lunes, noviembre 14

no voy en tren, voy en avión

- "Hooola Pauliiiiiina! Felicitacioooones!!!" Mi prima Laura grita al otro lado del teléfono con su voz chillona, que se pone más chillona cada vez que le pasa algo emocionante.

- "¿Felicitaciones? ¿Yo? ¿Y por qué sería?", le pregunto sin entender de qué habla ni porqué me está llamando si nuestro único contacto es en los respectivos cumpleaños. 

- "Yaaaa cómo que porqué. Por la guagua po!"

- Cri cri cri.

- "Qué bueno que tengas una guagüita porque después es más difícil y, bueno, a tu edad ya no es cosa de dejar pasar el tiempo y que se te pase el tren. Yo le decía a mi mamá el otro día que estaba bueno ya que se pusieran en campaña porque ya estabas igual que la Claudita que se quedó sola y solterona por no querer tener guagua de puro tonta no más; que no, que primero estudio, que después trabajo, y al final se le pasó la edad y la guagua nunca.  ¿Y qué dice Novio? ¿Está contento?"

- Cri cri cri.

El teléfono en una mano, el mouse en la otra. Mi dedo índice queda en el aire mientras trato de entender qué pasa, de qué diablos está hablando Laura.

- "Aló? Alóoooo?", grita ella desde el otro lado. Y después me explica que lo vio en facebook, que vio que yo le contaba a una amiga que estaba embarazada y andaba con antojo de frutillas.

- "Ehhh, Laura, linda, entendiste al revés. La embarazada es mi amiga. De hecho ahora ni siquiera tengo con quién producir una guagua".

- "¿Quéeeee? ¿Pero cóoooomo? ¿Y Novio?"

- "Terminamos".

- "Noooooo. ¿Y por qué, Paulinita?" dice ella con el tono empalagoso de quien está lista para tomar apuntes y luego redactar el comunicado de prensa familiar.

Yo no sé cómo responderle. Me preguntan por Novio y no sé qué decir. ¿Le explico que prefirió alargar su adolescencia carreteando hasta el amanecer cada fin de semana? ¿Que necesitaba reafirmar su autoestima conquistando chicas en los bares o reviviendo romances universitarios? Demasiada mala onda, supongo.

¿Digo que tenía muchos problemas existenciales como para agregar a su vida una compleja relación conmigo? Demasiado críptico. ¿Que no fue capaz de valorar lo excelente novia que puedo llegar a ser? Demasiado egoísta. Y demasiado iluso también. ¿Cuento que con el tiempo dejamos de pasarlo bien juntos, de disfrutar las cosas cotidianas, de armar proyectos comunes? ¿Que mantener la relación cada día exigía un esfuerzo enorme que ninguno de los dos estaba dispuesto a hacer? La verdad, dudo que a alguien le interese escuchar todo ese análisis.

¿Debería hablar con alguien sobre las fotos que su amiga publicó en facebook con una actitud bien poco amigable? ¿Debería aclarar que al final era imposible confiar en él, no sólo porque me mintiera o porque fuera tan poco inteligente como para dejarse fotografiar; no podía confiar en él porque no me daba ninguna certeza sobre el futuro común, no podía planear lo que haríamos el fin de semana porque era altamente probable que él despertara un sábado queriendo partir a África, cambiar de profesión o casarse y tener hijos.

Lo peor, encuentro yo, es que en algún momento me habría casado y habría tenido hijos con él. O lo habría acompañado a África. Lo pensé, en serio; todas esas cosas que dije que nunca haría. Lo quise un montón y de una manera bien especial, lo suficiente como para atreverme a armar un futuro común. Después pasaron muchas cosas y una tarde nos sentamos a repartir muebles. Puedo describir casi en detalle cómo fue todo el proceso, pero si me preguntan las causas no sé qué responder.

- "Nada po, terminamos. Nos aburrimos y decidimos que era mejor seguir por separado".

- "Yaaaa", dice Laura, un poco decepcionada porque no logra detalles a pesar de la insistencia. Entonces arremete con la segunda parte: "No te preocupes Paulinita que por aquí hay un montón de chiquillos que te puedo presentar. Miguel tiene un amigo que se separó hace poco y está súper encachao, tienes que venir a verme y te lo presento, es alto y buenmozo y tiene una camioneta recién comprada con este asunto de la empresa. Porque trabaja en una empresa súper buena, está súper bien él, vas a ver. Bueno, y si no te gusta te buscamos otro, no te preocupes que a ti no se te va a ir el tren como a la Claudita, mira que quiero tener un sobrino luego po Pauliniiiiita".

- "Sí, claro, te aviso", le respondo antes de colgar. Ya me duele el oído.

Después pienso si la Claudia de verdad quiso tener hijos alguna vez. Si ahora se arrepiente por no haberse casado cuando tuvo la oportunidad. Ya van dos que yo dejo pasar y hasta ahora no me he arrepentido, pero no puedo dejar de dudar si será cuestión de tiempo, si cuando me sienta más vieja voy a empezar a preocuparme por el tren que se va y se va y se fue no más.

Pero por ahora canto a Drexler, dejo este amor donde lo encontré, que en tren con destino errado se va más lento que andando a pié. Si Drexler no sabe de estas cosas al menos halló cómo decirlas para que suenen bien.

miércoles, octubre 12

5 escenas de llanto a propósito del novio perdido

1. El drama: 
Escena tipo película romántica de Meg Ryan o, más actual, de esa niña rubia que reemplazó a Meg Ryan. Drama puro con la almohada porque la vida se acaba y nada volverá a tener sentido. Llanto descontrolado, intenso, amargo, sintiéndome en el abandono total como si cayera por un pozo sin que a nadie más le importe porque, en realidad, nadie se ha dado cuenta. Me duele la cabeza, tengo un vacío tremendo en el estómago. Todo el sentido común indica que no sirve de nada sufrir así, pero no puedo parar de llorar porque ya no hay Novio y de ningún modo podré cambiar eso. Es verdad que algunas veces traté de lanzarlo por la ventana, pero de verdad lo quería incluso cuando planeaba casarse y tener hijos conmigo. Lo quería tanto, era tan feliz con él, que ahora no puedo entender que se acabó todo y él, en vez de correr a rescatarme del pozo, supera sus penas comiendo en Mc Donalds. Más llanto.

2. La culpa:
Escena de Thom Hansen cuando dice que es inevitable revisar la relación para tratar de detectar cuál fue el momento en que empezó a arruinarse. Thom sale en pijama a comprar vodka. Yo compro chocolates vestida más apropiadamente. Me acuesto a mirar el techo mientras recuerdo los últimos momentos de felicidad, que cada vez se hicieron menos frecuentes hasta desaparecer por completo. Pienso que debí haber sido menos bipolar o más comprensiva o más dulce o menos crítica. Más normal, quizás. Siento que algo me apreta la garganta provocando que me cueste respirar. Y otra vez vamos llorando porque de algún modo sospecho que yo inicié muchas de las cosas que ocurrieron después. Chocolate con almendras, llanto y culpa. 

3. La rabia:
Escena estilo teleserie venezolana pero con menos maquillaje y pelo sin volumen. El novio ya no está conmigo porque decidió que es más conveniente carretear con los amigos y coquetear con chicas en la barra de un bar. Lo veo a lo lejos sonriéndole a una niña muy joven y simpática y arreglada. Pienso que debería ser yo con quien comparte el trago. Debería ser yo con quien baila porque más de una vez me prometió que ya nunca más estaría sola, que a pesar de lo que pasara él estaría conmigo. Pero no cumplió porque ahora me siento más sola que antes y es todo su culpa, se merece que agarre el vaso y le lance esa piscola en la cara mientras le digo una frase ingeniosa que lo haga sentir pésimo, y al final me vaya gritándole que el hijo no es suyo. Me arrepiento de no haber tirado su ropa y su computador y todas sus cosas por la ventana cuando tuve la oportunidad. Tengo ganas de sacar una metralleta y dispararle a los amigos por alentarlo a la conquista, a la chica por ser más simpática y más sonriente que yo, y a él porque ya no volveremos a viajar ni a armar el árbol de navidad ni a escribir un blog común ni a tener hijos ni a comprar perro ni a hacernos viejos juntos. Quiero ser una actriz venezolana para lanzarle las palabras más dolorosas y terribles hasta que se sienta igual de mal que yo. Pero no puedo, un poco por dignidad y un poco porque soy pésima para expresar sentimientos. Sólo me doy media vuelta y trato de salir sin hacer ruido. Llanto despacito, tragándome las lágrimas y sintiendo que me queman la sangre, el estómago, el útero, qué sé yo. Sitiendo que consumen todo hasta hacerme explotar. 

4.  La autocompasión:
Escena final de película romántica. Otra vez podría ser Meg Ryan o cualquier rubia amorosa haciendo fila en el aeropuerto, desconsolada, partiendo para siempre porque el amor de su vida ya no la quiere. Pero él, completamente arrepentido, irrumpe en la sala de embarque y le declara su amor eterno. Y yo lloro porque sé que eso no va a pasarme y también por creer en los finales hollywoodenses. No me voy porque ya aprendí que uno igual se lleva sus traumas a cuestas, pero igual me gustaría que llegara Novio a buscarme para arreglar todo el asunto. Lloro porque en vez de la declaración él me mira con rabia por todo lo que yo no fui, porque no me habla, porque cuando me ve actúa como si no estuviera ahí, porque otra vez voy a quedarme sola cuando termine el día. Porque ya no puedo contar con nadie y mi vida es tan terrible o triste o trágica y no tengo quien me consuele.

5. El dolor
Precuela: Me encuentro en la calle con Daniela, una amiga del todavía novio. La saludo con mi sonrisa insípida. Ella desvía la mirada. Le cuento más tarde a Novio y desvía la mirada también. Ajá, digo ahora, cuando ella publica en su facebook una foto de un par de meses atrás. Juntos, cuando Novio llamaba a los amigos para hablar de la vida y la encontraba a ella por casoalidad
Escena de Persépolis, cuando Marjean se separa del marido y la abuela le dice que en realidad no llora por perderlo a él sino por haberse equivocado. No puedo olvidar esa frase. Yo creo que lloro porque a Exnovio le gusta bailar con universitarias que conoce  invitándoles un trago y jactándose de sus negocios, para luego contarle las aventuras a los amigos. Lloro porque no sé si él cambió mucho en los últimos meses o siempre fue así y yo no fui capaz de darme cuenta. Lloro con un poco de pena, con rabia, con ganas de tirarle una granada en los pantalones, con ganas de que vuelva a abrazarme y decirme que todo va a estar bien. Lloro porque no es la primera vez que me equivoco y siento que no aprendí nada. Lloro menos que antes, sin el escándalo ni la tragedia, pero siento un vacío enorme entre la garganta y el estómago, me duele algo ahí dentro como si me hubieran sacado un pedazo con una cuchara para helado. Duele lo que falta y yo sigo llorando porque aposté todo lo que tenía y perdí. Perdí con la universitaria de tacos y jeans apretados que baila reggaetón la noche entera, con la amiga de años que en el fondo siempre le hizo mantener una esperanza, con la posibilidad de jactarse ante los amigos por la última conquista. Con cualquier chica más dulce, menos complicada, más normal.

domingo, agosto 21

500 noches

Por un tiempo trabajé con una niña un poco trastornada y fanática de Sabina, que escuchaba una y otra vez las mismas canciones. A mí nunca me gustó mucho Sabina, pero después de terminar con el novio ella se veía más trastornada de lo habitual y a mí me daba un poco de pena porque suponía que irse o dejar que el otro se fuera no debía ser asunto fácil.

Había en particular una canción que hablaba de la novia partiendo, y Sabina cantaba algo así como que ella salió con un portazo, subió a un taxi y él debió volver "a la maldición del cajón sin su ropa". De esa parte me acuerdo porque imaginaba lo terrible que debía ser el vacío que deja una persona cuando ya no está en su casa. Terrible para el que se queda, quiero decir.

Ese día, cuando llegué y Novio ya no estaba, la canción de Sabina fue el soundtrack en mi cabeza. Raro porque, como dije, Sabina nunca estuvo entre los favoritos del sountrack.

A Novio le pedí que se fuera mientras yo no estaba porque en las despedidas siempre lo he hecho pésimo, termino diciendo cosas desde la parte más oscura de mi cerebro con todos los mecanismos de defensa activados y cero sensibilidad hacia el otro. Después pensé que habría sido más valiente cerrar el ciclo dando la cara, pero bueno. Ese día llegué y no estaban muchas de sus cosas y de algún extraño modo el departamento se sentía más grande y más vacío.

Y sí, duele y es terrible, y uno se pregunta miles de veces cuándo fue el momento exacto en que algo se quebró y todo empezó a podrirse. La escena era yo recorriendo las piezas, echando de menos un computador o un cepillo de dientes, cantando la misma frase hasta que me saturó y tuve que googlear la canción para escucharla completa. Se llama 19 días y 500 noches porque "tanto la quería que tardé en aprender a olvidarla 19 días y 500 noches". Aaaahhhhh tráiganme el puñal por favor*.

Lo imagino a Sabina fumando en la barra del bar y pidiendo otro trago con su voz áspera.
"Poco a poco la di por perdida", dice él, mientras yo saco cuentas del día en que empecé a contar las 500 noches. Porque una cosa era asumir que Novio se fue y otra muy distinta era sentir que ya no estaba conmigo aunque siguiéramos durmiendo en la misma cama. Eso, señores, es infinitamente más terrible y más doloroso. 

Entonces, ese día, en lugar de lanzarme a los brazos del alcohol compré chocolates y me acosté temprano porque hacía frío. Googleé a Sabina y concluí que la situación no era tan terrible porque yo ya había empezado, desde antes, a darlo por perdido. A Novio, quiero decir.

* Si usted de verdad quiere cortarse las venas en materia amorosa, mejor escuche a Café Tacuba.



viernes, agosto 12

y se cerró el paréntesis


sábado, agosto 6

Santomé

Me acuerdo de Martín Santomé. ¿Será que esto fue apenas un paréntesis? Siempre he tenido esa sensación de quedarme sola al final del día, sin importar si me acompañaron amigos, familia o novio. Creo que eso fue lo mejor de todo este tiempo: sentir que alguien se quedaba cuando todos los demás se iban.

Me acuerdo de la época en que dudaba si cambiar o no de carrera. Sentada sobre los enormes tableros para dibujar, mientras un profesor hablaba de griegos o romanos, yo pensaba si mi paso por esa universidad sería la principal parte de mi vida o apenas una anécdota. Ahora pienso si en el futuro voy a contar que viví un par de años con un novio, que todo fue buenísimo al principio pero con el tiempo el asunto terminó siendo un desastre. ¿Y la gente irá a creerme cuando lo cuente? Hay muchos que ni se imaginan que alguna vez no quise ser periodista.

Me acuerdo del terremoto, cuando vi volar el televisor y pensé "ya está, el edificio se cae y aquí termina todo, pero igual valió la pena por los últimos meces de felicidá". Y ahora me pregunto dónde está esa felicidá. Siento que la tuve en la nariz y la espanté a manotazos. Siento que no debí ni intentar vivir con Novio, sabiendo lo pésima compañía que soy y lo mal que funciono en estas relaciones. Pero también siento que habría sido peor no intentarlo.

Puras sensaciones, ni un solo pensamiento racional. Y un instinto: si seguimos juntos vamos a terminar lanzándonos por la ventana. O saltando voluntariamente, quién sabe. Pero también hay otro instinto, uno todavía más animal, que es el que me impide alejarme de él. No quiero dejar de sentir su olor, ni dejar de dormirme sabiendo que estará ahí cuando despierte, ni dejar de hacer planes para cuando seamos viejos. O quizás sí quiero, y todo el dolor no es más que la rabia por haberme equivocado en la apuesta.

A veces pienso que debí haber sido terapeuta: tengo la capacidad de decirle a los novios qué es exactamente lo que necesitan para sus vidas. Por supuesto, yo no estoy incluída. Ya más o menos tengo claro lo que necesita Novio, lo que no sé es si seremos capaces de aceptarlo. Tampoco sé lo que necesito yo, la capacidad se acaba ahí en el espejo.

 

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