martes, agosto 24

piloto automático

La mayor parte de mis vacaciones de infancia fueron en el campo, o cerquita de la cordillera, entiéndase lugares con haaaaaaarta naturaleza: tierra para jugar hasta quedar irreconocible, agua para pasar el calor y plantas para prepararle comida a las muñecas. Salvo por esa vez que fuimos a Concepción y yo no entendía porqué la gente me decía que yo era "del norte", siendo que para mí el norte empezaba en La Serena.

En fin. Fue esa costumbre familiar lo que provocó que todos mis primeros días de clases terminaran con un dibujo de árboles llenos de hormigas subiendo por sus troncos. Sí, por alguna razón me gustaba mirar las hormigas. Tuve harto tiempo la misma profesora jefe, así que sagradamente se repetía el mismo encargo año tras año: el dibujo titulado "mis vacaciones", al que luego se sumó la clásica composición.

A mí siempre me cargó la palabra composición, supongo que me sonaba a algo más musical así que nunca me quedó bien claro a qué se referían los profesores. Mejor me hubieran pedido que escribiera un post, ja.

Ayer me acordé de mi antigua profesora jefe -hoy vecina de mis padres, dato inútil- porque en mi primer día de vuelta a la pega después de la mejor semana del año pretendía hacer mi composición correspondiente. Quería contar lo bueno que fue todo pero también quería dejar constancia para volver a leerla y releerla cuando me toque pagar las cuotas de la tarjeta de crédito, o cuando Jefecito me empiece a pedir para ayer informes detallados sobre la vida del escarabajo noruego mientras yo empiezo a planear -otra vez- cómo asesinarlo con mis propias manos. Lo sé: en esos momentos de oscuridad y sufrimiento que se avecinan será absolutamente necesario tener constancia de que mis vacaciones realmente existieron, que fueron increíbles y que si sigo aquí en esta pega del terror es precisamente para poder repetir la experiencia. Ahí estará la respuesta a todas mis dudas existenciales.

Pero no pude. Ayer hice el intento de escribir, de pensar, de trabajar incluso... y nada. Creo que sigo en modalidad vacaciones, aunque empecé el día de lo más feliz con las pilas recargadas y hasta levantándome a la hora que corresponde sin necesidad de correr para llegar a la pega. Aquí saludé a todo el mundo con mi mejor sonrisa y respondí varias veces que mi semana afuera estuvo muy bien, gracias. Fui con todo el ánimo a marcar mi tarjeta para empezar la laaaaarga jornada laboral (sí, por acá seguimos en la era del reloj control)... y mi tarjeta no estaba.

Primer pensamiento: me echaron y nadie se tomó la molestia de avisarme. Pero luego me crucé con Jefecito y me saludó y me preguntó cómo me había ido, así que supuse que andaba todo bien. Los trámites para recuperar la tarjeta fueron casi tan engorrosos como el papeleo para salir de vacaciones. Al final no hubo caso de encontrarla y tuvieron que hacerme otra. Súper seguro el sistema. 

Después, otra cachetada de la dura realidad: el ¿servidor? se había caído y no teníamos internet. Chan. Así comprobé que las cosas siguen funcionando igual en esta ilustre empresa. Como dice un compañerito por aquí, si todo sale bien es pura casualidad.


Para mediodía tenía tanto sueño que sólo habían manchas borrosas en la pantalla de mi pc. Cuando volvió la interné, su primer aporte había sido dejar en evidencia cómo fue que a todo el mundo se le ocurrió pedirme cosas durante la semana que no estuve, así que mi correo reventado promete entretención para los próximos días. Es que yo, brillante como siempre, olvidé dejar el mensaje automático que dice que no estaré en la oficina hasta el lunes 23, que por favor no moleste con tonteras porque el proceso de adaptación a la pega es lento y uno no quiere volver de vacaciones y encontrarse con doce millones de correos, gracias.

Tuve que ir por un café, porque la otra opción era dormir una siesta en la oficina vacía pero todavía me queda un poco de dignidad. Tampoco era muy honroso deprimirse a las tres horas de trabajo. Así que vamos activando el piloto automático para enfrentar la realidad de la pega, los compañeritos raros y la capitale contaminada con su clima de mierda. 

Igual no me puedo quejar por estar de vuelta. O sea, tampoco es tan terrible mi vida aquí. Debo decir que echaba mucho de menos mi departamento, sobre todo mi cama y mi refrigerador. Además, eso de no tener asuntos de la pega en la cabeza me estaba obligando a ocupar ese espacio con pensamientos incoherentes que en la práctica no llevan a nada.

Y, bueno, mis vacaciones fueron cortitas pero de lo más chori. Además de la relajación absoluta con mr. Web, que seguro amerita su propio post, tuve días de reencuentro familiar tomando tecito con mi abuela, viendo películas y devorando helados con mi hermana Ana, conversando con mis padres y comiendo comida casera bien hecha (no como la mía). Como en los viejos tiempos. Vi a varios amigos en un cumpleaños de lo más entretenido. Jugué con mi ahijada Sol y su nuevo mejor amigo. Decidí que quiero tener un perro, pero creo que eso también da para su propia profunda reflexión. 

Quedó pendiente una visita a mi amiga Sol en Viña (sí, se llama igual que mi ahijada, no es falta de creatividad), salir con mi hermana a celebrar alguna cosa y juntarme con mis amiguitas de mi antigua pega. También enchular el blog y ordenar mi ropa. Me faltó caminar por los cerros y pasar unos días en mi casa sin hacer nada más que ver televisión y levantarme sólo a comer.

Será para la próxima, que según mi "contrato" todavía quedan 10 días de felicidad.

2 comentarios:

Flo dijo...

Tu blog muestra la vida que yo habría tenido si no hubiera conocido al hombre aquél...
¡topísima!

www.lostdiaries-flo.blogspot.com

PauS dijo...

Es que recién ahora yo vine a conocer al hombre aquel... Bienvenida por estos lados Flo!

 

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