martes, septiembre 28

Salvador

Mi color favorito era el azul. No entendía porqué mis amigas del jardín se peleaban siempre por los lápices, el papel lustre, las plasticinas o las témperas rosadas. Tampoco entendía porqué su mayor aspiración era representar a las princesas en los juegos, siendo que era mucho más emocionante pasar el recreo peleando con monstruos antes que esperar eternamente un rescate en la ventana del castillo.

Personalmente, prefería los piratas. También acepté una vez intentarlo como piloto de carreras, pero uno de mis compañeritos lo impidió porque "las mujeres no manejan". Obviamente me indigné y le enumeré ahí mismo a todas las mujeres que conducían sus propios autos. Pero a él no le importó y creo que yo no pude superarlo más. Creo que de ahí nació mi interés por conseguir la licencia apenas cumpliera 18.

El único detalle es que nunca he tenido auto propio. Pero tampoco me ha hecho mucha falta. Cuando vivía en Pueblo Natal andaba de lo más feliz en micros y en colectivos, sólo me complicaba el regreso a mi casa si salía a carretear y debía pedir asilo a algún amigo para no tener que volver sola en mitad de la noche. O de la madrugada. Y aquí en la gran capital por suerte vivo cerca del trabajo y los taxis son muy baratos.

El problema empezó cuando, ya instalada en Santiago, quise ir a ver a mi familia en el puerto. Y había que planificarse según el horario de los buses. Y acordarse de reservar los pasajes cuando la demanda era alta. Y subirse al metro con bolsos de dos toneladas. Y pensar cómo diablos me iba del terminal a casa de mis padres tarde en la noche. Y olvidarme de pasar a alguna parte en el camino con tremendo equipaje. Y lo peor: partir con los regalos de navidad para una familia grande. Y peor todavía: devolverse con los regalos recibidos, cuando la familia grande optó por los artículos domésticos y recibí cajas de loza, ropa de cama y otras cosas de gran volumen.

Entonces llegó Novio en su caballo auto blanco. Lindo y bien cuidado. Con espacio suficiente para las miles de cosas que llevo cada vez que viajo. Y aunque yo no estaba precisamente en la ventana de mi departamento esperando su llegada, nos encontramos y, como su familia estaba cerca de la mía, empezó a trasladarme. Y yo empecé a recuperar mis habilidade en la conducción. Y él empezó a estresarse un poco cada vez que yo manejo, jajaa.

En fin. Todo esto era para contar que auto blanco un día empezó a fallar, así que con Novio decidimos venderlo para comprar otro. Ilusamente, pensamos que sería fácil. Siempre creí que se trataba de elegir uno y llevárselo; que lo más complejo podría ser escoger el color. Pero nooooo el asunto fue una interrogante tras otra, miles de dudas y noches sin dormir por casi dos meses.

El primer tema fue conseguir un buen precio para auto blanco. Fuimos de automotora en automotora, preguntamos, pusimos avisos, recibimos eventuales compradores, pasó el tiempo y por fin lo vendimos dignamente aunque con algo de pena, así que le sacamos unas fotos para la posteridad. Ahí creíamos que había pasado lo más difícil. Sólo quedaba escoger el reemplazo y lanzarse.

Peeero antes de concretar la transacción decidimos investigar un poco y pasamos por todas las páginas web del mercado, miramos los sitios de reclamos, los foros, los artículos de expertos. No hubo caso; ninguna búsqueda en Google nos dijo cuál era la mejor opción. También visitamos muchas automotoras, miramos, preguntamos, volvimos a mirar y logramos que varios vendedores nos odiaran.

¿Sabía usted cuántas marcas de auto existen? Yo no. Todavía estoy sorprendida.

Después de todo ese análisis, que por cierto duró un buen rato, con Novio concluimos que comprar auto es como emparejarse: por muchos antecedentes que uno maneje, cada individuo es único y resulta imposible predecir cómo se comportará al final. Pero si se pretenden un buen funcionamiento, lealtad y seguridad, básicamente hay que tratarlo bien y tener algo de suerte.

Lo más importante es que en ambos ámbitos de la vida es primordial el instinto. La química, si se prefiere. Por eso cuando lo vimos y sentimos que lo amábamos a primera vista, supimos de inmediato qué debíamos hacer. Bueno, yo lo supe antes porque Novio es más racional. Yo, como Summer Finn, "un día desperté y estuve segura". Ja. 

Estaba él instalado tranquilamente junto a un pilar, como si nos esperara. Se veía brillante, feliz y orgulloso de sus dimensiones aunque a su alrededor habían puros cuatro por cuatro gigantes. Mientras Novio preguntaba datos técnicos sobre el motor y esas cosas, yo me fijaba en los asuntos importantes: asientos cómodos, espejo en el parasol del copiloto, dos espacios para poner vasos -porque auto blanco sólo tenía uno y era una verdadera lata andar con mi vaso o botella en la mano todo el camino-. Además demostró ser muy inteligente: avisa si se quedan encendidas las luces y si estamos demasiado cerca de otro auto cuando retrocedemos.

Como ya no tenía dudas, lo único que faltaba era elegir su nombre, aunque en realidad lo supe apenas lo vi: sería Salvador. 

Ahora sólo esperamos que Salvador llegue a nuestra familia. Ya tenemos listo su ajuar -en realidad lo reciclamos del otro auto, pero él no lo sabe- que consiste en un TAG, bolsita para la basura y una buena selección musical para los viajes. Obviamente estamos emocionadísimos por su aparición en nuestras vidas. Creo que yo más que Novio, porque es la primera vez que participo en la selección y compra de un auto así que puedo decir con propiedad que también es mío.  

Para tranquilidad de Novio, no pegaré imágenes de Hello Kitty ni pondré accesorios rosados en la parte que me corresponde. Sólo lo disfrutaré a moriiiirrrrrr. Además sigo odiando el rosado. De hecho, mi idea original era que Salvador fuera azul, pero el azul de ese modelo era demasiado fosforecente y con Novio nos pareció que como somos personas adultas, profesionales y serias, mejor elegíamos un color menos llamativo. Jajajaaa.

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