jueves, septiembre 2

Karma Police

Para entender este capítulo usted debe saber primero dos cosas sobre mí:

1.  En mi familia no hay ningún fanático de las mascotas, y en general existe un claro rechazo hacia los perros. Por eso en mi casa nunca hubo ningún animal, salvo por un canario que llegó después de mucha insistencia de mi parte y que perdió la gracia más o menos a los cinco minutos después haberlo recibido.

2. Una vez, cuando tenía como diez años, tuve que arrancar de un perro gigante -policial, creo- por el patio de un amigo de mis padres donde estábamos de visita. Mientras los adultos conversaban dentro de la casa, yo salí por alguna razón y el perro me persiguió con odio hasta que me refugié sobre la parte trasera de una camioneta. Todavía me acuerdo claramente de sus colmillos enormes apuntándome, mientras yo gritaba espantada hasta que llegó mi padre al rescate. Desde ese día yo también odio los perros, me dan un miedo tremendo. Supongo que eso es porque, a causa del punto 1, no tenía ninguna experiencia positiva previa para compensar el pánico de la camioneta.

Tampoco tuve experiencias positivas después, y cuando mis amigos del club de amantes de los perros me contaban lo increíbles que son yo apenas les creía. ¿Que reconocen tu estado de ánimo y tratan de motivarte cuando estás deprimido? ¿Que se alegran cuando te ven llegar? ¿Que te acompañan todo el rato incondicionalmente? Nooooo, demasiados atributos para tratarse de un animal. (Incluso para la mayoría de los seres humanos, pero bueh...)

Además, insisto, me dan miedo. Lo he ido superando con el tiempo y ahora ya no arranco de esas razas enanas estilo Paris Hilton, que más que perros parecen ratones. Pero sigo teniendo pánico a los que son más grandes; cuando un vecino dejaba suelto a su dobermann yo tenía que cruzar la calle para poder pasar por la cuadra y si alguna mascota, por más inofensiva que sea, llega a correr hacia mí soy capaz de gritar irracionalmente hasta que la alejan. 

Después de todas estas experiencias, será obvio que nunca en la vida pensé en tener un perro. No me gusta su olor ni los pelos que dejan por todas partes. No me seduce para nada el panorama de tener que sacarlos a pasear y recoger su caca. No disfruto que me lengüeteen y baboseen mis manos, cara, ropa... puaj puaj. Además nunca he vivido en una casa con patio que permita la sana convivencia entre los dos.

Todo eso hasta que conocí a Karma Police. 

Considerando lo expuesto en el punto 1, se comprenderá mi sorpresa cuando llegué a la casa de mis padres y los encontré... con un perro. Un perro dentro de su departamento, el piso lleno de diarios por todas partes, juguetes de perro y plantas mordidas. Raro. Pero no era que estuvieran tratando de compensar mi ausencia con Karma Police -como la bautizó mi hermana, quien heredó mis gustos musicales seguramente por osmosis-; mi madre había tenido la genial idea de mandar la perra como regalo a una de mis tías... conmigo. 

Paulina "odio los perros por toda la eternidad" Santiago cuidando, alimentando y transportando uno de ellos. Una, en realidad. Una que en pocas horas tenía el departamento de mis padres trastornado, a mi padre limpiando caca de la alfombra, a mi madre cocinándole sopa porque Karma no quería su alimento, y a Ana -mi hermana- tratando de alejarla de los maceteros para evitar que siguiera esparciendo la tierra por todas partes. Igual era chistoso, no lo puedo negar. 

Cuando todos superamos el estrés, partimos con Ana a acostar a la perra en su caja con papeles de diario. La cercamos con sillas para evitar que se arrancara y nos fuimos a dormir. Hasta que, a eso de las tres de la mañana, desperté con un llanto muy fuerte. Muy fuerte para venir desde donde habíamos dejado a Karma, así que empecé a preocuparme porque lloraba de esa manera. Después de todo, recién esa tarde la habían separado de su madre y sus hermanos, en el fondo no era más que una guagua sola en una casa extraña llena de gente rara que le gritaba todo el rato... así que me dio pena y me levanté a verla. 

Justo cuando ponía un pie fuera de mi cama sentí que algo se movía en el piso: Karma Police había sorteado todas nuestras barreras y había llegado hasta mi pieza en busca de ayuda. Aaaawwww linda ella pero seamos realistas, eran las tres de la mañana, hacía frío y yo sólo quería volver a dormir, así que la llevé con el mayor cariño que me fue posible y la instalé de nuevo en su cama.

Pero ella, insistente y porfiada -quién podría culparla- volvió a saltar todos los obstáculos un par de horas más tarde. De repente abrí los ojos y ahí estaba ella, con sus patas apoyadas en el borde de mi colchón y mirándome con cara de "ya po, deja de huir de tu destino y asume las consecuencias de haber jugado conmigo una vez". Ahí me mató. Juro que su expresión era como de súplica, y yo hasta ese momento me había negado a creer que un perro pudiera tener expresión. 

Entonces hice lo que toda mi vida dije que jamás haría: la subí a mi cama. Ella olió, se acomodó y volvió a dormirse como si nada, mientras yo pensaba si no me habría perdido de algo los años que he pasado sin perro. Era increíble rascarle la guata y ver cómo movía sus patas de felicidad, cómo cerraba los ojos con actitud de placer cuando le tocaba las orejas, cómo podia ser realmente agradable sentir su textura de oso de peluche y su consistencia de guatero, todo al mismo tiempo y con la ventaja de la interactividad. ¿Qué mejor?

En ese momento iniciamos una relación que duró más o menos 24 horas. Me despertó mordiendo el colchón, movió la cola cuando veía que le ponía atención, dejó que la hiciera dormir siesta sobre mis piernas y jugó a comerse mis pantalones, mis zapatillas, mis manos. La ayudé a subir cuando se cayó de la jardinera en la terraza y por primera vez sentí que otro ser vivo dependía absolutamente de mí -sin contar las plantas, que como no manifiestan sus necesidades fácilmente se me olvidan-. También sentí que de algún modo me agradecía la ayuda, que se sentía cómoda conmigo. 

Y cuando llegó la hora de traerla a la capitale, volvió a dormirse sobre mis piernas y se quedó tranquilita todo el camino mientras yo le rascaba la cabeza. Un amor ella.

Hasta queeeee... llegó el momento de entregarla a mi tía. Y yo no quería. Y pensé lo que nunca creí que iba a pensar. Y le dije a Novio algo que nunca pensé que iba a decir: quiero un perro. Quiero una versión propia de Karma Police que no tenga que devolver, que me tire de los pantalones todos los días, que juegue a morder mis manos y se alegre cuando le hago cosquillas en la guata. Que me espere cuando llego de la pega y me reciba moviendo la cola. Que me lleve a pasear por el parque obligándome a caminar más y a tomar un poco de aire. 

Si no hubiera sido un pésimo gesto hacia mi tía, que esperaba con ansias su regalo prometido, de verdad que me habría quedado con la perra. Y, bueno, también si no viviera en un departamento de dos por dos que bien podría ser un closet con balcón, cosa que -creo yo- afectaría considerablemente la calidad de vida de Karma y de mis muebles, y en consecuencia la mía.

¿Qué haría ella todo el día sola en un espacio tan chico? ¿Dónde dormiría? ¿Dónde comería? ¿Aprendería alguna vez a tirar la cadena para ahorrarme el engorroso trámite de poner y quitar diarios? ¿Qué haríamos cuando francamente me dé lata sacarla a pasear después de un agotador día de pega? ¿Perdería con el tiempo todo ese encanto que tiene ahora, tan chica y tan transportable? ¿Dónde la meteríamos para viajar? ¿Se me pasará el entusiasmo después de un par de semanas, como me ha pasado con otras cosas, y luego no sabré qué hacer con ella?

Son demasiadas las dudas para alguien que no tiene idea del tema. Ni siquiera sabía que los cachorros no se pueden bañar, o sea que si hubiera sido realmente mía seguro la habría matado de una pulmonía. Y, bueno, no sé si es mejor postergarlo hasta cambiarme de casa -y si no es un patio que al menos sea algo así como "la pieza del perro" jajaaa- o si dejar que se me pase la hiperventilación con Karma y pensarlo mejor racionalmente. Pero también miro la marca de sus colmillos en mi mano y quiero que volvamos a jugar... ahora! no en meses o años más.
"This is what you get when you mess with us", respondería...

En fin, las conclusiones después de mis 24 horas con ella son:

1. Los perros bostezan. Quién lo hubiera pensado.

2. A los perros pequeños les sobra piel. Yo pensé que era un tema de Karma, que se veía como si su madre le hubiera puesto ropa un par de tallas más grandes, pero Novio, que sabe más sobre estas cosas, me dijo que les pasa a todos.

3. Una mordedura de perro también puede ser agradable, porque de algún modo él/ella sabe hasta dónde apretar. Impresionante. 

4. Nunca imaginé que otro ser vivo -que no fuera un ser humano- pudiera cambiar así todas mis certezas de la vida. De hecho, ni siquiera había pensado que fuera posible con otro ser humano, pero eso ya lo había aprendido hace un tiempo.

5. Ojalá que nadie me encargue cuidar una guagua.

3 comentarios:

Marce dijo...

jajaja, qué boniiito.
A mí siempre me han gustado los perros, pero me pasó algo parecido a lo tuyo con con los gatos.Hasta antes de mi Aurorita, los odiaba, me daban asco, no los podía ni tomar y ahora ella duerme conmigo.
No es por nada, pero yo creo que lo tuyo es puro instinto maternal ahí latente, listo para aparecer apenas sea necesario.
Honestamente y viendo la experiencia de amigas viviendo en dptos con perros, te recomendaría que reservaras toda esa energía maternal para más adelante, para adoptar un perrito teniendo casa o quien sabe... espera que te presten a tu ahijada por 24 horas y ahí nos cuentas.

Flo dijo...

Tiernísimo tu relato!!!
¿No te tinca un gato? Se adaptan mucho mejor a los departamentos y pueden ser igual de tiernos y de hecho son menos pegotes e insistentes.
Saludos.

PauS dijo...

Aaaaaaaaaa ¿instinto maternal? ¿tú crees? ¿será que se activa en algún momento de la vida? Qué nervios! Ahora no me atrevo a experimentar con la ahijada...

Con los gatos me pasa lo mismo que le pasaba a Alice, claro que después de la experiencia con el perro no me atrevo a asegurar nada... capaz que si me pasan uno por un rato termine amándolos...

 

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