jueves, agosto 12

el día de la marmota

Desperté tarde, como siempre. Me duché, vestí y traté de quedar lo mejor posible ante el espejo, siempre corriendo. Corrí después al ascensor, al paradero, a la oficina. Marqué la tarjeta corriendo.

Respondí correos. Contesté llamadas telefónicas. Traté de solucionar problemas. Generé otros pocos problemas, esperando que no se note demasiado. Tomé café. Jugué con hartas bases de datos y concluí que Excel es mi mejor amigo.

Miré algunos blogs y decidí escribir en el mío. No terminé. Saludé por Facebook a mis amigos cumpleañeros. Conversé con mis compañeritos de trabajo. Almorcé algo rápido sin mucho entusiasmo. Tomé más café y empezó a dolerme el estómago.

Escribí otros correos, atendí otras llamadas, inventé muchas respuestas sin saber si de verdad tendrán algún sentido. Odié a Jefecito y a otras personas más. Odié al que se le ocurrió inventar este proyecto. Pensé cómo serían las cosas si no hubiera mandado mi curriculum ese día. Pensé qué más podría estar haciendo en la vida y no se me ocurrió nada viable. Empezó a dolerme la cabeza mientras miraba cómo oscurecía.

Sentí las campanadas de la iglesia cercana. Revisé las últimas bases de datos, mandé los últimos correos. Llegó la señora que limpia la oficina y me saludó con una sonrisa. Calculé que ya era hora de salir. Marqué mi tarjeta, esta vez sin apuro.

Sentí el frío intenso apenas cerré la puerta. Caminé al paradero. Compré un chocolate en la esquina. Pasé por el supermercado, por la farmacia, por el kiosko de la señora que vende flores. Miré la calle con tanta gente, los edificios tan altos, el aire con ese olor tan raro.

Me saqué los zapatos, encendí el televisor, la estufa y el computador casi al mismo tiempo. Hice zapping por las teleseries nacionales y volví a concluir que son lo peor de lo peor. Vi Los Simpson mientras comía algo. Guardé la ropa que estaba colgada en el balcón. Miré los edificios con sus ventanas de colores, las luces que no se acaban nunca, la publicidad, los miles de autos que pasan justo abajo.

Miré mi departamento tan lindo con sus muebles nuevos, su florero, mis libros, mis discos y las velas que me regaló mi madre. Pensé que tiene el tamaño justo y la vista ideal. Pensé que eso es lo que siempre quise tener, lo que me imaginaba cuando era chica y me preguntaban cómo sería mi vida de vieja. Pensé que tampoco estoy tan vieja.

Pensé que en realidad soy bastante bipolar, mientras me dormía en mi estupenda cama de dos plazas luego de ver una película.


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