Después de mi última crisis existencial decidí que era el momento de tomar decisiones radicales, así que hice lo que toda mujer hace cuando siente que su vida necesita un cambio: partí a la peluquería, cerré los ojos y dije "corta". Cuando volví a verme en el espejo, mi cabeza estaba casi como la quería. Casi, porque en el fondo mi intención era quedar igual a Summer Finn, pero todos sabemos que la naturaleza es injusta y claramente no tengo peinado de estrella de Hollywood. El resto de la anatomía tampoco, pero qué se le va a hacer.
La señorita Finn es una de mis nuevas ídolas cinematográficas. La otra es Marjane Satrapi, una chica iraní que en Persépolis relata parte de su vida. Buenísima por el modo en que cuenta la historia y también por que es real, cosa que a este lado del mundo cuesta creer un poco con tanta revoltura política, religiosa, social, cultural... En fin, gran película, pero más allá de su aporte a mi conocimiento general hay una escena particularmente aclaradora: después de pasar por una guerra, una revolución, una adolescencia lejos del país y de la familia, un novio al que encuentra con otra en la cama y una enfermedad que la deja en condiciones bastante deplorables, Marjane decide levantarse y retomar el control. O sea, si ella puede, ¿qué queda para uno?
Los problemas de Summer Finn, en cambio, son bastantes más mundanos, pero igual los enfrenta honestamente y manteniendo el control sobre su vida. Es la chica que obsesiona al protagonista de 500 days of Summer, y que tras un rato de relación lo patea argumentándole que el amor no es más que un invento de Disney y que ella no sirve para estar en una relación de pareja. Bueno, no es exactamente así pero es lo que habría dicho yo, manteniendo la idea. Y luego, cuando tiempo después se encuentran y él le pregunta que cómo es posible que se haya casado con otro si nunca quiso ser su novia ni la de nadie más, ella lanza una de las mejores frases de la historia: "Un día desperté y lo supe".
Es que así no más es. Un día uno despierta y está segura de lo que quiere, entonces es capaz de lanzarse a la piscina sin temerle al agua y asumir un compromiso. Creo que no hay más explicación que esa, pero al parecer a muchos hombres les molestó tanta simplicidad y calificaron a Summer de cabrona por no quedarse junto al pobre Tom que moría de amor por ella. Y no po, ella no es una cabrona, no es que se sienta superior a los chicos con los que sale. Es sólo que no cumple el estereotipo de la mujer sin pareja: de cacería constante porque nuestro único fin en la vida es atrapar marido y perpetuar la especie.
jueves, octubre 28
quiero ser Summer Finn
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Etiquetas: lavida
martes, octubre 26
¿yo? yo bloggeo
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Etiquetas: pega
lunes, octubre 25
post-it attack
No sé en qué momento empecé con la costumbre de anotar todo. Primero escribía sobre las cosas que pasaban, los sentimientos, las ideas, los momentos importantes, porque de algún modo sospechaba que no iban a repetirse y quería asegurarme de no olvidarlos nunca. Y probablemente habría ocurrido si hubiera guardado esos montones de papeles. Pero de repente entendí que lo realmente importante se queda en la cabeza, así que adiós diarios de vida y similares, bienvenidas agendas con listas de asuntos pendientes. Y esos sí que se me olvidan, sobre todo cuando son tan irrelevantes como pagar las cuentas o comprar comida en el supermercado.
Apenas llegué a mi departamento nuevo compré una pizarra de metal y muchos imanes para poner en ella lo que se debe hacer: el aviso de los gastos comunes, el arroz o los fideos que faltan. Tengo también mi libreta de siempre, con mis tareas escritas en colores: comprar el regalo de cumpleaños para mi prima, llevar mis pantalones favoritos con la señora que cambia cierres, mandar el curriculum al que podría ser mi próximo trabajo. Y en la pega me regalaron el cuaderno institucional, que ya perdí alguna vez y luego Jefecito me lo trajo de vuelta de la sala de reuniones mientras yo cruzaba los dedos para que ojalá no hubiera visto los dibujos que hice de él hablando sobre sus graaaandes proyectos.
Pero lejos lo mejor de todo son los post-it, especialmente cuando los provee esta ilustre empresa. Con el tiempo se han instalado sobre mi computador, mi calendario, mi pared y seguramente en algún rincón inaccesible donde quedarán hasta que alguien me reclame por algo que no hice. A veces también salen del ámbito laboral y me los llevo pegados en la billetera o en la bip, con direcciones y números de micro. Lo bueno es que los puedo botar cuando la misión se ha cumplido. Lo malo es que la mayoría de las misiones no se han cumplido, así que me siento bajo ataque de los papelitos amarillos igual que en esa escena de Todopoderoso.
Lo peor es que esa imagen es literal y metafórica a la vez. En la oficina es literal, y mis compañeritos se ríen cuando pasan a verme. En el resto de la vida, siento que mi cabeza está llena de post-it mentales que me miran con cara de amenaza por tenerlos ahí abandonados tanto tiempo. Pero no hay caso. Hay algo que me tiene en pausa. Y ni siquiera puedo alegar falta de tiempo o la explotación laboral del año pasado, simplemente me volví incapaz de pensar y/o ejecutar lo que sea.
Me cuesta llamar por teléfono a la gente de la pega. Me complica hacer los informes. No puedo ni terminar decentemente un post. Los platos sucios se acumulan en la cocina y el canasto de la ropa sucia parece que se rellenara solo, como los helados con vale otro. Tengo miles de visitas pendientes a los amigos, incluyendo un par de guaguas que en cualquier momento parten a la universidad y yo todavía no he ido a conocer. Quiero ir a ver a mi familia y conversar tomando tazas y tazas de té. Quiero cortarme el pelo, pintarme las uñas. Quiero ordenar mi ropa para evitar que se lance sobre mí cada vez que abro la puerta del closet. Quiero mirar el techo un par de horas sin sentir que pierdo el tiempo porque se acumulan más y más y más cosas por hacer.
Quiero, pero sigo en pausa constante, como esperando que pase algo que no sé qué es y tampoco sé si va a pasar. Bah.
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Etiquetas: :(
jueves, octubre 21
Novio en la ventana
Escena 1: Novio anuncia que no se siente muy bien y que le gustaría una sopita. Yo, que soy una excelente novia -y bueh... también pretendo practicar y practicar hasta desarrollar alguna habilidad gastronómica aunque sea básica- accedo a investigar el refrigerador y lanzarme a la aventura en la cocina.
Escena 2: Sopita lista en la mesa, previo esfuerzo sobrehumano con las ollas y el salero, pero Novio no aparece. Descubrió algo interesantísimo en internet, algo más importante que comer y que lo mantiene demasiado ocupado. Ante mi insistencia traslada su computador al comedor y se instala con una mano sobre el teclado y la otra en la cuchara. Por mi parte, empieza el oooodiiiooooooo.
Escena 3: Terminé mi sopa, partí a la cocina, limpié, ordené, guardé... y Novio sigue con su comida a medias. Le reclamo tanto que por un segundo deja de mirar la pantalla, revisa los restos y dice que quizás terminará más tarde porque ya está frío. ¡¡¡Quizás terminará más tarde porque ya está frío!!! Entonces yo miro la ventana que está a su lado -y además está abierta- y pienso que sería tan fácil agarrarlo y lanzarlo edificio abajo, no me costaría nada y sería la única forma de disminuir un poco toda la rabia que me llena los pulmones como si la respirara.
Cuando uno crece escuchando que los protagonistas de cuentos "vivieron felices para siempre" debería tener todo el derecho de demandar a Disney por publicidad engañosa. No po. El verdadero cuento empieza puertas adentro del castillo, cuando el príncipe se aburre de recoger los vestidos rosados que la princesa deja tirados por cualquier parte y ella le reclama porque él se pone a investigar su nuevo teléfono con conexión satelital de alcance hasta Saturno justo cuando está lista la comida que igual no quedó como la que prepara reina madre.
Guardando las proporciones -claramente no uso vestidos rosados-, con Novio costó harto el proceso de adaptación. Ahora parece que duró poco tiempo, incluso no puedo acordarme de los motivos que me hacían explotar cada dos segundos, pero sí tengo súper clara esa sensación de querer lanzarlo ventana abajo durante las primeras semanas que vivimos juntos.
Ahora ya me acostumbré a la mayoría de las cosas, hay algunas que me dan lo mismo y otras que hasta llegaron a gustarme, pero hay algo que todavía no supero y, la verdad, no sé si lo pueda superar algún día: Novio vive conectado a internet. Toooodo el rato. Sé que es su pega y que realmente se apasiona con el asunto, pero igual encuentro que es como mucho que lo primero que hace en la mañana es encender el computador y lo último de la noche es apagarlo. A veces ni eso, y todavía no aprendo a dormir con la luz de la pantalla sobre la cara. Nos sentamos a comer, conversamos, vemos una película y el está ahí, mirando sus mensajes, revisando alguna página a medio construir, pensando en la manera de resolver alguna cosa con la blackberry, el ipad, el ipod, el ipeaod, lo que sea.
Mi primera lectura fue que soy tan tremendamente egoísta que quiero la atención de Novio siempre sólo para mí. Pero al rato superé la culpa y concluí que no po, que si estamos juntos en esto mínimo transar un poquito y tratar de no enloquecer al otro con cosas que se pueden modificar.
Yo, por ejemplo, he hecho esfuerzos enormes para reprimir mis impulsos de repartir por todas partes ropa, zapatos, cartera, papeles, computador... Mi mitad de la pieza sigue contrastando un montón con su mitad de suelo despejado, velador impecable y cama perfectamente estirada, pero de verdad que todo el tiempo estoy pendiente de minimizar el efecto Taz que voy dejando por donde paso.
También me he preocupado de superar esa pésima costumbre de guardar el disco que escuché en la caja del que voy a escuchar, costumbre que significa encontrarse con Calamaro cuando se busca a Metallica, y que fácilmente puede arruinar el humor de un melómano como Novio. Y, lo más difícil de todo, he trabajado un montón en mi tendencia autista que me desconecta de la realidad cuando leo, escucho alguna música o pienso en la inmortalidad del cangrejo, y que me lleva a casi casi golpear a la gente que llega a interrumpirme.
Entonces, si me he esforzado para superar mis extrañas tendencias, y también para no reclamar por la crema de afeitar sobre mi secador de pelo, por los papeles que quedan en los bolsillos de los pantalones sucios, no sé, ¿será mucho pedir que el computador se suspenda al menos cuando comemos? ¿que todos los aparatos electrónicos se suspendan mientras comemos?
¿O yo soy demasiado mala onda por andar pidiendo estas cosas? Hasta ahora el único equilibrio que he encontrado es que, considerando la altura, Novio se quede dentro del departamento pero todos sus juguetes con botones y luces de colores salgan por la ventana. Así que usted ya sabe qué pensar si un día camina por el centro de Santiago y le cae un teléfono ultramoderno sobre la cabeza.
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Etiquetas: convivencia, lavida, novio
jueves, octubre 14
como lombriz
Nunca me gustó mucho ir al colegio. Me aburría un montón en clases, tenía poca química con mis compañeritos y encontraba una soberana tontera que mis profesores se preocuparan tanto por el largo de mi jumper o por evitar que leyera el libro de turno mientros ellos hablaban sobre las propiedades de las micromoléculas de carbono. Por eso uno de los peores recuerdos de mi adolescencia es de los domingos en la tarde, volviendo a la casa mientras veía oscurecer y pensaba que me esperaban el uniforme sin planchar, los trabajos a medias, la libreta de comunicaciones que debían firmar mis padres y todas esas cosas que bien poco contribuyeron a mi educación, digamos, formal.
Tengo particularmente clara la imagen de una esquina vacía, las tiendas cerradas con sus cortinas metálicas, las luces de los postes recién encendidas, al fondo la clásica postal de atardecer en el mar y esa sensación de que no hay nada que hacer contra el paso del tiempo: se viene otra semana del terror y no existe manera evitarlo.
Por aquí, a Novio le fue bien con algunos proyectos en los que trabajaba hace un rato. Así que felices, porque significa más posibilidades de hacer la pega que le gusta, más relleno de calidad en su curriculum y más lucas para alimentar a Salvador y comprar esos aparatos electrónicos que él ama y yo no entiendo para qué quiere tantos. Pero todos felices. Y, como corresponde, partimos un día a celebrar con un almuerzo a la altura.
Elegimos un restorán lindo lindo, con comida rica rica que resultó caro caro. Nos dolió un poco la guata al pagar la cuenta pero no importó porque de verdad la comida era tan increíblemente maravillosa que valía la pena hacer cualquier cosa por sentir cómo esa carne se deshacía en el paladar hasta matarnos de pura felicidad. Después nos fuimos recorriendo las calles de la capital con toda la calma del mundo, porque en realidad no teníamos nada más que hacer. O en realidad sí, pero no queríamos.
Por el camino decidimos ir a comprar algunas cosas, comimos helados y volvimos en ese metro tan poco estético que pasa sobre los techos como en el barrio de Arnold, arruinando completamente cualquier sentido de urbanismo en varias comunas. Yo miraba por la ventana cómo el sol se escondía detrás de las casas, cuadras y cuadras de casas ordenadas e iguales sobre el cielo naranja. No pensaba en nada especial, pero de repente me acordé de esa esquina de Pueblo Natal, de los atardeceres de domingo, de la angustia de ver cómo se acercaba otra semana de obligaciones, rutina, aburrimiento. Y fue buenísimo comprobar que ahora no hay nada de eso.
Ahora llega la tarde del domingo y qué tanto, nos vamos a la casa con Novio, preparamos algo para comer y ordenamos un poco el desastre del fin de semana. Ahora nos vamos a dormir y sé que el día siguiente será igual de bueno porque vamos a estar ahí los dos, trabajando, viendo películas, saliendo con los amigos o mirando el techo. Lo mejor es cuando miramos el techo. Ahora me parece que la felicidad ya no depende del día libre, que no tiene que ver con esa euforia del acontecimiento especial que se acaba cuando llega el lunes.
Ahora es un estado constante y puedo ir mirando por la ventana del metro sintiendo que está todo bien, que pueden pasar cosas buenas o cosas malas sin hacerme perder el equilibrio a cada minuto. Ajá. ¿Será que por fin lo logré? En fin. Aquí feliz como lombriz y recordando esta canción.
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Etiquetas: :D, convivencia, lavida, novio
martes, octubre 12
parando la quejadera
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miércoles, octubre 6
el amor en los tiempos de Excel
Debería existir una ley que impidiera trabajar con sueño. Entonces uno podría irse a su casa cuando siente que sus neuronas no están en las mejores condiciones, y terminar al otro día las cosas pendientes. Lo malo es que así mis ingresos se verían considerablemente afectados, porque creo que la mayor parte del mes dejaría abandonado a don Excel y me iría a dormir. Es que tanto cuadrito me da sueño, y es grande la tentación de acomodarse en la silla y lanzarse a una siesta.
Para mantenerme funcionando, a veces miro los nombres de mis bases de datos y trato de adivinar cómo será la vida de esa gente. ¿Se imaginarán que en una oficina oscura hay una funcionaria con crisis vocacional que revisa, filtra y ordena sus nombres? Los veo preparando desayuno en sus casas, llevando a sus hijos al colegio, caminando hacia sus trabajos. Otras veces pienso que mi nombre también debe estar en alguna planilla por ahí, siendo manipulado por otro funcionario en una cadena interminable.
En esos momentos me acuerdo de Florentino Ariza, un notable señor a quien no le importaba dedicarse a una pega latera -que a pesar de mis esfuerzos ahora no puedo recordar, pero creo que era algo así como escribir información comercial para una compañía de barcos, o sea, fome a morir- porque esa misma monotonía le daba tiempo para ocupar su mente en las cosas importantes de la vida -principalmente la señorita de la cual se había enamorado-.
Lo raro es que siempre discutí con los defensones de Florentino Ariza, porque encontraba ilógico eso de tener un trabajo latero para poder pensar en lo que a uno le gusta. Yo necesito pensar y hacer y soñar y conversar sobre lo que me gusta. Algo que me ocupe las manos y la cabeza y ojalá el estómago. En serio. Cuando hago cosas choras, como escribir una entrevista interesantísima, siento que las ideas me salen de la guata. En fin, usted señor lector tiene todo el derecho a pensar que sufro cierto grado de locura y cambiar de blog.
El punto era que debo hacer algo que me entusiasme. Que me apasione. Que me haga creer el cuento todo el rato, no sólo en horario de oficina. O sea, está bien, necesito ganar un sueldo para poder vivir pero más que eso necesito una motivación para levantarme todos los días, y que no sea unicamente cobrar el cheque a fin de mes. Y hace rato que no me pasa.
Hasta donde me acuerdo, Florentino Ariza no se deprimía por su pega, sino que le agarró el gusto redactando sus notas como si fueran cartas de amor. A veces yo compro chocolates en la esquina. Y escribo cada vez que puedo. Y de repente mis correos de pega salen con un aire a post. Y claro que estoy buscando otra pega, pero todavía no tengo los resultados deseados.
Pero lo mejor de no ser Florentino Ariza es que no tendré que pasarme la vida esperando a Novio, porque si bien habría sido mucho más conveniente para él casarse con la médico del pueblo, ya decidió quedarse conmigo. Además, me da apoyo moral vía chat, me ayuda con las fórmulas de Excel cuando colapso y cada cierto tiempo me recuerda que esto es sólo un trabajo.
Ya. Sé que no tengo tantos motivos para quejarme, si igual estudié lo que quería y la mayor parte del tiempo he trabajado en pegas que me gustan, cosa que no puede decir la mayoría de la humanidad. Pero no puedo dejar de preguntarme cómo lo hará el resto de la gente. Habrá algunos a los que les da igual, otros que se engrupen y dejan de tener vida propia, otros a los que sólo les importa el sueldo, otros que matan el tiempo pensando en la novela que escribirán algún día mientras timbran papeles en una oficina sin ventanas.
Por cierto, encontré pésimo que la película fuera en inglés. ¿Por qué nos quieren hacer creer que los colombianos hablan inglés? ¿Tanto les cuesta a los gringos leer subtítulos?
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