jueves, agosto 19

instrucciones para seleccionar novio en tres pasos

Lo primero que miro en un hombre son sus zapatos. Usted podrá no creerme, o pensar que no sé nada de la vida, pero de verdad los zapatos pueden decir mucho sobre el carácter del individuo en cuestión. Por ejemplo, un tipo con esos zapatos en punta y dibujitos suele ser un latero, así que aunque tuviera el físico de Brad sus posibilidades conmigo serían nulas. Lo mismo con los bototos (se creen rudos pero en el fondo no pasa nada) y ni hablar de las chalitas con calcetines... puaj puaj.

Personalmente, creo que las zapatillas con estilo la llevan. Con estilo, ojo. Nada de deportistas obsesivos por favor. Don Web tenía de esa zapatillas cuando lo conocí. Estábamos en casa de una amiga común, que según confirmamos después no era realmente amiga de ninguno de los dos. También confirmamos que ninguno tenía mucho interés en ir esa noche, pero por distintas razones partimos sin estar muy convencidos.

Al rato nos convencimos. También comprobamos que teníamos hartas otras cosas en común, desde el barrio de la infancia hasta los traumas personales. De hecho, todavía me sorprende que nos parezcamos tanto en algunas cosas. Siempre creí que esos parecidos serían pésimos en una relación, pero hasta ahora la experiencia dice lo contrario.

Por alguna razón esa noche yo andaba odiando a todo el mundo. Había sido mi último día en una pega, al día siguiente empezaba en otra, y al estrés de haber tenido que dejar todo resuelto antes de irme se sumaba una cartera llena de todas las cosas que había acumulado en el antiguo escritorio. Kilos y kilos al hombro, lo peor para bailar. Peor todavía porque no me gusta tanto bailar. Además, como venía del trabajo, andaba con mis zapatos-de-periodista-seria-y-adulta que son lo más incómodo que hay pero me hacen creer que me veo de lo mejor con ellos.

El punto es que yo odiaba a todos: a mi antiguo trabajo por agotarme ese día, al nuevo por obligarme a despertar temprano a la mañana siguiente, a mis zapatos asesinos y a don Web que insistía en hacerme llevar el ritmo cuando yo estoy genéticamente incapacitada para eso. Es verdad, quería irme, pero girando y girando al ritmo de los Cadillacs nos acercamos y, ya superada la prueba de las zapatillas, vino la segunda etapa en el test de selección de Pau: el olor. Sí, el olor, la única manera de saber frente a qué clase de persona estamos. 

Y don Web olía a metal, a madera, como un taller de escultura. Ok, sé que es freack la asociación pero lo pensé y desde ese minuto ya no hubo nada más que hacer. Química, le llaman.

El resultado de la química fue que llegué a mi nueva pega convertida en zombi. Imagino la primera impresión de mis compañeritos, ja. Por un par de semanas me senté en reuniones sin tener idea de nada, mientras las voces de ex Jefecito, ex Gran Jefe y sus ex amigos sonaban en mi cabeza como la profesora de Charlie Brown. Bueno, todavía pasa eso a veces, pero entonces el tema era crítico porque además yo no tenía idea de la nueva pega, así que andaba poniendo cara de tener todo clarísimo mientras chateaba con don Web.

El último filtro en este sistema de selección patentado fue, ya con más racionalidad, pasar mucho tiempo juntos y darme cuenta de que tenía incluido todo lo que yo quería. Como un pack. Aquí viene la lista mental de requisitos que todas tenemos incorporada y que apostaría se inicia con los príncipes azules de los cuentos Disney. Y sí, el hombre en cuestión cumplía todos, todos los requisitos. Incluso los que no había verbalizado, como su incapacidad de vivir sin televisión y su amor incondicional hacia Los Simpson. Igual que yo.

Además, así por recordar algo, tiene una envidiable claridad sobre lo que quiere en la vida y lo que debe hacer para conseguirlo. Puede tomar decisiones rápido y sin enrollarse. Le gusta como me veo en las mañanas. Tiene una increíble capacidad para solucionar todo tipo de problemas, sobre todo los que yo ocasiono. Resuelve en cosa de minutos todos esos asuntos que yo llevo mucho rato dando vueltas y sé que debería concretar algún día, como enmarcar mis dibujos y colgarlos de la pared o abrir una cuenta en el banco. También hace un arroz increíble y de alguna extraña manera sabe exactamente lo que necesito para estar feliz, desde una invitación a comer lazaña hasta llegar con la película que no alcancé a ver en el cine. 

Ya, lo sé. Estoy frita. No me di cuenta cómo pasó, pero eso no importa. Tampoco me di cuenta cómo empezó a instalarse en mi departamento -y en mi vida, claro-. Aunque a mi madre le cueste creerlo, no fue como una teleserie en la que él me llevara a cenar y me dijera "Paulina Santiago, quiero vivir contigo" mientras había alguna canción mamona de fondo. Sí recuerdo que escuchábamos a Café Tacuba cuando empezamos a organizar asuntos prácticos, como el pago de las cuentas o el orden de nuestros escasos e invaluables bienes materiales. Un día decidimos que no tenía sentido que viajara a cada rato, que su ropa estuviera repartida en dos casas y que los dos estábamos más felices si nos veíamos todos los días, todo el día.

Pronto llegó con un montón de aparatos electrónicos que todavía no aprendo a usar bien y con su colección de discos que era mi sueño en la adolescencia (otro punto a favor). Decidió que no era posible vivir acampando en un departamento del centro de Santiago, así que gestionó la compra de muebles, puso mis dibujos en las paredes y logró que tuviéramos una casa de verdad en lugar de una mudanza eterna.

Así que, como puede ver, está comprobado científicamente que el método PS sí funciona. Si usted tiene algún chiquillo rondando y no está segura si aceptar o no sus múltiples propuestas, aplíquelo no más. Puede probarlo sin costo y después nos cuenta sus experiencias; por mi parte, pretendo no volver a usarlo más. 

2 comentarios:

Marce dijo...

Qué bonita la historia! O sea que ya no vives sola?
También caché que eres periodista (yo también). Nos conocemos? A la maco la conoces de "afuera" de los blogs?

PauS dijo...

Síiii todo muy bonito :) Y síiii soy periodista, los dos somos periodistas igual que otros cientos de miles... Y no, hasta donde sé no conozco a nadie de "afuera", sólo saltando de blog en blog porque hasta ahora nadie del mundo "real" sabe que tengo un blog. Aunque también puede ser que nos hayamos encontrado en alguna parte por ahí... pero eso sería demasiada coincidencia!

 

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