martes, octubre 12

parando la quejadera

Hace unos años trabajé con una periodista colombiana, la Fran, que cuando nos escuchaba reclamar mucho en la oficina nos decía "a ver, ¿qué tanta quejadera?" con ese acento que mantenía a pesar de los muchos años en Chile. Y aunque ha pasado harto tiempo desde la última vez que conversamos con calma, café o trago de por medio, siempre me acuerdo de ella por dos motivos.

Uno: me mostró que ser adulto no es una lata. Cuando nos conocimos yo estaba recién saliendo de la universidad y mi mayor problema en la vida era que no podía ir a la pega con zapatillas. Ella tenía más o menos 40 años, un marido, dos hijos adolescentes, un gato, una casa propia con vista al mar, una familia repartida por el mundo, muchas historias de cosas increíbles que le habían pasado y un montón de responsabilidades que de a poco fui entendiendo. Pero a pesar de todas esas circunstancias, que entonces yo consideraba motivos suficientes para pedir asilo en un siquiátrico, ella lo pasaba de lo mejor con su familia, carreteando con los amigos e incluso trabajando.

La Fran hacía su pega con estilo y eficiencia, terminaba rápido así que nunca fue de esas personas con actitud de mártir que armaban campamento en la oficina y se paseaban por los pasillos anunciando lo mucho que debían hacer, como si dejar de lado la vida propia fuera sinónimo de profesionalismo. Ella se iba a la hora que correspondía y a veces partía a tomarse un trago con alguna compañerita buena onda, a veces se iba al cine con sus hijos, a veces tenía una cita con el marido, a veces iba no más al supermercado pero igual parecía disfrutarlo.

Tal como los otros adultos de la época -o sea, gente que entonces andaba por los 30 o más, ugh- la Fran hablaba de la nana, de la aspiradora que se echó a perder, del dentista y del colegio de los niños. Pero no lo hacía con tono de sufrimiento, como yo suponía que ocurría al asumir ciertos compromisos. No sé si la sangre centroamericana proveerá una actitud más optimista, pero ella mantenía el entusiasmo que, yo también suponía, inevitablemente se pierde con los años. Y cuando los demás empezábamos a reclamar mucho por alguna tontera, ella sacaba su mejor acento colombiano y nos decía "a ver, ¿qué tanta quejadera?", frase que vendría a ser el otro motivo por el que me acuerdo de ella.

O sea, dos: paremos la quejadera. Yo sé que tengo una tendencia casi patológica a, digamos, verbalizar el sufrimiento, pero no es que ande todo el día sufriendo por la vida, sino que en realidad me gusta eso de lanzar fuera las cosas malas. Mi abuela me cantaba una canción antigua de ¿Mercedes Sosa? ¿Piero? para convencerme de que es mejor dejar que adentro nazcan cosas nuevas, nuevas, nuevas.

A estas alturas ya aprendí a hacerle caso, y aunque todavía me cuesta siempre siento que es liberador eso de expulsar las malas vibras, reclamar, quejarse, como si al decirlo -o escribirlo- las sacara de mi cabeza, pudiera mirarlas desde afuera y así darme cuenta de que en realidad nada es tan terrible.

Y en realidad nada es tan terrible po. Por eso me siento un poco mal de pasar todo el rato diciendo lo horrible que es mi pega como si mi vida fuera una tortura constante, y no es así. Cuando sea más vieja, viva en otra parte y trabaje en otra cosa, no quiero recordar esta parte de mi historia como una condena a muerte. Igual lo he disfrutado, lo he pasado bien, he conocido gente interesante y he tenido hartas gratificaciones. Y, bueno, tampoco tiene sentido reclamar por cosas que uno puede cambiar pero al final no cambia. 

Así que eso. Últimamente me he acordado harto de la Fran, sobre todo cuando leí mi último post y me deprimí de pensar que si lo ve alguien que no me conoce pensará que mi vida es una tremenda desgracia. Y como me pasa cada vez que exagero la nota con el tema, en mi cabeza escucho una voz que me dice -con acento colombiano adaptado- "ya po, paremos la quejadera". Y en eso estamos.

3 comentarios:

Nika dijo...

Pau, justo! Te había comentado el post anterior pero no me salió, y y después me dio fiaca... En fin, no puedo dejar de comentarte ahora.
Pasa que con el tiempo uno le va buscando la vuelta. Por ej. yo te hago el laburo que vos quieras, pero... decime para que o porque es importante. Si no tengo eso, no me sale, o lo hago mal, o lo hago lento. Y si, una no siempre hace todo lo que quiere, pero siempre tiene la opción de elegir hacerlo o no, ponerle onda o no. Yo no me acuerdo como lo decía Savater, pero era algo como que uno no es libre de estar en cierta circunstancia (ej. la pega) pero uno sí es libre de elegir qué hacer con esa circunstancia. Yo creo que eso es toda una construcción de la propia experiencia. Nadie te puede decir cómo, lo tenés que construir vos. Y de última, eso es lo más copado! No?

Scarlet dijo...

A mi no me haia quedado para nada la sensacion de quejadera permanente, tal vez de aburrimiento con la pega si, y ya dijiste lo esencial: o te cambias o te la bancas, pero aparte de eso, te fuiste a vivir con novio, compraste auto, anduviste de vacaciones, piensas en la imortalidad del cangrejo y de repente te quejai y qué tanto, si de eso se trat ser bloguera! Para andar poniendo cara de pura risa está la vida! (y todas entendemos -creo- que se ve solo una parte y hay que leer entre lineas...)

PauS dijo...

Síiiii Nika, ese es el punto! Pero a veces se me olvida cuál es mi construcción y empiezo a vagar de una a otra. Además me aburro rápido de la mayoría de las cosas. A veces creo que soy un poco bipolar.

Scarlet, la quejadera en el blog no me complica (para eso está, no?), el problema es cuando traspasa a la vida misma y ando por ahí ladrándole a la gente por más tiempo que el medianamente razonable. Hasta yo me odio. Menos mal que no dura taaaanto rato.

 

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