miércoles, septiembre 1

desperate housewife

Ya. Lo logré: pasé agosto a pesar del cobarde ataque del virus asesino que alojó (¿o aloja? ugh) en mi estómago. A propósito, gracias a quienes me mandaron su apoyo moral para derrotarlo. Ya recuperé el hambre, el equilibrio y la dignidad que había perdido la semana pasada por culpa de mis nuevos amigos.

Por causa de ellos también tuve mis "días de reposo y dieta líquida", según consta en el certificado que el médico escribió para Jefecito. La verdad es que el papel fue el mayor aporte de don Médico, porque además de eso sólo me dijo cosas que yo ya sabía: que probablemente era un virus, que me quedara en la casa (como si pudiera ir a alguna parte), que comiera livianito y que tomara gotas para el dolor. Igual le hice caso en todo, y cumplí responsablemente -y bajo amenaza de Novio- con cada uno de los exámenes que me mandó hacer "para descartar". Y seguimos descartando.

Lo bueno fue que cuando estaba en pleno "reposo y dieta líquida" empecé a sentirme mejor, o sea fui capaz de salir de la cama y ya no me daba asco hasta la publicidad de mantequilla en los matinales. De a poco recuperé el ánimo y la energía y las ganas de hacer cosas, porque después de un rato ya estaba bien aburrida en mi departamento que es muy lindo pero del tamaño de un closet (de un closet grande sí, como en esa publicidad de cerveza al menos, y con balcón que mira al cerro), y cuando se pasa mucho tiempo en él empieza a bajar la claustrofobia rápidamente.

Como también había comprobado que la programación de la tv es pésima en días hábiles, sobre todo durante las mañanas, no quedaron más opciones que empezar a inventar actividades. Y como ahora soy una completa y absoluta dueña de casa -dueña no literalmente, pero se entiende...- decidí que las actividades deberían ser útiles para la humanidad, partiendo por Novio y por mí. Así que me puse el delantal rojo que uso para estas ocasiones (¿una vez al año?), regalo de mi abuela que ilusamente me debe haber imaginado cocinando y limpiando...

Entonces, mi panorama fue (no necesariamente en este orden, pero ya no me acuerdo bien... ¿será que mi memoria usa bloqueo selectivo?):

- Reorganizar los muebles de la cocina. Y encontrar con sorpresa dos lavalozas a medio usar, tres paquetes de esponjas para lavar ollas, una bolsa con tornillos (¿?), una escobilla para lustrar zapatos, un tarro de atún, un puñado de porotos fugados de su envase y unas piedritas blancas decorativas que quedaron de lo mejor dentro de mi florero.

- Cocer manzanas con azúcar y canela, como mi abuela (la otra, no la del delantal). Rico rico. Y sanito, considerando las circunstancias.

- Lavar, secar, guardar y planchar ropa. No fue todo secuencialmente, ni fue todo el rato la misma ropa, por lo que la que planché ya está usada y sucia de nuevo, y la que lavé está esperando ser planchada. Bah.

- Cambiar de lugar los libros, discos y adornos varios, mirando dónde quedan mejor, una y otra vez. Y otra vez. Y otra vez.

- Ordenar la pizarra metálica donde quedan las cosas que no debo olvidar, como las cuentas pendientes o la receta médica, y que ya era imposible de encontrar bajo tanto papel, por lo que fácilmente todo se olvidaba. Esta etapa incluyó también una selección de los avisos de comida rápida guardados para casos de emergencia.

- Revisar el refrigerador y botar las cosas que ya no debían estar ahí según su fecha de vencimiento o su apariencia. Luego nos entusiasmamos y aprovechamos de descongelarlo, cosa que se convirtió en una batalla personal entre Refrigerador y Novio, quien no descansó hasta eliminar todo el hielo con las técnicas más insospechadas mientras yo lo limpiaba a conciencia para sacar una mancha de mermelada. Impresionante la cantidad de hielo que sacó (sí, ganó Novio).

Ahora que lo leo no parece tanta cosa. Pero de verdad para mí fue harto, porque los temas domésticos claramente no los domino. También parece que vivo en un caos absoluto a punto de ser clausurado por Salud Pública, y créanme que no es así. Lo que pasa es que soy, digamos, bastante tolerante con el desorden y no disfruto para nada pasarme el tiempo libre limpiando el piso con un cepillo de dientes. Pero nunca nunca nunca pasando los límites de la higiene básica. Igual Novio me tomó una foto con el lustramuebles en la mano, supongo que para no olvidarlo...

3 comentarios:

Scarlet dijo...

qué buena, y de nuevo qué envidia, primero te envidié el spa y ahora el aseo!!
yo tampoco me caracterizo por un apego excesivo al Cif, pero qué ganas de tener tiempo para sacar las irreconocibles manchas pegajosas del suelo debajo de las sillas de comer de las niñas!! Por el momento, miro de reojo el trapero y opyo por no caminar a pata pelada para ignorar la textura sospechosa del piso!

Y uno de mis primeros planes para los dias de garderie, contra todo pronóstco, no involucra ni shopping ni museos, sino que... ordenar los closets!! que me tienen loca y si oso ponerme a ordenar con los niños en la casa va a quedar peor que antes...
en fin, te envidio todo.
(Menos el virus, aléjate!!)

Flo dijo...

En la más Monica Geller (Friends), te felicito.

PauS dijo...

¿En serio? Lo del spa lo entiendo, pero yo no envidiaría a alguien que se pasa un par de días haciendo aseo. O sea, me gusta que todo esté limpio y ordenado, pero qué lata tener que ser yo la que limpia y ordena...

Supongo que con niños lo más sano es resignarse, al menos hasta que sean lo suficientemente grandes como para que se vayan haciendo cargo de su propia suciedad. Ahora que lo pienso, mi madre debe haber tenido esa misma esperanza conmigo... Qué pena por ella :(

Y no sé si quiero ser Monica, hasta donde la recuerdo era muy muy muy obsesiva y yo... me niego a reconocerlo!!!

 

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