martes, agosto 31

"mis vacaciones" o cómo alcanzar la felicidad absoluta

Si usted alguna vez ha dudado que la felicidad absoluta existe, puedo decirle con total seguridad que está equivocado/a. Cuando usted ha pasado 18 meses de su vida haciendo una pega que a ratos puede ser bastante latera, con compañeritos neuróticos que quieren asesinarse entre sí; si usted además venía de otro trabajo donde tampoco había tenido vacaciones en haaaaarto tiempo; si entremedio se cambió de casa y de ciudad; si tuvo que aprender a pagar cuentas, a comprar en el supermercado y a limpiar el baño para asegurar su propia subsistencia...


Si usted cumple todos estos requisitos y de pronto se sumerge en una piscina temperada mientras mira el atardecer a través del techo transparente... entonces usted se convencerá fácilmente que sí, que es verdad, que la felicidad absoluta está justo alrededor suyo.

Personalmente, me costó un poco creer que fuera cierto. Mientras las burbujas me hacían cosquillas en la espalda y en el cielo naranja el sol se escondía tras la cordillera nevada que estaba ahí mismo, por un momento pensé en pedirle a Novio que me golpeara para estar segura de que todo era cierto. Y sí, era cierto. Y no, no fue necesario el golpe. Pero por si acaso, nos tomamos hartas fotos para la posteridad, y considerando las cosas que han pasado después me parece que fue una excelente idea.

Creo que Novio empezó a sentir que su vida corría serio riesgo estando a mi lado, por culpa de mis síntomas de estrés y mi odio hacia la humanidad que a esas alturas se hacía extensivo casi a todo ser vivo y objeto inanimado de la tierra. Entonces, recordando lo que nos habían contado unos amigos sobre sus increíbles vacaciones en unas termas, hizo las averiguaciones correspondientes y consiguió un excelente panorama para que partiéramos los dos a relajarnos y olvidarnos del mundo y pasarlo bien y recuperar cierta normalidad que nos permitiera continuar nuestras relaciones sociales sin provocar temores en los demás (por causa mía, claro).

Debo decir que fue la mejor decisión de nuestras vidas. Lejos. Es que realmente necesitaba desconectarme de todo, flotar en agua tibia, ser masajeada cual masa de pan por una señora gordita y amorosa, y dejar que la mayor preocupación en mi cabeza fuera elegir ante la barra de postres del restorán. No, no pude elegir.

Caminamos por los alrededores del hotel saltando en las hojas secas -una de mis actividades favoritas en la vida-, quedamos arrugados arrugados con tanta agua termal, comimos de lo mejor sin necesidad de acumular platos sucios ni tener que pensar qué comprar para el almuerzo del día siguiente, y nos relajamos, relajamos, relajamos hasta morir. Básicamente, todo lo que es la dinámica de comer-pasear-flotar una y otra vez de aquí a la eternidad.

Mención aparte para doña Valeria, la señora gordita y amorosa y masajista. Si mi departamento fuera más grande, la adoptaba como tía para que se pasara el resto de la vida conmigo. Después de conocerla me convencí de que el masaje debería ser un derecho subvencionado por el Estado, porque si todo el mundo tuviera acceso a este grado de felicidad andaríamos de mejor ánimo por la vida y nos evitaríamos las peleas con los choferes de micro, los bocinazos en el taco, las ganas de matar al Jefecito de turno...

Mi espalda todavía disfruta el acomodo de músculos, articulaciones y demases, que aunque en el momento crujieron hasta ponerme bien nerviosa, al final me dejaron flotando en las nubes y con un indiscutible olor a postre. Ahora, mi próxima misión en la vida es encontrar una masajista como ella en Santiago, para felicidad mía y de quienes me rodean.

domingo, agosto 29

antivirus se busca

Finalmente, después de una larga espera de muchos días hábiles, don Sony se dignó a devolverme mi mejor amigo computador como nuevo. Ya no se pone azul de la nada. Además, Novio le instaló un par de cosas, incluyendo el antivirus que promete mantenernos a salvo de la adversidad. 

Lástima que el antivirus ese no se haga extensivo a la usuaria, para apoyarme en la misión de desalojar a los bichos que tuvieron la genial idea de elegir mi estómago como hábitat. De un momento a otro manifestaron su presencia de una forma bien poco glamorosa, y ahí supe que el cansancio, el dolor de cabeza y los puntitos blancos que veía en todas partes no eran síntomas de intolerancia al trabajo, sino un sutil adelanto de lo que se venía. 

Y lo que se vino fue la sensación de estar llegando de un carrete demoledor y de haber corrido un par de maratones, todo al mismo tiempo. Además, era como si tuviera un niño aprendiendo a caminar justo sobre mis costillas y las paredes del departamento se movían como si estuviera dentro de una juguera. Pésimo.

Mientras no hacía nada más que mirar el techo de mi pieza, recordé que una de las cosas que quedaron pendientes de mis vacaciones era quedarme en la casa sin hacer nada y levantándome de la cama sólo para comer. Deseo cumplido, aunque por un par de días técnicamente no pude ni comer. Una linda cachetada de la vida, como diciéndome "no te gustó quejarte de la pega? ahora aguántate y acuéstate!".

Diría que no me voy a quejar más, pero sé que es mentira. No es que no me guste trabajar, de hecho creo que cada vez que estoy mucho rato sin hacer nada empiezo a enloquecer de distintas formas. Mi problema es que mi pega actual me aburre y que mis compañeritos de oficina insisten en asesinarse mutuamente, entonces así es bien difícil que a uno le den ganas de pasar ocho horas diarias sentada frente al mismo escritorio de aquí a la eternidad.

He tenido harto tiempo para pensar en eso durante los últimos días, desde que mi estómago dejó de tener vida propia. Y creo que llegó la hora de hacer algo al respecto.

martes, agosto 24

piloto automático

La mayor parte de mis vacaciones de infancia fueron en el campo, o cerquita de la cordillera, entiéndase lugares con haaaaaaarta naturaleza: tierra para jugar hasta quedar irreconocible, agua para pasar el calor y plantas para prepararle comida a las muñecas. Salvo por esa vez que fuimos a Concepción y yo no entendía porqué la gente me decía que yo era "del norte", siendo que para mí el norte empezaba en La Serena.

En fin. Fue esa costumbre familiar lo que provocó que todos mis primeros días de clases terminaran con un dibujo de árboles llenos de hormigas subiendo por sus troncos. Sí, por alguna razón me gustaba mirar las hormigas. Tuve harto tiempo la misma profesora jefe, así que sagradamente se repetía el mismo encargo año tras año: el dibujo titulado "mis vacaciones", al que luego se sumó la clásica composición.

A mí siempre me cargó la palabra composición, supongo que me sonaba a algo más musical así que nunca me quedó bien claro a qué se referían los profesores. Mejor me hubieran pedido que escribiera un post, ja.

Ayer me acordé de mi antigua profesora jefe -hoy vecina de mis padres, dato inútil- porque en mi primer día de vuelta a la pega después de la mejor semana del año pretendía hacer mi composición correspondiente. Quería contar lo bueno que fue todo pero también quería dejar constancia para volver a leerla y releerla cuando me toque pagar las cuotas de la tarjeta de crédito, o cuando Jefecito me empiece a pedir para ayer informes detallados sobre la vida del escarabajo noruego mientras yo empiezo a planear -otra vez- cómo asesinarlo con mis propias manos. Lo sé: en esos momentos de oscuridad y sufrimiento que se avecinan será absolutamente necesario tener constancia de que mis vacaciones realmente existieron, que fueron increíbles y que si sigo aquí en esta pega del terror es precisamente para poder repetir la experiencia. Ahí estará la respuesta a todas mis dudas existenciales.

Pero no pude. Ayer hice el intento de escribir, de pensar, de trabajar incluso... y nada. Creo que sigo en modalidad vacaciones, aunque empecé el día de lo más feliz con las pilas recargadas y hasta levantándome a la hora que corresponde sin necesidad de correr para llegar a la pega. Aquí saludé a todo el mundo con mi mejor sonrisa y respondí varias veces que mi semana afuera estuvo muy bien, gracias. Fui con todo el ánimo a marcar mi tarjeta para empezar la laaaaarga jornada laboral (sí, por acá seguimos en la era del reloj control)... y mi tarjeta no estaba.

Primer pensamiento: me echaron y nadie se tomó la molestia de avisarme. Pero luego me crucé con Jefecito y me saludó y me preguntó cómo me había ido, así que supuse que andaba todo bien. Los trámites para recuperar la tarjeta fueron casi tan engorrosos como el papeleo para salir de vacaciones. Al final no hubo caso de encontrarla y tuvieron que hacerme otra. Súper seguro el sistema. 

Después, otra cachetada de la dura realidad: el ¿servidor? se había caído y no teníamos internet. Chan. Así comprobé que las cosas siguen funcionando igual en esta ilustre empresa. Como dice un compañerito por aquí, si todo sale bien es pura casualidad.


Para mediodía tenía tanto sueño que sólo habían manchas borrosas en la pantalla de mi pc. Cuando volvió la interné, su primer aporte había sido dejar en evidencia cómo fue que a todo el mundo se le ocurrió pedirme cosas durante la semana que no estuve, así que mi correo reventado promete entretención para los próximos días. Es que yo, brillante como siempre, olvidé dejar el mensaje automático que dice que no estaré en la oficina hasta el lunes 23, que por favor no moleste con tonteras porque el proceso de adaptación a la pega es lento y uno no quiere volver de vacaciones y encontrarse con doce millones de correos, gracias.

Tuve que ir por un café, porque la otra opción era dormir una siesta en la oficina vacía pero todavía me queda un poco de dignidad. Tampoco era muy honroso deprimirse a las tres horas de trabajo. Así que vamos activando el piloto automático para enfrentar la realidad de la pega, los compañeritos raros y la capitale contaminada con su clima de mierda. 

Igual no me puedo quejar por estar de vuelta. O sea, tampoco es tan terrible mi vida aquí. Debo decir que echaba mucho de menos mi departamento, sobre todo mi cama y mi refrigerador. Además, eso de no tener asuntos de la pega en la cabeza me estaba obligando a ocupar ese espacio con pensamientos incoherentes que en la práctica no llevan a nada.

Y, bueno, mis vacaciones fueron cortitas pero de lo más chori. Además de la relajación absoluta con mr. Web, que seguro amerita su propio post, tuve días de reencuentro familiar tomando tecito con mi abuela, viendo películas y devorando helados con mi hermana Ana, conversando con mis padres y comiendo comida casera bien hecha (no como la mía). Como en los viejos tiempos. Vi a varios amigos en un cumpleaños de lo más entretenido. Jugué con mi ahijada Sol y su nuevo mejor amigo. Decidí que quiero tener un perro, pero creo que eso también da para su propia profunda reflexión. 

Quedó pendiente una visita a mi amiga Sol en Viña (sí, se llama igual que mi ahijada, no es falta de creatividad), salir con mi hermana a celebrar alguna cosa y juntarme con mis amiguitas de mi antigua pega. También enchular el blog y ordenar mi ropa. Me faltó caminar por los cerros y pasar unos días en mi casa sin hacer nada más que ver televisión y levantarme sólo a comer.

Será para la próxima, que según mi "contrato" todavía quedan 10 días de felicidad.

sábado, agosto 21

así es la vida

Lejos el mejor atributo de la casa de mis padres es su increíble vista al mar. Uno puede estar almorzando, trabajando o simplemente sentado en el sillón y mirar las olas, los barcos gigantes, las gaviotas y los cerros al otro lado de la bahía. También puede ser que uno esté disfrutando sus vacaciones, escribiendo sobre la vida en un computador prestado porque el propio colapsó a las dos semanas de la compra (qué desilusión Sony!), después de un almuerzo casero preparado especialmente para la hija pródiga, cosa que le da un sabor todavía mejor.

Y en estas circunstancias es inevitable empezar a pensar en todo lo que ha pasado, analizar las cosas más de lo habitual y tratar de llegar a una conclusión que ayude a llevarlas mejor. Es que a veces, cuando estoy en mi oficina mirando la pantalla del pc y la cara de Emilia, mi vecina de escritorio, cierro los ojos un rato y puedo ver esta misma imagen en mi cabeza, con el mar, los barcos, las gaviotas y los cerros. 

Es bien raro todo porque de algún modo siempre supe que terminaría partiendo a Santiago o a algún lugar todavía más lejano, así que no me sorprendió tanto el cambio de mi vida antigua a mi vida actual. Además, la nueva venía con el bonus track de concretar todo lo que siempre había querido: el departamento, la entrada al área -digamos- social, los viajes, la independencia absoluta, la soledad. No me arrepiento para nada, eso está clarísimo, pero echo de menos un montón de cosas partiendo por la familia, los amigos, el mar, el olor a humedad en las calles, la gente más sonriente en cualquier parte, la escasa distancia entre todo lo necesario para vivir, los sándwiches del Bogarín.

Me pasa que cuando salgo de la pega, después de haber pensado en miles de cosas distintas, me subo a un bus del Transantiago y empiezo a mirar las calles por la ventana. Como a esas alturas de la tarde mi cabeza volvió a ser sólo mía, se van los pensamientos de trabajo y entran los de la vida, que además llevan un buen rato peleándose por salir a flote. Recién ahí empiezo a tomar conciencia de todo lo que ha pasado. Miro La Moneda y de pronto caigo en cuenta de que estoy instalada en la capitale. Miro la publicidad de departamentos nuevos y pienso que ya no es el sueño que concretaré algún día. Miro a la gente adulta y arreglada llendo de la oficina a la casa y veo que soy uno más de ellos, con mi cartera y mis "tacos". 

Es bien raro porque hace dos días era una estudiante de zapatillas y mochila, viviendo con mis padres en esta casa con vista al mar y pensando cómo decoraría el departamento propio cuando llegara. Bueeeeh.. días, meses, años, lo mismo, no?

Pero el trayecto en micro es corto y 15 minutos no son suficientes para llegar a grandes conclusiones. Y, claro, una vez en mi casa me llenan las preocupaciones de todo lo que implica ser una dueña de casa... jajaaa. Bueeeh... digamos que le hago empeño.

El punto era que hasta ahora no había tenido mi cabeza sólo para mí. En esta semana de vacaciones me olvidé completamente de la pega y volví a pensar sólo en los asuntos de la vida y un poco a sacar cuentas de todo lo que he hecho. Y lo primero fue sorprenderme de todo el tiempo que ha pasado. También me sorprendió calcular que tampoco es taaaanto tiempo, considerando todas las cosas que he hecho... es una sensación bien rara la verdad. Pero me gusta. Todo es raro, pero igual me gusta. Supongo que esa es la gracia.

Me acuerdo que cuando salí de la universidad tenía esta misma sensación de incertidumbre, de no saber qué podría pasar al día siguiente pero feliz de saber que mucho de lo que pasara dependía de mí. O sea, no incertidumbre con miedo a lo que pueda pasar, sino con mucha satisfacción y entusiasmo porque llegar a este punto incierto fue en gran parte gracias a mí, y porque así mismo puedo seguir llendo donde quiera.

Insisto, no me arrepiento para nada. Ni de esta ni de las otras decisiones "trascendentales" que he tomado en mi vida.

Puede que mi pega se haya convertido en una lata, que mis compañeritos de trabajo sean un poco neuróticos y un poco extraños para relacionarse entre sí. Puede que la contaminación me haga mal en los ojos y en la garganta, que eche de menos a la gente y que el transporte público sea un horror. Pero el balance sin duda es positivo. Nada tan tremendo de lo que quejarme.

Gracias a todos por participar y será hasta las próximas vacaciones.

jueves, agosto 19

instrucciones para seleccionar novio en tres pasos

Lo primero que miro en un hombre son sus zapatos. Usted podrá no creerme, o pensar que no sé nada de la vida, pero de verdad los zapatos pueden decir mucho sobre el carácter del individuo en cuestión. Por ejemplo, un tipo con esos zapatos en punta y dibujitos suele ser un latero, así que aunque tuviera el físico de Brad sus posibilidades conmigo serían nulas. Lo mismo con los bototos (se creen rudos pero en el fondo no pasa nada) y ni hablar de las chalitas con calcetines... puaj puaj.

Personalmente, creo que las zapatillas con estilo la llevan. Con estilo, ojo. Nada de deportistas obsesivos por favor. Don Web tenía de esa zapatillas cuando lo conocí. Estábamos en casa de una amiga común, que según confirmamos después no era realmente amiga de ninguno de los dos. También confirmamos que ninguno tenía mucho interés en ir esa noche, pero por distintas razones partimos sin estar muy convencidos.

Al rato nos convencimos. También comprobamos que teníamos hartas otras cosas en común, desde el barrio de la infancia hasta los traumas personales. De hecho, todavía me sorprende que nos parezcamos tanto en algunas cosas. Siempre creí que esos parecidos serían pésimos en una relación, pero hasta ahora la experiencia dice lo contrario.

Por alguna razón esa noche yo andaba odiando a todo el mundo. Había sido mi último día en una pega, al día siguiente empezaba en otra, y al estrés de haber tenido que dejar todo resuelto antes de irme se sumaba una cartera llena de todas las cosas que había acumulado en el antiguo escritorio. Kilos y kilos al hombro, lo peor para bailar. Peor todavía porque no me gusta tanto bailar. Además, como venía del trabajo, andaba con mis zapatos-de-periodista-seria-y-adulta que son lo más incómodo que hay pero me hacen creer que me veo de lo mejor con ellos.

El punto es que yo odiaba a todos: a mi antiguo trabajo por agotarme ese día, al nuevo por obligarme a despertar temprano a la mañana siguiente, a mis zapatos asesinos y a don Web que insistía en hacerme llevar el ritmo cuando yo estoy genéticamente incapacitada para eso. Es verdad, quería irme, pero girando y girando al ritmo de los Cadillacs nos acercamos y, ya superada la prueba de las zapatillas, vino la segunda etapa en el test de selección de Pau: el olor. Sí, el olor, la única manera de saber frente a qué clase de persona estamos. 

Y don Web olía a metal, a madera, como un taller de escultura. Ok, sé que es freack la asociación pero lo pensé y desde ese minuto ya no hubo nada más que hacer. Química, le llaman.

El resultado de la química fue que llegué a mi nueva pega convertida en zombi. Imagino la primera impresión de mis compañeritos, ja. Por un par de semanas me senté en reuniones sin tener idea de nada, mientras las voces de ex Jefecito, ex Gran Jefe y sus ex amigos sonaban en mi cabeza como la profesora de Charlie Brown. Bueno, todavía pasa eso a veces, pero entonces el tema era crítico porque además yo no tenía idea de la nueva pega, así que andaba poniendo cara de tener todo clarísimo mientras chateaba con don Web.

El último filtro en este sistema de selección patentado fue, ya con más racionalidad, pasar mucho tiempo juntos y darme cuenta de que tenía incluido todo lo que yo quería. Como un pack. Aquí viene la lista mental de requisitos que todas tenemos incorporada y que apostaría se inicia con los príncipes azules de los cuentos Disney. Y sí, el hombre en cuestión cumplía todos, todos los requisitos. Incluso los que no había verbalizado, como su incapacidad de vivir sin televisión y su amor incondicional hacia Los Simpson. Igual que yo.

Además, así por recordar algo, tiene una envidiable claridad sobre lo que quiere en la vida y lo que debe hacer para conseguirlo. Puede tomar decisiones rápido y sin enrollarse. Le gusta como me veo en las mañanas. Tiene una increíble capacidad para solucionar todo tipo de problemas, sobre todo los que yo ocasiono. Resuelve en cosa de minutos todos esos asuntos que yo llevo mucho rato dando vueltas y sé que debería concretar algún día, como enmarcar mis dibujos y colgarlos de la pared o abrir una cuenta en el banco. También hace un arroz increíble y de alguna extraña manera sabe exactamente lo que necesito para estar feliz, desde una invitación a comer lazaña hasta llegar con la película que no alcancé a ver en el cine. 

Ya, lo sé. Estoy frita. No me di cuenta cómo pasó, pero eso no importa. Tampoco me di cuenta cómo empezó a instalarse en mi departamento -y en mi vida, claro-. Aunque a mi madre le cueste creerlo, no fue como una teleserie en la que él me llevara a cenar y me dijera "Paulina Santiago, quiero vivir contigo" mientras había alguna canción mamona de fondo. Sí recuerdo que escuchábamos a Café Tacuba cuando empezamos a organizar asuntos prácticos, como el pago de las cuentas o el orden de nuestros escasos e invaluables bienes materiales. Un día decidimos que no tenía sentido que viajara a cada rato, que su ropa estuviera repartida en dos casas y que los dos estábamos más felices si nos veíamos todos los días, todo el día.

Pronto llegó con un montón de aparatos electrónicos que todavía no aprendo a usar bien y con su colección de discos que era mi sueño en la adolescencia (otro punto a favor). Decidió que no era posible vivir acampando en un departamento del centro de Santiago, así que gestionó la compra de muebles, puso mis dibujos en las paredes y logró que tuviéramos una casa de verdad en lugar de una mudanza eterna.

Así que, como puede ver, está comprobado científicamente que el método PS sí funciona. Si usted tiene algún chiquillo rondando y no está segura si aceptar o no sus múltiples propuestas, aplíquelo no más. Puede probarlo sin costo y después nos cuenta sus experiencias; por mi parte, pretendo no volver a usarlo más. 

martes, agosto 17

vacaciones, vacaciones, vacaciones!

Justo antes de enloquecer por completo paré a Jefecito en la puerta de su oficina y le dije que debía hablar con él. Urgente. Debo habérselo dicho demasiado en serio, porque me miró con un poco de susto y me invitó a pasar. Hasta me ofreció un café de su nueva cafetera ultramoderna financiada por Gran Jefe.

- "Jefecito, necesito vacaciones pronto porque, no sé si sabes, pero llevo 18 meses trabajando en esta empresa de corrido y ya estoy a punto del colapso".

Se lo dije casi sin respirar -y sin pensar- y él me miró con la misma cara que habría puesto al enterarse que el PIB de Kenia bajó durante julio. Yo estaba segura que me respondería algo así como "¿y a mí qué?", pero en realidad dijo, "ok, dime la fecha".

Wow. Me costó creer lo que escuchaba y creo que lo amé... por medio segundo.

Mi cabeza todavía sonaba a final de teleserie cuando partí a hacer el trámite, porque sin el trámite era totalmente imposible cumplir mi mayor sueño de los últimos meses. Y eso le lleva:

1. Convencer al encargado- de-los-formularios-para-pedir-vacaciones de que no me había entregado ninguno antes, esperar que terminara un café, cortara el teléfono y resolviera sus importantísimos asuntos para -al fin- revisar sus archivos y encontrar mi papel.

2. Buscar algún compañerito buena onda que me ayudara a llenar bien el formulario, porque la comprensión lectora realmente me falla en estos casos y no fuera a ser que me dejaran en la pega por poner mal algún dato.

3. Con el formulario lleno, partir al escritorio de la niña de los timbres para comprobar que tiene día libre. Esperar que vuelva.

4. Dejar el formulario lleno y timbrado con Luz, la secretaria de Jefecito, mientras Jefecito termina sus múltiples ocupaciones y se digna a poner su firma.

5. Mandar el formulario lleno, timbrado y firmado por Jefecito a Recursos Humanos para la autorización final.

Según mis cálculos, la cantidad de tiempo invertida en conseguir las vacaciones fue más o menos la misma que pasaré de vacaciones. Pero no importa. El día en que Luz me mostró mi formulario lleno, timbrado, firmado y autorizado por Recursos Humanos fue el más feliz de los 18 meses que he pasado en esta ilustre empresa. Lejos.
Nada más agradable que recibir un sueldo sin hacer nada, no? Aunque sea poquito tiempo.

jueves, agosto 12

el día de la marmota

Desperté tarde, como siempre. Me duché, vestí y traté de quedar lo mejor posible ante el espejo, siempre corriendo. Corrí después al ascensor, al paradero, a la oficina. Marqué la tarjeta corriendo.

Respondí correos. Contesté llamadas telefónicas. Traté de solucionar problemas. Generé otros pocos problemas, esperando que no se note demasiado. Tomé café. Jugué con hartas bases de datos y concluí que Excel es mi mejor amigo.

Miré algunos blogs y decidí escribir en el mío. No terminé. Saludé por Facebook a mis amigos cumpleañeros. Conversé con mis compañeritos de trabajo. Almorcé algo rápido sin mucho entusiasmo. Tomé más café y empezó a dolerme el estómago.

Escribí otros correos, atendí otras llamadas, inventé muchas respuestas sin saber si de verdad tendrán algún sentido. Odié a Jefecito y a otras personas más. Odié al que se le ocurrió inventar este proyecto. Pensé cómo serían las cosas si no hubiera mandado mi curriculum ese día. Pensé qué más podría estar haciendo en la vida y no se me ocurrió nada viable. Empezó a dolerme la cabeza mientras miraba cómo oscurecía.

Sentí las campanadas de la iglesia cercana. Revisé las últimas bases de datos, mandé los últimos correos. Llegó la señora que limpia la oficina y me saludó con una sonrisa. Calculé que ya era hora de salir. Marqué mi tarjeta, esta vez sin apuro.

Sentí el frío intenso apenas cerré la puerta. Caminé al paradero. Compré un chocolate en la esquina. Pasé por el supermercado, por la farmacia, por el kiosko de la señora que vende flores. Miré la calle con tanta gente, los edificios tan altos, el aire con ese olor tan raro.

Me saqué los zapatos, encendí el televisor, la estufa y el computador casi al mismo tiempo. Hice zapping por las teleseries nacionales y volví a concluir que son lo peor de lo peor. Vi Los Simpson mientras comía algo. Guardé la ropa que estaba colgada en el balcón. Miré los edificios con sus ventanas de colores, las luces que no se acaban nunca, la publicidad, los miles de autos que pasan justo abajo.

Miré mi departamento tan lindo con sus muebles nuevos, su florero, mis libros, mis discos y las velas que me regaló mi madre. Pensé que tiene el tamaño justo y la vista ideal. Pensé que eso es lo que siempre quise tener, lo que me imaginaba cuando era chica y me preguntaban cómo sería mi vida de vieja. Pensé que tampoco estoy tan vieja.

Pensé que en realidad soy bastante bipolar, mientras me dormía en mi estupenda cama de dos plazas luego de ver una película.


miércoles, agosto 4

el extraño mundo preescolar

Mi linda ahijada Sol estuvo de cumpleaños el fin de semana pasado. Dosssh annniosssh según sus propias palabras y sus dedos que muestra a todo el mundo con orgullo. Eso significa que por fin está en edad de interactuar con otras personas, porque la verdad es que al principio era bien fome y la máxima relación que tenía con su ilustre madrina era sonreirle de vez en cuando o tirarle el pelo con ganas.

Ahora, en cambio, podemos tener interesantísimas conversaciones -con subtítulos todavía, pero estamos progresando- sobre sus paseos en auto, las flores que crecen en el jardín de la casa o las ajetreadas vidas de sus muñecas. Además ya está en condiciones de aprender y replicar mis educativas enseñanzas, como la importancia de tapar los lápices de tinta luego de pintar, el mejor modo de discimular que comimos chocolate para evitar el reto o las ventajas de ver Toy Story en lugar de Barney y esos monitos mamones.

Peeero los dos años también significaron un tremendo desafío para la madrina, quien partió en busca del regalo ideal pensando, inocentemente, que sería cosa de entrar y comprar algo para niños preescolares. Error. El proceso me quitó varias horas
de sueño de trabajo porque resultó no ser tan simple como elegir un cascabel o un móvil.

En resumen:

Paso uno: Primera incursión a las tiendas.
Conclusión:
Todo es caro. No caro-caro en sí, sino caro en relación precio-producto. O sea, 12 lucas por una figurita de cinco centímetros cuyo único mérito es tener un programa de televisión? Claro, la figurita protagonista seguramente cobra bastante por los derechos de uso de su imagen, como Hanna Montana. Pero igual, no lo merece. Y ni siquiera estoy tan segura de que la cumpleañera sea fanática del programa.

Paso dos: Visita a tiendas especializadas.
Conclusión: Todo es educativo. ¡Todo! En mis tiempos (ja!) uno jugaba para divertirse. Como mucho para aprender roles y practicar desde ya con las guaguas, las tacitas o los autos (jajaa!) Pero lo primordial era pasarlo bien y ensuciarse harto. Ahora los pobres niños están obligados a aprender todo el rato, porque hasta el más inocente animal de peluche trae camuflada alguna función educativa para iniciar a su dueño en el doctorado en física nuclear.

Paso tres: Consulta directa a la involucrada.
- Sol, ¿qué quieres de regalo para tu cumpleaños?
- ¿Regalo?, dijo, y me miró con los ojos muy abiertos y cara de "ya po, entrégalo!", mientras miraba de reojo mi mochila.
Conclusión: Practicar con la ahijada la relación tiempo-espacio.

Paso cuatro: Focus group.
Conclusión: Los padres aman hablar horas y horas sobre sus hijos. Mucho. Después del recorrido por los escritorios de los compañeritos de oficina que tienen hijos, me enteré de sus últimas gracias y de lo inteligentes que son esos niños. Pero también pude recolectar unas cuantas propuestas apropiadas para mi público objetivo.

Resultado: Éxito total.
Siguiendo las recomendaciones partí a la juguetería más cercana y me llevé el regalo ideal. Lindo y consecuente con mis enseñanzas, aunque tuve que aguantarme las ganas de abrirlo hasta el cumpleaños. Gracias a mi participación manipulando el juguete (por fin!) a Sol le pareció de lo más interesante y pasamos un rato armando y desarmando, me explicó los colores de cada parte, cuál era más grande o más chica, cuál iba arriba o abajo. Luego se divirtió guardando todas las piezas, sacándolas, guardándolas otra vez y volviendo a sacarlas.

Fuentes cercanas confirmaron, pocos días después, que ya había partes perdidas, señal inequívoca de que la ahijada disfrutó con el regalo. No sé porqué los fabricantes no han atinado a vender los repuestos por separado. ¿O sí? También deberían hacer un manual de instrucciones para que los inexpertos podamos encontrarlos.

lunes, agosto 2

la crisis del segundo año

Lo importante de hablar sobre Mariel, mi vecina universitaria, no era pelarla descaradamente como hice hace algunos días. Es que tengo algunos problemas para concentrarme y de repente como que se me arrancan las ideas. Lo importante era que, mientras tomaba más y más café para pasar de largo esa noche, Mariel me contó que había peleado con su madre porque no le da permiso para dejar su carrera y empezar otra.

- ¿Y a qué carrera te quieres cambiar?

- No sé... Es que estoy pasando por la crisis del tercer año- me explicó como si fuera lo más natural del mundo.

Y así fue como, a los 30 años y después de dos pasadas por la universidad, aprendí que cuando un estudiante llega al tercer año de su carrera, inevitablemente empieza a cuestionarse si tomó la mejor decisión del mundo y si no habrá por ahí otra profesión más interesante que la propia.

La verdad es que cuando yo estaba en tercer año andaba pensando en hartas cosas, menos en cambiarme de carrera; ya bastante me había costado averiguar que el periodismo era lo que quería y me habría dado una lata enorme volver a empezar de cero en otra cosa. Tampoco recuerdo que a mis amigos les haya pasado algo parecido, pero en realidad mi memoria es bastante pésima y no me atrevería a apostar.

El punto es que mientras estuve en la universidad tuve las cosas muy claras porque siempre había visto la vida como un juego de video de esos en los que vas pasando etapas, como Sonic o Mario Bros. Entonces mataba un par de marcianos, juntaba unas pocas monedas, evitaba caerme al agua con monstruos asesinos y listo*. Fácil y bonito, y vamos por la siguiente etapa.

Pero entrando al mundo real de la pega, los jefes, el sueldo que nunca alcanza y todas esas cosas, el asunto empezó a parecerse más a un juego de carreras, de lucha libre o de comandos, dependiendo del caso. Claro, estos son más entretenidos pero también, digamos, más inciertos. En los otros uno sabe lo que tiene que hacer y sabe dónde va a llegar si es que lo hace bien. Ahora puede pasar cualquier cosa.

Y no es que eso sea algo malo. Para nada. Debe ser que cuando uno va
saltando de roca en roca no se cuestiona tanto y salta no más. Pero cuando vas agarrando velocidad en una curva o ves cómo tu oponente te destroza a combos, empiezas a pensar si de verdad estás jugando el mejor juego o si no sería más recomendable probar con otro. Sobre todo cuando ya empiezas a manejar más o menos la técnica y el desafío se hace un poco latero.

Mirando hacia atrás me parece que, desde que empecé a trabajar, eso me pasa más o menos cada dos años. Cuando la pega ya no es taaan interesante como al principio, cuando ya no cuesta taaaanto hacer las cosas que pide jefecito/a, cuando las situaciones empiezan a repetirse como en el día de la marmota... Como ahora, jajaa. O también puede ser que no haya encontrado la pega ideal para mí (existirá?)

Podría apostar que Mariel entendió la mitad de las cosas que le conté sobre mi vida laboral. En realidad apenas yo misma las entiendo.

- ¿Y a qué trabajo te quieres cambiar?-, me preguntó al final.

- ...

Debe ser la crisis del segundo año.



*Probablemente la metáfora sea pésima porque nunca jugué mucho ni Sonic ni Mario Bros. ni ninguna de esas cosas. Pero se entiende la idea, no?

 

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