la verdad es que el lugar no es tan relevante. 

A lo que aspiro es a un trabajo más o menos interesante, con compañeritos mentalmente saludables y un sueldo digno. ¿Será mucho pedir? Por ahora le hacemos empeño con el CV y las postulaciones. Esta vez todavía no llego a las entrevistas, pero por si acaso he aprendido de mis experiencias anteriores y ya sé que no es bueno dibujarse caminando feliz y sin paraguas bajo la lluvia.

miércoles, noviembre 24

breve paseo por la cabeza de Paulina Santiago

Señora, señor, póngase cómodo y camine con cuidado, mire que uno nunca sabe lo que puede encontrar por acá. Verá usted que las cosas están algo revueltas y que a ratos se mueve un poco el piso, pero no se asuste: lo que pasa es que la señorita Santiago se complica cuando le toca tomar decisiones y amenaza con hacer explotar todo esto. Claro que al final nunca pasa nada grave y la crisis sólo dura un par de días.

Tampoco se asuste si no alcanza a ver lo que viene más adelante; pasa que estamos cruzando una época un tanto incierta y a ratos nos cuesta prever lo que nos vamos a encontrar. Eso puede ser bueno o puede ser malo, todavía no lo decidimos. De lo que sí debe cuidarse es de la mano del señor Smith. ¿Que si podrá verla venir? No pues, acuérdese que es invisible. De vez en cuando nos pega unos golpes que hacen perder el equilibrio: nuestra recomendación es que no se relaje aunque todo el universo lo lleve a caer en la tentación.

A su derecha, en ese archivador desordenado de la esquina, están todas las películas, libros, conciertos, viajes y otras informaciones que la cabeza de P.S. absorbió alguna vez; el problema es que nunca los encuentra en el momento apropiado. Debe ser porque la mayor parte del espacio lo ocupan programas de televisión; es que ver tv es la actividad a la que ha dedicado más tiempo en su vida, desde que era niña y el abuelo la retaba por sentarse tan cerca... y tenía razón: si usted encuentra que aquí dentro las cosas se ven algo distorsionadas es porque esta chica tiene astigmatismo. 

Tanta televisión también le dio la habilidad de hacer extrañas asociaciones entre situaciones de la vida y una imagen, un personaje o un diálogo cualquiera. Algo parecido le pasa con las canciones, por eso ustedes pueden oír como música de fondo parte de su soundtrack mental permanente. ¿Que si escucha voces? No, todavía no llegamos a eso. 

En ese rincón, el más oscuro de todos, con un poco de esfuerzo podrá ver la foto de Jefecito. Ah, no se fije en los dardos que le pican los ojos, sólo fue un momento de furia. O varios. Pero lo importante aquí es el cronómetro en cuenta regresiva y las zapatillas de clavo colgadas al lado. Sí, es verdad que la señorita Santiago quiere cambiar de trabajo, pero no ha pasado nada con la búsqueda.

Ahí en el escritorio junto a la ventana están todos los curriculum actualizados, que van saliendo cada día en sobres cerrados. Esa sombra que va creciendo justo al lado es una mezcla de frustración y aburrimiento por tener que esperar eternamente una respuesta, más algo de tendinitis en el índice derecho tanto actualizar el correo para ver si pasó algo. Pero no, no ha pasado nada. Seguimos esperando ansiosamente.

¿Que quién es esa niña con maletas y pasajes en la mano? Es la Paulina mamona, que quiere volver a Pueblo Natal para poder tomar té con su abuela todas las semanas y comer carbonada o lentejas bien hechas de vez en cuando. La que la sostiene con todas sus fuerzas es la Paulina madura, no es muy grande pero hace bien su pega: armar la lista para el supermercado, revisar el estado de la cuenta corriente, levantarse a la hora todos los días para ir a trabajar. También pretende ocuparse de ese espacio lleno de telarañas donde se guarda la tesis inconclusa del magíster, pero todavía no ha tenido éxito. Una lástima.

Por este pasillo tenemos la exposición del pabellón de la construcción, donde P.S. viene a dar una vuelta de vez en cuando. Es que encuentra que un closet para dos personas es casi inhumano, así que quiere vivir en otra parte. Pero igual le gusta su departamento. Y se complica con esto de elegir barrio. Además ahora Novio sugirió que entre pagar arriendo y pagar dividendo, mejor lanzarse por la compra...

Pero mire, precisamente aquí está Novio ordenando las cosas. Sí, hay que reconocerle que ha hecho un trabajo de lujo: por allá en la jaula de la derecha puede ver la mayoría de los traumas y obsesiones de Paus. Y esa puerta que está desempolvando da a lo que se llama "capacidad de compromiso", algo que ninguno de nosotros sabíamos que estaba aquí y que ahora descubrimos que queda al lado de la pieza de "proyecciones a futuro", donde en el fondo, bien escondido, hay un librito pequeño titulado "casa, hijos y perro". No, todavía no lo hemos investigado, se nos mueve un poco el piso cuando nos acercamos.  


la verdad gracias a www.wordle.net


martes, noviembre 23

the ex walking dead

Hace un par de noches soñé con la casa donde vivía cuando era una joven y grácil adolescente. Nunca me gustó esa casa porque era demasiado grande, fría, húmeda y oscura, además en las noches crujía muy siniestramente. Por eso fue que después me obsesioné con las casas bieeeeen iluminadas y con harto sol, hasta que se me pasó la mano con mi departamento actual y ahora, entre diciembre y marzo, el único lugar soportable es dentro del refrigerador.

Pero eso no era lo importante. A lo que iba: en el sueño nos atacaba un ejército de zombies dirigido por una chica de pelo largo y vestido celeste que flotaba unos centímetros sobre el piso. Con mi madre tomábamos té junto a la mesa de centro y, cuando veíamos a los zombies entrar por una puerta, les abríamos la otra para que pasaran de largo. Luego cerrábamos bien para evitar que volvieran y seguíamos comiendo galletas y hablando de la vida mientras mi hermana veía televisión en su pieza sin enterarse de nada, como suele pasar.

Bien freack el sueño, lo sé. Creo que tuvo que ver un poco con esa nueva serie de Fox sobre zombies devoradores de gente, que aunque se ve bastante interesante yo me he negado a seguir porque para esas cosas soy muy niñita y después me asusto cuando no hay luz. Lo reconozco. Pero como también soy ñoña y obsesiva, estuve leyendo sobre la historia y me encontré con que los zombies no son tan relevantes como la forma en que los sobrevivientes tienen que organizarse, generar vínculos y generar una especie de sociedad nueva. Algo parecido a lo que pasa en Lost, o en El Señor de las Moscas, creo.

Pero ese tampoco era el tema, aunque igual me parece interesantísimo y creo que se puede aplicar a un montón de situaciones. Quizás luego vea "The walking dead", igual mi departamento apenas cruje y ahora no duermo sola. Ja. Nuevamente a lo que iba: no sé qué dirán los sicoanalistas pero más que una estrategia publicitaria de Fox (¡es cierto! ¡¡¡pasa en Futurama!!!) a mí me quedó clarísimo el mensaje de mi subconsciente, indignado por toda la basura que le he mandado a guardar en el último tiempo.


Y quién soy yo para ignorar a mi subconsciente, principal motor de las decisiones importantes que he tomado en la vida. Así que respiré profundo, decidida a volver a ser un walking alive (ja!) y recordé algo que siempre dice mi madre: como no se puede tener todo, es necesario priorizar. Así que fuimos priorizando:

Ítem 1: Salud mental. No puede ser eso de deprimirse cada vez que uno se mira al espejo, además tengo la extraña sensación de que es imposible controlar la vida si no se puede siquiera controlar el propio pelo. La peluquera tenía el pelo rojo y sólo me habló para preguntarme qué quería y si me gustaba el resultado. La amé. Lo malo es que mi nueva chasquilla imitación Summer Finn ya creció otra vez, así que estoy perdiendo un poco el estilo. Pronto habrá que volver sobre este punto.

Ítem 2: Sobrevivencia. A estas alturas el lector habitual sabrá que soy bastante tolerante con el desorden, pero hay tres cosas que no soporto en mi casa: la falta de comida, de platos limpios y de ropa limpia. Así que la ruta de la dueña de casa incluyó visita al supermercado, a la lavandería y un lindo fin de semana con Novio limpiándolo todo a conciencia. Agotador pero gratificante, hay que reconocerlo.

Ítem 3: El orden. Igual que con el pelo, creo que no se puede tener control sobre la vida si no se controla aunque sea un poco el entorno. Así que el fin de semana incluyó también la odiada y postergada tarea de ordenar el closet, que se estaba convirtiendo en una amenaza cada vez que abríamos sus puertas. Aunque en realidad era sólo mi parte: mis cosas habían iniciado una invasión silenciosa hacia la sección de Novio. Aprovechamos también de mandar a la bodega todos los implementos invernales (suponemos que terminará la bipolaridad del clima... ¿seremos demasiado optimistas?) 

Ítem 4: La vida. Aquí seguimos topando. Ahora que todo está un poco más organizado llegó la hora de tomar decisiones. Decisiones importantes porque ya somos adultos y no se trata de elegir nada más que un lugar para pasar las vacaciones. (Ahhh vacaciones... ¿qué significa esa palabra?) Como soy pésima en este ámbito, creo que es lo que he estado postergando con más entusiasmo hace ya harto rato, pero todo indica que inevitablemente llega el momento de decidir dónde trabajar, dónde vivir, cómo vivir... Y en eso estamos. Uf.

martes, noviembre 16

la señora Santiago

Cierro los ojos y lo veo: flotando a mi alrededor, amenazante, "una masa brillante plateada y blanca, con puntas al azar, fluida pero completa como una medusa". El resto del tiempo no puedo verlo pero sé que está ahí, esperando algo, acechando, o quizás sólo en un momento de descanso entre ataque y ataque. Después de tantos años juntos he aprendido a reconocerlo, a llevarlo conmigo, a soportarlo y a resignarme. A veces hasta lo olvido, o quizás se larga a otra parte; cuando trabajo en algo interesante o cuando dedico el tiempo a las cosas que me gustan o cuando Novio me abraza y el resto del mundo no importa nada.

Lo malo es que lo veo, o lo siento, pero no puedo definirlo. "Es mi dolor de cabeza, por favor ignóralo", responde Virgina Woolf a Leonard. Yo, en cambio, no sé qué diablos es. No es tristeza, ni sufrimiento, ni sueño, ni cansancio, ni odio por el mundo, ni ganas de saltar por el balcón, ni hambre, ni arrepentimiento, ni nostalgia, ni rabia, ni soledad, ni dolor de cabeza. De verdad no sé qué es, pero a la gente le cuesta creerlo cuando me pregunta qué me pasa y yo no respondo nada preciso ni coherente.

Sí sé que mi medusa color blanco-plata va apareciendo de a poco; a veces trato de ignorarla y consigo mandarla lejos, otras veces ella gana la partida y se lanza sobre mí. Entonces me invade una necesidad enorme de saltar, golpear cosas y gritar al mismo tiempo, siento que me asfixian con una almohada y desaparece todo el aire alrededor, y empiezo a creer que la única solución posible es esconderme bajo las sábanas de mi cama hasta que todos los problemas del mundo desaparezcan. Ah, también soy capaz de llorar por horas estando plenamente consiente de que no existe ningún motivo concreto, y esa incertidumbre empeora todavía más las cosas al punto de considerar que sería mejor que pasara algo de verdad malo para tener un motivo real que provoque el llanto.

Quizás digo algo obvio, pero tengo que aclarar que todo esto es absolutamente involuntario. Es que a la gente le gusta sugerir que me deshaga del monstruito flotante, que lo elimine o que piense en algo más, como si estos asuntos se resolvieran solos al hacerse el ánimo. O sea, si fuera cosa de abrir la puerta y dejarlo salir, ya lo habría hecho hace rato. Un par de veces pensé que lo había logrado, pero nunca fue definitivo.

Mi auto-diagnóstico de experta dice que esta no es la crisis de los 30, porque ya me había pasado antes. Lo que no he podido definir es la causa. ¿Será que tengo algún trauma infantil desconocido, bloqueado por mi subconsciente? ¿Será alguna desagradable herencia genética? ¿Será el puro y simple gusto de enrollarse por nada, como me han sugerido en más de una ocasión?


Está claro sí que no terminaré en el fondo de un río como Virginia. No es mi estilo. Tampoco asesinaré a nadie, aunque me dan ganas de hacerlo a veces. Lo mío es comer helados, ocuparme, escribir. Me gustaría escribir como Michael Cunnigham, el señor creador de "Las Horas", una gran novela conocida por esa película en la cual Nicole Kidman interpreta a la señora Wood. La señora Wood, por aquel tiempo, escribe "La señora Dalloway" y da la pelea al dolor de cabeza, a sus propios desequilibrios.

El señor Cunningham tiene un estilo increíble y diría que la descripción del dolor de cabeza es la mejor descripción que he leído en la vida: "She might see it while walking with Leonard in the square, a scintillating silver-white mass floating over the cobblestones, randomly spiked, fluid but whole, like a jellyfish. "What's that?" Leonard would ask. "It's my headache," she'd answer. "Please ignore it." Mi reconocimiento también al traductor de la edición que leí hace ya varios años, cuyo trabajo es bastante mejor que el mío y que el publicado aquí.

Por estos lados, la señora Santiago compra flores casi todas las semanas y de vez en cuando se pregunta si necesitará terapia. Pero cuando piensa en medusas se acuerda de Bob Esponja, así que dentro de todo nunca ha dejado de reirse.

lunes, noviembre 15

síntomas del colapso que usted no debe pasar inadvertidos si quiere mantener su salud mental en buenas condiciones:


- Trata de limpiar el espejo del baño con líquido limpiaparabrisas. Y luego se enoja porque no funciona.

- En la noche, cuando va a sacarse la pintura de los ojos, advierte que no se pintó los ojos. Y no se dio cuenta en todo el día. Y le pasa más de una vez por semana.

- Su closet la ataca cada vez que abre una puerta.

- Empieza a sospechar que su departamento se desordena solo, que el piso se mancha solo, que los platos se ensucian solos, que el refrigerador se vacía solo, y todo con el único propósito de joderle a usted la vida.

- Confunde a la gente que trabaja con usted desde ciudades lejanas. Entonces, cuando su empresa organiza un encuentro nacional, usted abraza con entusiasmo y cariño a la señora mala onda que nunca le responde los correos, le habla sobre la situación del norte a la persona de Rancagua y luego ignora a la compañerita amorosa porque cree que ya la saludó.

- Pierde la capacidad de armar frases coherentes para comunicarse con otras personas, y termina diciéndole a su novio cosas como "ropa closet" o "comida, comida, comida!".

- Ve pasar los fines de semana como si duraran un par de segundos, porque ya ni para descansar le alcanzan.

- Siente que su ojo izquierdo empieza a tiritar cada vez que piensa en todo lo que debe hacer y no ha hecho.

- Ya no recuerda cómo es vivir con un colon normal.

- Si tiene la genial idea de inscribirse en un curso de esas capacitaciones que ofrece su empresa, a la media hora comprueba que ya no es capaz de armar ni una sola idea coherente. Y después, cuando tiene que hacer un trabajo final que es más simple que esos que escribía en el primer semestre de la universidad, no puede pasar del primer párrafo.

- Cree que ni todos los litros de café del mundo lograrán despertar sus neuronas.

- Deja de escribir en su blog y deja de comentar en los blogs de sus nuevas amigas, aunque se muere de ganas y tiene millones cosas que decir.

jueves, octubre 28

quiero ser Summer Finn

Después de mi última crisis existencial decidí que era el momento de tomar decisiones radicales, así que hice lo que toda mujer hace cuando siente que su vida necesita un cambio: partí a la peluquería, cerré los ojos y dije "corta". Cuando volví a verme en el espejo, mi cabeza estaba casi como la quería. Casi, porque en el fondo mi intención era quedar igual a Summer Finn, pero todos sabemos que la naturaleza es injusta y claramente no tengo peinado de estrella de Hollywood. El resto de la anatomía tampoco, pero qué se le va a hacer.

La señorita Finn es una de mis nuevas ídolas cinematográficas. La otra es Marjane Satrapi, una chica iraní que en Persépolis relata parte de su vida. Buenísima por el modo en que cuenta la historia y también por que es real, cosa que a este lado del mundo cuesta creer un poco con tanta revoltura política, religiosa, social, cultural... En fin, gran película, pero más allá de su aporte a mi conocimiento general hay una escena particularmente aclaradora: después de pasar por una guerra, una revolución, una adolescencia lejos del país y de la familia, un novio al que encuentra con otra en la cama y una enfermedad que la deja en condiciones bastante deplorables, Marjane decide levantarse y retomar el control. O sea, si ella puede, ¿qué queda para uno?

Los problemas de Summer Finn, en cambio, son bastantes más mundanos, pero igual los enfrenta honestamente y manteniendo el control sobre su vida. Es la chica que obsesiona al protagonista de 500 days of Summer, y que tras un rato de relación lo patea argumentándole que el amor no es más que un invento de Disney y que ella no sirve para estar en una relación de pareja. Bueno, no es exactamente así pero es lo que habría dicho yo, manteniendo la idea. Y luego, cuando tiempo después se encuentran y él le pregunta que cómo es posible que se haya casado con otro si nunca quiso ser su novia ni la de nadie más, ella lanza una de las mejores frases de la historia: "Un día desperté y lo supe".

Es que así no más es. Un día uno despierta y está segura de lo que quiere, entonces es capaz de lanzarse a la piscina sin temerle al agua y asumir un compromiso. Creo que no hay más explicación que esa, pero al parecer a muchos hombres les molestó tanta simplicidad y calificaron a Summer de cabrona por no quedarse junto al pobre Tom que moría de amor por ella. Y no po, ella no es una cabrona, no es que se sienta superior a los chicos con los que sale. Es sólo que no cumple el estereotipo de la mujer sin pareja: de cacería constante porque nuestro único fin en la vida es atrapar marido y perpetuar la especie. 


Cada vez que salí sola con mis amigas terminamos espantando a algún galán barato que se nos acercaba en la calle o de lo más cancheros se sentaban en nuestra mesa como si nos hicieran un favor por iniciar una conversación. Como si nos ayudaran a alcanzar nuestro objetivo de la noche. Y creo que la mala onda con que los echamos nunca fue por algo personal, sino que simplemente iniciar una nueva relación no era alternativa. Y creo yo que eso no nos hace malas personas. 

Lo peor fue cuando tomé un taxi después de conversar por horas con mi amiga Sol. El chofer, demasiado sociable para mi gusto, empezó hablándome del clima y terminó preguntándome dónde andaba y con quién. 

- Estaba tomando unos tragos con una amiga, le respondí.
- ¿Con una amiga? ¡¿Y no tiene pololo?!
- No, no tengo.
- Ahhhh. Pero no se preocupe, ya va a encontrar uno, dijo con tono de lástima que pretendía ser consuelo. No se preocupe mija, que no se va a quedar solterona porque como decía mi abuelita "a nadie le falta Dios". Uf.

Por alguna razón los hombres creen que el mundo es como una proyeccion de Sex and the city, lleno de mujeres capaces de asesinar por un par de zapatos para salir con el primer tipo que se cruza en su camino, esperando que al despertar el anillo de compromiso esté en el velador. Pero esa no es la idea, o no para todas.

Summer, por ejemplo, deja que Tom siga su camino. O sea, no te prometo amor eterno porque no creo que eso pase, al menos no contigo. No se trata de emparejarse con cualquiera para evitar quedarse sola, encuentro yo. Cuando Marjean está llorando desconsolada luego de separarse del marido, su abuela le aclara que en realidad no llora por la pérdida si no por haber comprobado que se equivocó en la elección. Una cachetada de sabiduría que a todas nos vendría bien en algunos momentos de la vida. Ah, sí, ahora también quiero ser como Marjean. Quizás la naturaleza prefiera que me quede con su estilo, ya que con la otra referencia no hubo caso.

martes, octubre 26

¿yo? yo bloggeo

La mayoría de la gente que me conoce no entiende muy bien en qué trabajo. Será porque todo el mundo asocia periodista igual noticias del diario, apariciones en televisión o por último reportajes raros en una revista temática. No les cuadra mucho que estemos en las empresas, las universidades, los servicios públicos y otras tantas instituciones, como una invasión lenta y silenciosa. Ja.

Pero lo cierto es que los periodistas le hacemos a un montón de cosas, no sabría decir si por preparación o por necesidad. Yo pasé por prensa, por comunicación institucional y ahora estoy coordinando un extraño proyecto que, apostaría, se le ocurrió a alguna mente brillante cuando se despachaba la décima piscola en un happy hour. Seguro que ese individuo ahora toma sol en el caribe mientras aquí tratamos de terminar dignamente el asunto, porque él lanzó la idea pero no dedicó ni un par de segundos a pensar cómo llevarla a la práctica en un plazo razonable y sin gastarse en cinco meses el presupuesto de diez años.

Llegué aquí por gusto y necesidad de sin asesinar a nadie, cosa que puede sonar rara pero para mí es de lo más coherente porque algo como esto era lo que tenía en mente luego de cerrar el ciclo con mis pegas anteriores. Siempre encontré una lata pasarse toda la vida haciendo lo mismo, como la gente que se jubila en su primer trabajo. Igual, así como están las cosas en este gran país, aunque quisiera no habría podido jubilarme en ninguna parte porque ni contrato me han hecho.

En fin. Esta pega en sí sonaba ideal, pero el problema fue que la ilustre empresa se saltó una parte del proceso, como si pretendiera exportar manzanas mañana y hoy están recién cotizando las semillas. Y yo, que en teoría llegué para mandar los cajones a su destino y trabajar con sus nuevos dueños que preparan kuchen o strudel, terminé revisando las bases de datos con direcciones porque en el camino alguien olvidó anotar los nombres de los destinatarios.

Ahora las manzanas se pudren en alguna bodega, pero Jefecito las ofrece a quien se cruza por su camino. Así que llegan personas de todas partes a pedirme un cajón, los cajones no alcanzan y al final la gente se enoja porque creen que las manzanas se multiplican y se teletransportan de aquí a la puerta de su casa sin pensar que necesitamos al menos un pobre funcionario de esta oficina que se dedique a moverlas. Pero nada de eso importa porque en el balance final de la empresa Gran Jefe da su discurso diciendo todo orgulloso que logró entregar cuatrocientos millones de cajones con manzanas a personas que hoy se las comen felices como modelos de publicidad.

Olvidé decir que por acá el rubro no tiene que ver con la exportación, es como si fuéramos una fábrica de zapatos que de pronto se lanzó a la aventura agrícola porque Gran Jefe quería aparecer fotografiado en las secciones de vida social. Bah.

Creo que a estas alturas podría escribir un libro sobre lo que usted no debe hacer si quiere convertirse en un exitoso manzanero. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que la gente me pregunta a qué me dedico y yo no puedo dar este discurso cada vez. Entonces, las opciones son: 

1. Desconocido pregunta:
- ¿Y usted qué hace?
- Soy periodista.
- ¡Ah! ¿Y en qué diario/canal/revista trabaja?
Aquí el interlocutor ya está todo emocionado por encontrarse frente a una celebridad que quizás todavía no reconoce, y a mí generalmente me da pena decirle que soy una anónima más en el gremio.

2. Desconocido pregunta:
- ¿Y usted qué hace?
- Trabajo en una fábrica de zapatos.
- ¡Ah! Es zapatera.
- No, soy periodista.
- Pero trabaja fabricando zapatos.
- No. Trabajo exportando manzanas. 

Ahora pretendo ir a cortarme el pelo y me da una lata enoooorme tener que volver a explicarle mi compleja situación laboral al peluquero. Tengo la tentación de inventar alguna historia y decir que soy hacker, o asesina a sueldo. O por último decir que dedico mi vida a escribir en un blog, así me ahorro más preguntas y tampoco estaría tan lejos de la realidad.

lunes, octubre 25

post-it attack

No sé en qué momento empecé con la costumbre de anotar todo. Primero escribía sobre las cosas que pasaban, los sentimientos, las ideas, los momentos importantes, porque de algún modo sospechaba que no iban a repetirse y quería asegurarme de no olvidarlos nunca. Y probablemente habría ocurrido si hubiera guardado esos montones de papeles. Pero de repente entendí que lo realmente importante se queda en la cabeza, así que adiós diarios de vida y similares, bienvenidas agendas con listas de asuntos pendientes. Y esos sí que se me olvidan, sobre todo cuando son tan irrelevantes como pagar las cuentas o comprar comida en el supermercado.

Apenas llegué a mi departamento nuevo compré una pizarra de metal y muchos imanes para poner en ella lo que se debe hacer: el aviso de los gastos comunes, el arroz o los fideos que faltan. Tengo también mi libreta de siempre, con mis tareas escritas en colores: comprar el regalo de cumpleaños para mi prima, llevar mis pantalones favoritos con la señora que cambia cierres, mandar el curriculum al que podría ser mi próximo trabajo. Y en la pega me regalaron el cuaderno institucional, que ya perdí alguna vez y luego Jefecito me lo trajo de vuelta de la sala de reuniones mientras yo cruzaba los dedos para que ojalá no hubiera visto los dibujos que hice de él hablando sobre sus graaaandes proyectos.

Pero lejos lo mejor de todo son los post-it, especialmente cuando los provee esta ilustre empresa. Con el tiempo se han instalado sobre mi computador, mi calendario, mi pared y seguramente en algún rincón inaccesible donde quedarán hasta que alguien me reclame por algo que no hice. A veces también salen del ámbito laboral y me los llevo pegados en la billetera o en la bip, con direcciones y números de micro. Lo bueno es que los puedo botar cuando la misión se ha cumplido. Lo malo es que la mayoría de las misiones no se han cumplido, así que me siento bajo ataque de los papelitos amarillos igual que en esa escena de Todopoderoso.

Lo peor es que esa imagen es literal y metafórica a la vez. En la oficina es literal, y mis compañeritos se ríen cuando pasan a verme. En el resto de la vida, siento que mi cabeza está llena de post-it mentales que me miran con cara de amenaza por tenerlos ahí abandonados tanto tiempo. Pero no hay caso. Hay algo que me tiene en pausa. Y ni siquiera puedo alegar falta de tiempo o la explotación laboral del año pasado, simplemente me volví incapaz de pensar y/o ejecutar lo que sea.

Me cuesta llamar por teléfono a la gente de la pega. Me complica hacer los informes. No puedo ni terminar decentemente un post. Los platos sucios se acumulan en la cocina y el canasto de la ropa sucia parece que se rellenara solo, como los helados con vale otro. Tengo miles de visitas pendientes a los amigos, incluyendo un par de guaguas que en cualquier momento parten a la universidad y yo todavía no he ido a conocer. Quiero ir a ver a mi familia y conversar tomando tazas y tazas de té. Quiero cortarme el pelo, pintarme las uñas. Quiero ordenar mi ropa para evitar que se lance sobre mí cada vez que abro la puerta del closet. Quiero mirar el techo un par de horas sin sentir que pierdo el tiempo porque se acumulan más y más y más cosas por hacer.

Quiero, pero sigo en pausa constante, como esperando que pase algo que no sé qué es y tampoco sé si va a pasar. Bah.

jueves, octubre 21

Novio en la ventana


Escena 1: Novio anuncia que no se siente muy bien y que le gustaría una sopita. Yo, que soy una excelente novia -y bueh... también pretendo practicar y practicar hasta desarrollar alguna habilidad gastronómica aunque sea básica- accedo a investigar el refrigerador y lanzarme a la aventura en la cocina.

Escena 2: Sopita lista en la mesa, previo esfuerzo sobrehumano con las ollas y el salero, pero Novio no aparece. Descubrió algo interesantísimo en internet, algo más importante que comer y que lo mantiene demasiado ocupado. Ante mi insistencia traslada su computador al comedor y se instala con una mano sobre el teclado y la otra en la cuchara. Por mi parte, empieza el oooodiiiooooooo.


Escena 3: Terminé mi sopa, partí a la cocina, limpié, ordené, guardé... y Novio sigue con su comida a medias. Le reclamo tanto que por un segundo deja de mirar la pantalla, revisa los restos y dice que quizás terminará más tarde porque ya está frío. ¡¡¡Quizás terminará más tarde porque ya está frío!!! Entonces yo miro la ventana que está a su lado -y además está abierta- y pienso que sería tan fácil agarrarlo y lanzarlo edificio abajo, no me costaría nada y sería la única forma de disminuir un poco toda la rabia que me llena los pulmones como si la respirara.

Cuando uno crece escuchando que los protagonistas de cuentos "vivieron felices para siempre" debería tener todo el derecho de demandar a Disney por publicidad engañosa. No po. El verdadero cuento empieza puertas adentro del castillo, cuando el príncipe se aburre de recoger los vestidos rosados que la princesa deja tirados por cualquier parte y ella le reclama porque él se pone a investigar su nuevo teléfono con conexión satelital de alcance hasta Saturno justo cuando está lista la comida que igual no quedó como la que prepara reina madre.

Guardando las proporciones -claramente no uso vestidos rosados-, con Novio costó harto el proceso de adaptación. Ahora parece que duró poco tiempo, incluso no puedo acordarme de los motivos que me hacían explotar cada dos segundos, pero sí tengo súper clara esa sensación de querer lanzarlo ventana abajo durante las primeras semanas que vivimos juntos.

Ahora ya me acostumbré a la mayoría de las cosas, hay algunas que me dan lo mismo y otras que hasta llegaron a gustarme, pero hay algo que todavía no supero y, la verdad, no sé si lo pueda superar algún día: Novio vive conectado a internet. Toooodo el rato. Sé que es su pega y que realmente se apasiona con el asunto, pero igual encuentro que es como mucho que lo primero que hace en la mañana es encender el computador y lo último de la noche es apagarlo. A veces ni eso, y todavía no aprendo a dormir con la luz de la pantalla sobre la cara.  Nos sentamos a comer, conversamos, vemos una película y el está ahí, mirando sus mensajes, revisando alguna página a medio construir, pensando en la manera de resolver alguna cosa con la blackberry, el ipad, el ipod, el ipeaod, lo que sea. 

Mi primera lectura fue que soy tan tremendamente egoísta que quiero la atención de Novio siempre sólo para mí. Pero al rato superé la culpa y concluí que no po, que si estamos juntos en esto mínimo transar un poquito y tratar de no enloquecer al otro con cosas que se pueden modificar.

Yo, por ejemplo, he hecho esfuerzos enormes para reprimir mis impulsos de repartir por todas partes ropa, zapatos, cartera, papeles, computador... Mi mitad de la pieza sigue contrastando un montón con su mitad de suelo despejado, velador impecable y cama perfectamente estirada, pero de verdad que todo el tiempo estoy pendiente de minimizar el efecto Taz que voy dejando por donde paso. 

También me he preocupado de superar esa pésima costumbre de guardar el disco que escuché en la caja del que voy a escuchar, costumbre que significa encontrarse con Calamaro cuando se busca a Metallica, y que fácilmente puede arruinar el humor de un melómano como Novio. Y, lo más difícil de todo, he trabajado un montón en mi tendencia autista que me desconecta de la realidad cuando leo, escucho alguna música o pienso en la inmortalidad del cangrejo, y que me lleva a casi casi golpear a la gente que llega a interrumpirme.

Entonces, si me he esforzado para superar mis extrañas tendencias, y también para no reclamar por la crema de afeitar sobre mi secador de pelo, por los papeles que quedan en los bolsillos de los pantalones sucios, no sé, ¿será mucho pedir que el computador se suspenda al menos cuando comemos? ¿que todos los aparatos electrónicos se suspendan mientras comemos?

¿O yo soy demasiado mala onda por andar pidiendo estas cosas? Hasta ahora el único equilibrio que he encontrado es que, considerando la altura, Novio se quede dentro del departamento pero todos sus juguetes con botones y luces de colores salgan por la ventana. Así que usted ya sabe qué pensar si un día camina por el centro de Santiago y le cae un teléfono ultramoderno sobre la cabeza.

jueves, octubre 14

como lombriz


Nunca me gustó mucho ir al colegio. Me aburría un montón en clases, tenía poca química con mis compañeritos y encontraba una soberana tontera que mis profesores se preocuparan tanto por el largo de mi jumper o por evitar que leyera el libro de turno mientros ellos hablaban sobre las propiedades de las micromoléculas de carbono. Por eso uno de los peores recuerdos de mi adolescencia es de los domingos en la tarde, volviendo a la casa mientras veía oscurecer y pensaba que me esperaban el uniforme sin planchar, los trabajos a medias, la libreta de comunicaciones que debían firmar mis padres y todas esas cosas que bien poco contribuyeron a mi educación, digamos, formal.

Tengo particularmente clara la imagen de una esquina vacía, las tiendas cerradas con sus cortinas metálicas, las luces de los postes recién encendidas, al fondo la clásica postal de atardecer en el mar y esa sensación de que no hay nada que hacer contra el paso del tiempo: se viene otra semana del terror y no existe manera evitarlo.

Por aquí, a Novio le fue bien con algunos proyectos en los que trabajaba hace un rato. Así que felices, porque significa más posibilidades de hacer la pega que le gusta, más relleno de calidad en su curriculum y más lucas para alimentar a Salvador y comprar esos aparatos electrónicos que él ama y yo no entiendo para qué quiere tantos. Pero todos felices. Y, como corresponde, partimos un día a celebrar con un almuerzo a la altura.

Elegimos un restorán lindo lindo, con comida rica rica que resultó caro caro. Nos dolió un poco la guata al pagar la cuenta pero no importó porque de verdad la comida era tan increíblemente maravillosa que valía la pena hacer cualquier cosa por sentir cómo esa carne se deshacía en el paladar hasta matarnos de pura felicidad. Después nos fuimos recorriendo las calles de la capital con toda la calma del mundo, porque en realidad no teníamos nada más que hacer. O en realidad sí, pero no queríamos.

Por el camino decidimos ir a comprar algunas cosas, comimos helados y volvimos en ese metro tan poco estético que pasa sobre los techos como en el barrio de Arnold, arruinando completamente cualquier sentido de urbanismo en varias comunas. Yo miraba por la ventana cómo el sol se escondía detrás de las casas, cuadras y cuadras de casas ordenadas e iguales sobre el cielo naranja. No pensaba en nada especial, pero de repente me acordé de esa esquina de Pueblo Natal, de los atardeceres de domingo, de la angustia de ver cómo se acercaba otra semana de obligaciones, rutina, aburrimiento. Y fue buenísimo comprobar que ahora no hay nada de eso. 

Ahora llega la tarde del domingo y qué tanto, nos vamos a la casa con Novio, preparamos algo para comer y ordenamos un poco el desastre del fin de semana. Ahora nos vamos a dormir y sé que el día siguiente será igual de bueno porque vamos a estar ahí los dos, trabajando, viendo películas, saliendo con los amigos o mirando el techo. Lo mejor es cuando miramos el techo. Ahora me parece que la felicidad ya no depende del día libre, que no tiene que ver con esa euforia del acontecimiento especial que se acaba cuando llega el lunes. 

Ahora es un estado constante y puedo ir mirando por la ventana del metro sintiendo que está todo bien, que pueden pasar cosas buenas o cosas malas sin hacerme perder el equilibrio a cada minuto. Ajá. ¿Será que por fin lo logré? En fin. Aquí feliz como lombriz y recordando esta canción.

martes, octubre 12

parando la quejadera

Hace unos años trabajé con una periodista colombiana, la Fran, que cuando nos escuchaba reclamar mucho en la oficina nos decía "a ver, ¿qué tanta quejadera?" con ese acento que mantenía a pesar de los muchos años en Chile. Y aunque ha pasado harto tiempo desde la última vez que conversamos con calma, café o trago de por medio, siempre me acuerdo de ella por dos motivos.

Uno: me mostró que ser adulto no es una lata. Cuando nos conocimos yo estaba recién saliendo de la universidad y mi mayor problema en la vida era que no podía ir a la pega con zapatillas. Ella tenía más o menos 40 años, un marido, dos hijos adolescentes, un gato, una casa propia con vista al mar, una familia repartida por el mundo, muchas historias de cosas increíbles que le habían pasado y un montón de responsabilidades que de a poco fui entendiendo. Pero a pesar de todas esas circunstancias, que entonces yo consideraba motivos suficientes para pedir asilo en un siquiátrico, ella lo pasaba de lo mejor con su familia, carreteando con los amigos e incluso trabajando.

La Fran hacía su pega con estilo y eficiencia, terminaba rápido así que nunca fue de esas personas con actitud de mártir que armaban campamento en la oficina y se paseaban por los pasillos anunciando lo mucho que debían hacer, como si dejar de lado la vida propia fuera sinónimo de profesionalismo. Ella se iba a la hora que correspondía y a veces partía a tomarse un trago con alguna compañerita buena onda, a veces se iba al cine con sus hijos, a veces tenía una cita con el marido, a veces iba no más al supermercado pero igual parecía disfrutarlo.

Tal como los otros adultos de la época -o sea, gente que entonces andaba por los 30 o más, ugh- la Fran hablaba de la nana, de la aspiradora que se echó a perder, del dentista y del colegio de los niños. Pero no lo hacía con tono de sufrimiento, como yo suponía que ocurría al asumir ciertos compromisos. No sé si la sangre centroamericana proveerá una actitud más optimista, pero ella mantenía el entusiasmo que, yo también suponía, inevitablemente se pierde con los años. Y cuando los demás empezábamos a reclamar mucho por alguna tontera, ella sacaba su mejor acento colombiano y nos decía "a ver, ¿qué tanta quejadera?", frase que vendría a ser el otro motivo por el que me acuerdo de ella.

O sea, dos: paremos la quejadera. Yo sé que tengo una tendencia casi patológica a, digamos, verbalizar el sufrimiento, pero no es que ande todo el día sufriendo por la vida, sino que en realidad me gusta eso de lanzar fuera las cosas malas. Mi abuela me cantaba una canción antigua de ¿Mercedes Sosa? ¿Piero? para convencerme de que es mejor dejar que adentro nazcan cosas nuevas, nuevas, nuevas.

A estas alturas ya aprendí a hacerle caso, y aunque todavía me cuesta siempre siento que es liberador eso de expulsar las malas vibras, reclamar, quejarse, como si al decirlo -o escribirlo- las sacara de mi cabeza, pudiera mirarlas desde afuera y así darme cuenta de que en realidad nada es tan terrible.

Y en realidad nada es tan terrible po. Por eso me siento un poco mal de pasar todo el rato diciendo lo horrible que es mi pega como si mi vida fuera una tortura constante, y no es así. Cuando sea más vieja, viva en otra parte y trabaje en otra cosa, no quiero recordar esta parte de mi historia como una condena a muerte. Igual lo he disfrutado, lo he pasado bien, he conocido gente interesante y he tenido hartas gratificaciones. Y, bueno, tampoco tiene sentido reclamar por cosas que uno puede cambiar pero al final no cambia. 

Así que eso. Últimamente me he acordado harto de la Fran, sobre todo cuando leí mi último post y me deprimí de pensar que si lo ve alguien que no me conoce pensará que mi vida es una tremenda desgracia. Y como me pasa cada vez que exagero la nota con el tema, en mi cabeza escucho una voz que me dice -con acento colombiano adaptado- "ya po, paremos la quejadera". Y en eso estamos.

miércoles, octubre 6

el amor en los tiempos de Excel

Debería existir una ley que impidiera trabajar con sueño. Entonces uno podría irse a su casa cuando siente que sus neuronas no están en las mejores condiciones, y terminar al otro día las cosas pendientes. Lo malo es que así mis ingresos se verían considerablemente afectados, porque creo que la mayor parte del mes dejaría abandonado a don Excel y me iría a dormir. Es que tanto cuadrito me da sueño, y es grande la tentación de acomodarse en la silla y lanzarse a una siesta.

Para mantenerme funcionando, a veces miro los nombres de mis bases de datos y trato de adivinar cómo será la vida de esa gente. ¿Se imaginarán que en una oficina oscura hay una funcionaria con crisis vocacional que revisa, filtra y ordena sus nombres? Los veo preparando desayuno en sus casas, llevando a sus hijos al colegio, caminando hacia sus trabajos. Otras veces pienso que mi nombre también debe estar en alguna planilla por ahí, siendo manipulado por otro funcionario en una cadena interminable.

En esos momentos me acuerdo de Florentino Ariza, un notable señor a quien no le importaba dedicarse a una pega latera -que a pesar de mis esfuerzos ahora no puedo recordar, pero creo que era algo así como escribir información comercial para una compañía de barcos, o sea, fome a morir- porque esa misma monotonía le daba tiempo para ocupar su mente en las cosas importantes de la vida -principalmente la señorita de la cual se había enamorado-.

Lo raro es que siempre discutí con los defensones de Florentino Ariza, porque encontraba ilógico eso de tener un trabajo latero para poder pensar en lo que a uno le gusta. Yo necesito pensar y hacer y soñar y conversar sobre lo que me gusta. Algo que me ocupe las manos y la cabeza y ojalá el estómago. En serio. Cuando hago cosas choras, como escribir una entrevista interesantísima, siento que las ideas me salen de la guata. En fin, usted señor lector tiene todo el derecho a pensar que sufro cierto grado de locura y cambiar de blog.

El punto era que debo hacer algo que me entusiasme. Que me apasione. Que me haga creer el cuento todo el rato, no sólo en horario de oficina. O sea, está bien, necesito ganar un sueldo para poder vivir pero más que eso necesito una motivación para levantarme todos los días, y que no sea unicamente cobrar el cheque a fin de mes. Y hace rato que no me pasa.

Hasta donde me acuerdo, Florentino Ariza no se deprimía por su pega, sino que le agarró el gusto redactando sus notas como si fueran cartas de amor. A veces yo compro chocolates en la esquina. Y escribo cada vez que puedo. Y de repente mis correos de pega salen con un aire a post. Y claro que estoy buscando otra pega, pero todavía no tengo los resultados deseados.

Pero lo mejor de no ser Florentino Ariza es que no tendré que pasarme la vida esperando a Novio, porque si bien habría sido mucho más conveniente para él casarse con la médico del pueblo, ya decidió quedarse conmigo. Además, me da apoyo moral vía chat, me ayuda con las fórmulas de Excel cuando colapso y cada cierto tiempo me recuerda que esto es sólo un trabajo. 

Ya. Sé que no tengo tantos motivos para quejarme, si igual estudié lo que quería y la mayor parte del tiempo he trabajado en pegas que me gustan, cosa que no puede decir la mayoría de la humanidad. Pero no puedo dejar de preguntarme cómo lo hará el resto de la gente. Habrá algunos a los que les da igual, otros que se engrupen y dejan de tener vida propia, otros a los que sólo les importa el sueldo, otros que matan el tiempo pensando en la novela que escribirán algún día mientras timbran papeles en una oficina sin ventanas. 
 
Por cierto, encontré pésimo que la película fuera en inglés. ¿Por qué nos quieren hacer creer que los colombianos hablan inglés? ¿Tanto les cuesta a los gringos leer subtítulos?

martes, septiembre 28

Salvador

Mi color favorito era el azul. No entendía porqué mis amigas del jardín se peleaban siempre por los lápices, el papel lustre, las plasticinas o las témperas rosadas. Tampoco entendía porqué su mayor aspiración era representar a las princesas en los juegos, siendo que era mucho más emocionante pasar el recreo peleando con monstruos antes que esperar eternamente un rescate en la ventana del castillo.

Personalmente, prefería los piratas. También acepté una vez intentarlo como piloto de carreras, pero uno de mis compañeritos lo impidió porque "las mujeres no manejan". Obviamente me indigné y le enumeré ahí mismo a todas las mujeres que conducían sus propios autos. Pero a él no le importó y creo que yo no pude superarlo más. Creo que de ahí nació mi interés por conseguir la licencia apenas cumpliera 18.

El único detalle es que nunca he tenido auto propio. Pero tampoco me ha hecho mucha falta. Cuando vivía en Pueblo Natal andaba de lo más feliz en micros y en colectivos, sólo me complicaba el regreso a mi casa si salía a carretear y debía pedir asilo a algún amigo para no tener que volver sola en mitad de la noche. O de la madrugada. Y aquí en la gran capital por suerte vivo cerca del trabajo y los taxis son muy baratos.

El problema empezó cuando, ya instalada en Santiago, quise ir a ver a mi familia en el puerto. Y había que planificarse según el horario de los buses. Y acordarse de reservar los pasajes cuando la demanda era alta. Y subirse al metro con bolsos de dos toneladas. Y pensar cómo diablos me iba del terminal a casa de mis padres tarde en la noche. Y olvidarme de pasar a alguna parte en el camino con tremendo equipaje. Y lo peor: partir con los regalos de navidad para una familia grande. Y peor todavía: devolverse con los regalos recibidos, cuando la familia grande optó por los artículos domésticos y recibí cajas de loza, ropa de cama y otras cosas de gran volumen.

Entonces llegó Novio en su caballo auto blanco. Lindo y bien cuidado. Con espacio suficiente para las miles de cosas que llevo cada vez que viajo. Y aunque yo no estaba precisamente en la ventana de mi departamento esperando su llegada, nos encontramos y, como su familia estaba cerca de la mía, empezó a trasladarme. Y yo empecé a recuperar mis habilidade en la conducción. Y él empezó a estresarse un poco cada vez que yo manejo, jajaa.

En fin. Todo esto era para contar que auto blanco un día empezó a fallar, así que con Novio decidimos venderlo para comprar otro. Ilusamente, pensamos que sería fácil. Siempre creí que se trataba de elegir uno y llevárselo; que lo más complejo podría ser escoger el color. Pero nooooo el asunto fue una interrogante tras otra, miles de dudas y noches sin dormir por casi dos meses.

El primer tema fue conseguir un buen precio para auto blanco. Fuimos de automotora en automotora, preguntamos, pusimos avisos, recibimos eventuales compradores, pasó el tiempo y por fin lo vendimos dignamente aunque con algo de pena, así que le sacamos unas fotos para la posteridad. Ahí creíamos que había pasado lo más difícil. Sólo quedaba escoger el reemplazo y lanzarse.

Peeero antes de concretar la transacción decidimos investigar un poco y pasamos por todas las páginas web del mercado, miramos los sitios de reclamos, los foros, los artículos de expertos. No hubo caso; ninguna búsqueda en Google nos dijo cuál era la mejor opción. También visitamos muchas automotoras, miramos, preguntamos, volvimos a mirar y logramos que varios vendedores nos odiaran.

¿Sabía usted cuántas marcas de auto existen? Yo no. Todavía estoy sorprendida.

Después de todo ese análisis, que por cierto duró un buen rato, con Novio concluimos que comprar auto es como emparejarse: por muchos antecedentes que uno maneje, cada individuo es único y resulta imposible predecir cómo se comportará al final. Pero si se pretenden un buen funcionamiento, lealtad y seguridad, básicamente hay que tratarlo bien y tener algo de suerte.

Lo más importante es que en ambos ámbitos de la vida es primordial el instinto. La química, si se prefiere. Por eso cuando lo vimos y sentimos que lo amábamos a primera vista, supimos de inmediato qué debíamos hacer. Bueno, yo lo supe antes porque Novio es más racional. Yo, como Summer Finn, "un día desperté y estuve segura". Ja. 

Estaba él instalado tranquilamente junto a un pilar, como si nos esperara. Se veía brillante, feliz y orgulloso de sus dimensiones aunque a su alrededor habían puros cuatro por cuatro gigantes. Mientras Novio preguntaba datos técnicos sobre el motor y esas cosas, yo me fijaba en los asuntos importantes: asientos cómodos, espejo en el parasol del copiloto, dos espacios para poner vasos -porque auto blanco sólo tenía uno y era una verdadera lata andar con mi vaso o botella en la mano todo el camino-. Además demostró ser muy inteligente: avisa si se quedan encendidas las luces y si estamos demasiado cerca de otro auto cuando retrocedemos.

Como ya no tenía dudas, lo único que faltaba era elegir su nombre, aunque en realidad lo supe apenas lo vi: sería Salvador. 

Ahora sólo esperamos que Salvador llegue a nuestra familia. Ya tenemos listo su ajuar -en realidad lo reciclamos del otro auto, pero él no lo sabe- que consiste en un TAG, bolsita para la basura y una buena selección musical para los viajes. Obviamente estamos emocionadísimos por su aparición en nuestras vidas. Creo que yo más que Novio, porque es la primera vez que participo en la selección y compra de un auto así que puedo decir con propiedad que también es mío.  

Para tranquilidad de Novio, no pegaré imágenes de Hello Kitty ni pondré accesorios rosados en la parte que me corresponde. Sólo lo disfrutaré a moriiiirrrrrr. Además sigo odiando el rosado. De hecho, mi idea original era que Salvador fuera azul, pero el azul de ese modelo era demasiado fosforecente y con Novio nos pareció que como somos personas adultas, profesionales y serias, mejor elegíamos un color menos llamativo. Jajajaaa.

viernes, septiembre 24

18 x 2


Asados, asados, asados. Si me lee algún vegetariano debe estar odiándome desde hace un par de post por mis públicas declaraciones de amor a los asados. Yo puedo entender sus principios y/o gustos, pero lo que no entiendo es porqué insisten en evangelizarnos a todos los que definitivamente no compartimos sus convicciones, como hace mi hermana Ana en cada evento familiar. Tampoco entiendo porqué creen que las vacas tienen más derecho a no ser comidas que los atunes.

En fin. Ana aprovecha de hacernos sentir culpables en estas fechas, y mientras yo disfruto las actividades dieciocheras a fondo, ella come empanadas con carne de soya y anuncia que como más le gusta el pollo es corriendo libre por el campo (!) Igual, a pesar de sus llamados a la conciencia, lo pasé de lujo el fin de semana largo gracias al bicentenario -ay la inconsecuencia!-

El problema este año fue Novio. O sea, el problema no fue él sino la necesidad de pensar con él toda la agenda de actividades sociales. Antes era sólo yo, y eso no significa que todo tiempo pasado fue mejor pero sí que era más fácil. Agarraba mi mochila y partía. O me quedaba tranquilamente mirando el techo y ya. A nadie le complicaba demasiado ni le afectaban mucho los cambios de planes a última hora.

Pero este 18 fue diferente, porque con unos días de anticipación tuvimos que diseñar una completa estrategia para hacer calzar las invitaciones de las respectivas familias y amigos, calcular los tiempos de viaje y tratar de quedar felices los dos. Fue raro. También fue un poco difícil. Y entretenido, claro.

Supongo que es en estos momentos cuando uno realmente toma conciencia de que vive en pareja, más allá de los asuntos cotidianos como encontrarme en el baño su espuma para afeitar o la posibilidad de tener acceso libre e ilimitado a su colección de discos. Supongo que tiene que ver también con que, como estoy más vieja, puedo haber aprendido a tomarme las relaciones con algo más de seriedad y/o compromiso. Y claramente también tiene que ver con Novio, porque no se trata de andar por la vida haciendo planes con el primer sujeto que se cruza en el camino.

Eso lo aprendí también este fin de semana, cuando sacamos nuestra increíble parrilla eléctrica y armamos un quincho en el balcón. Nuevamente asado, pero esta vez sólo los dos. Y ahí me acordé de un 18 de hace años, cuando caminaba hacia mi celebración correspondiente y vi una pareja que preparaba también su asado en un balcón del Puerto. Los dos solos, y yo pensé que era una lata porque para mí estos eventos eran necesariamente con haaaarta gente.

Es raro, porque siempre pensé que a mí no me pasarían esas cosas. Y es difícil porque de alguna manera debo dejar de ser tan egoísta como he sido siempre, manejar mejor mis cambios de humor y aprender a convivir con los cambios de humor de Novio. Pero es entretenido y muy estimulante porque a cada momento podemos inventar algo nuevo mientras vamos resolviendo cosas por el camino, adaptándonos y agarrando un ritmo común. Y claro, es buenísimo saber que siempre hay alguien que amerita un asado a solas.

jueves, septiembre 16

dos margaritas

Una vez más que alguien diga "bicentenario" y prometo aplicar los conocimientos aprendidos en mis dos semanas de aerobox. Nada contra las celebraciones o la historia de la independencia, incluso puedo tolerar ese nacionalismo exagerado que le baja a algunos en esta fecha. ¿Pero era necesario que toda palabra que se dijera este 2010 fuera seguida de "bicentenario"?

Tenemos programación bicentenario en la televisión, ofertas bicentenario en las tiendas, especiales bicentenario en la prensa, colecciones bicentenario de todos los productos imaginables y hasta terremoto bicentenario. Y ni hablar de esa horrible publicidad de un supermercado. ¿Alguien me puede explicar qué es Vicente Nario? ¡¡¡¿Qué les pasa a los publicistas de este país?!!!

Lo bueno de que finalmente llegara el 18 es que -espero- disminuirá tanta euforia por el término y yo podré ver noticias sin querer lanzar los platos sobre la pantalla. Lo otro bueno, lo mejor de todo, son los asados, las celebraciones, los días libres, las banderas en todas partes, el término del frío espantoso, los asados, los asados, los asados.

Aquí en esta ilustre empresa ya estamos preparando el propio, y desde temprano se notó en el ambiente que a nadie le importa en absoluto lo que pase con el trabajo. Hoy sólo he recibido dos correos y nadie contesta ninguno de los teléfonos a los que he llamado. Mis compañeritos encargados del megaevento se han paseado toda la mañana con ensaladas y bolsas de carbón, mientras a lo lejos se escucha que alguien practica el guitarreo de cuecas.

Y yo, sin querer ser menos, terminé rápidamente mis asuntos pendientes para poder buscar con calma una canción que me daba vueltas en la cabeza sin saber porqué. Me recuerda mi juventud, cuando era chica chica y caminaba por los cerros de mi pueblo natal para ir a clases de pintura. En mi memoria el cielo de allá es más azul que el de la capital, hay mucho viento -porque es septiembre, claro- y yo escucho en mi personal estéreo -ay, perdón, voy a recoger el carné- a Os Paralamas do Sucesso mientras hago mi lista mental de cosas que me harían feliz.

Parece que en ese tiempo no conocía todavía los margaritas, porque no estaban incluidos. Ahora no me vendrían mal, aunque también podría ser algún aperitivo para el asado institucional. Las otras cosas que aparecen en mi propia versión de hoy serían:

- Un café y un chocolate. Hecho. (Mientras contestaba los dos correos del día).

- Escuchar otra vez esa canción de la adolescencia. Hecho. (Mientras los compañeritos preparaban la parrilla. Y seguí con un repertorio de música en portugués que fue lo menos apropiado para la fecha, pero no importa porque encuentro muy lindo el portugués).

- Comer asado y empanadas y choripanes. Ahora pronto en el patio de la oficina. Y mañana, y pasado y ay qué felicidad más grande.

- Salir con Novio a caminar por las calles de la gran capital aprovechando que no hace ni tanto frío ni tanto calor. Y luego quizás hacer un asado en nuestra súper parrilla. Esta noche.

- Caminar por los cerros de mi pueblo natal sintiendo el viento y el olor a mar. Probablemente el fin de semana.

- Ir a algunas ramadas y disfrutar que todo el mundo esté celebrando lo mismo y sentir el olor a asado aunque su procedencia a veces sea un poco dudosa. Probablemente el fin de semana también.

- Tener otra vez la inspiración que tenía en la juventud y volver a pintar y pintar y pintar sin complejos. Pendiente.

 

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