miércoles, octubre 12

5 escenas de llanto a propósito del novio perdido

1. El drama: 
Escena tipo película romántica de Meg Ryan o, más actual, de esa niña rubia que reemplazó a Meg Ryan. Drama puro con la almohada porque la vida se acaba y nada volverá a tener sentido. Llanto descontrolado, intenso, amargo, sintiéndome en el abandono total como si cayera por un pozo sin que a nadie más le importe porque, en realidad, nadie se ha dado cuenta. Me duele la cabeza, tengo un vacío tremendo en el estómago. Todo el sentido común indica que no sirve de nada sufrir así, pero no puedo parar de llorar porque ya no hay Novio y de ningún modo podré cambiar eso. Es verdad que algunas veces traté de lanzarlo por la ventana, pero de verdad lo quería incluso cuando planeaba casarse y tener hijos conmigo. Lo quería tanto, era tan feliz con él, que ahora no puedo entender que se acabó todo y él, en vez de correr a rescatarme del pozo, supera sus penas comiendo en Mc Donalds. Más llanto.

2. La culpa:
Escena de Thom Hansen cuando dice que es inevitable revisar la relación para tratar de detectar cuál fue el momento en que empezó a arruinarse. Thom sale en pijama a comprar vodka. Yo compro chocolates vestida más apropiadamente. Me acuesto a mirar el techo mientras recuerdo los últimos momentos de felicidad, que cada vez se hicieron menos frecuentes hasta desaparecer por completo. Pienso que debí haber sido menos bipolar o más comprensiva o más dulce o menos crítica. Más normal, quizás. Siento que algo me apreta la garganta provocando que me cueste respirar. Y otra vez vamos llorando porque de algún modo sospecho que yo inicié muchas de las cosas que ocurrieron después. Chocolate con almendras, llanto y culpa. 

3. La rabia:
Escena estilo teleserie venezolana pero con menos maquillaje y pelo sin volumen. El novio ya no está conmigo porque decidió que es más conveniente carretear con los amigos y coquetear con chicas en la barra de un bar. Lo veo a lo lejos sonriéndole a una niña muy joven y simpática y arreglada. Pienso que debería ser yo con quien comparte el trago. Debería ser yo con quien baila porque más de una vez me prometió que ya nunca más estaría sola, que a pesar de lo que pasara él estaría conmigo. Pero no cumplió porque ahora me siento más sola que antes y es todo su culpa, se merece que agarre el vaso y le lance esa piscola en la cara mientras le digo una frase ingeniosa que lo haga sentir pésimo, y al final me vaya gritándole que el hijo no es suyo. Me arrepiento de no haber tirado su ropa y su computador y todas sus cosas por la ventana cuando tuve la oportunidad. Tengo ganas de sacar una metralleta y dispararle a los amigos por alentarlo a la conquista, a la chica por ser más simpática y más sonriente que yo, y a él porque ya no volveremos a viajar ni a armar el árbol de navidad ni a escribir un blog común ni a tener hijos ni a comprar perro ni a hacernos viejos juntos. Quiero ser una actriz venezolana para lanzarle las palabras más dolorosas y terribles hasta que se sienta igual de mal que yo. Pero no puedo, un poco por dignidad y un poco porque soy pésima para expresar sentimientos. Sólo me doy media vuelta y trato de salir sin hacer ruido. Llanto despacito, tragándome las lágrimas y sintiendo que me queman la sangre, el estómago, el útero, qué sé yo. Sitiendo que consumen todo hasta hacerme explotar. 

4.  La autocompasión:
Escena final de película romántica. Otra vez podría ser Meg Ryan o cualquier rubia amorosa haciendo fila en el aeropuerto, desconsolada, partiendo para siempre porque el amor de su vida ya no la quiere. Pero él, completamente arrepentido, irrumpe en la sala de embarque y le declara su amor eterno. Y yo lloro porque sé que eso no va a pasarme y también por creer en los finales hollywoodenses. No me voy porque ya aprendí que uno igual se lleva sus traumas a cuestas, pero igual me gustaría que llegara Novio a buscarme para arreglar todo el asunto. Lloro porque en vez de la declaración él me mira con rabia por todo lo que yo no fui, porque no me habla, porque cuando me ve actúa como si no estuviera ahí, porque otra vez voy a quedarme sola cuando termine el día. Porque ya no puedo contar con nadie y mi vida es tan terrible o triste o trágica y no tengo quien me consuele.

5. El dolor
Precuela: Me encuentro en la calle con Daniela, una amiga del todavía novio. La saludo con mi sonrisa insípida. Ella desvía la mirada. Le cuento más tarde a Novio y desvía la mirada también. Ajá, digo ahora, cuando ella publica en su facebook una foto de un par de meses atrás. Juntos, cuando Novio llamaba a los amigos para hablar de la vida y la encontraba a ella por casoalidad
Escena de Persépolis, cuando Marjean se separa del marido y la abuela le dice que en realidad no llora por perderlo a él sino por haberse equivocado. No puedo olvidar esa frase. Yo creo que lloro porque a Exnovio le gusta bailar con universitarias que conoce  invitándoles un trago y jactándose de sus negocios, para luego contarle las aventuras a los amigos. Lloro porque no sé si él cambió mucho en los últimos meses o siempre fue así y yo no fui capaz de darme cuenta. Lloro con un poco de pena, con rabia, con ganas de tirarle una granada en los pantalones, con ganas de que vuelva a abrazarme y decirme que todo va a estar bien. Lloro porque no es la primera vez que me equivoco y siento que no aprendí nada. Lloro menos que antes, sin el escándalo ni la tragedia, pero siento un vacío enorme entre la garganta y el estómago, me duele algo ahí dentro como si me hubieran sacado un pedazo con una cuchara para helado. Duele lo que falta y yo sigo llorando porque aposté todo lo que tenía y perdí. Perdí con la universitaria de tacos y jeans apretados que baila reggaetón la noche entera, con la amiga de años que en el fondo siempre le hizo mantener una esperanza, con la posibilidad de jactarse ante los amigos por la última conquista. Con cualquier chica más dulce, menos complicada, más normal.

 

Blog Template by YummyLolly.com - RSS icons by ComingUpForAir